Dom 11.01.2009
libros

33 modelo para armar

Tras 32 años de silencio, Jorge Alemán vuelve a publicar un libro de poesía: No saber, 33 poemas urdidos con la humildad de quien abreva en su herida, se rinde ante lo sagrado y escribe para recomponer una palabra rota.

› Por Miguel Rep

En tu libro de poemas No saber, ¿qué es lo que se está indagando, la herida o la cicatriz?

–En efecto, herida y cicatriz son términos que se encuentran en la tensión íntima del texto No saber. Primero evoquemos una posición que ya se ha vuelto clásica y que la podemos presentar del siguiente modo: hay una herida incurable, anterior a cualquier suceso, de la que somos el resultado, un desgarramiento enfermo y sin sentido que constituye a nuestro ser (la ilustración de Daniel Santoro en la tapa muestra muy bien esto). A su vez, esta herida fundante es nuestra libertad, antes de adoptar cualquier causa o compromiso conviene recordar que está primero ella, de lo contrario solo seremos “marionetas de nuestro ideal”. ¿Cómo tomar contacto con esta herida sino es a través de las distintas variantes del dolor, la angustia, lo siniestro? Lo que la existencia de cada uno muestra es que nadie puede ir directamente a esa herida y tratarla cara a cara, no hay trato directo con ella. Por ello se dice que la escritura puede ser el modo privilegiado de tratar con la herida, de mantenerla en la distancia justa, volverla más soportable organizándole incluso un sentido. Si bien esto no está garantizado de antemano, es donde se abre la posibilidad de que la herida cicatrice. Es la dimensión evidentemente salvífica de la escritura, la escritura funcionando como aquello que revela el corte de la herida y a la vez la sutura, cose sus bordes generando una superficie añadida, esa cicatriz que conmemora la herida primera. Sin embargo encuentro en los treinta y tres poemas presentados en este libro, cifra que como bien has advertido es deliberada, un pequeño desplazamiento con respecto a esta cuestión. Para decirlo directamente, ahora percibo con más nitidez y no como un “a priori” teórico, que la cicatriz no termina de cerrarse, que la sutura es imposible, que los hilos quedan sueltos y que a través de puntos casi invisibles, recomienza el flujo luminoso de la sangre. Es un desangrarse lento, sin ofuscación, agónico, pero no moribundo, con la alegría propia de aquel que ha movilizado todos los recursos más urgentes para seguir viviendo. Muy distinto de la epidemia zombie que recorre el mundo. La escritura, que por supuesto no es lo mismo que la literatura, no termina de suturar nada, la cicatriz no se cierra, la herida gana su batalla pero gracias a esto se movilizan las estrategias de la escritura, y solo así me parece que la escritura es finalmente un modo de estar vivo. Por esto he querido escribir un libro de poesía sin intención literaria, sin “identidad de poeta”, mínimo, pero no con la neutralidad desapegada del minimalismo. De dicción breve, pero sin el aire transgresor que domina en gran parte la poesía actual, más bien humilde con respecto a la experiencia que nos somete.

¿Cómo es posible que el que “no sabe” pueda responder?

–Bataille en cierta ocasión tituló una conferencia “No saber”, se presentó en la sala y se mantuvo todo el tiempo en silencio. Este incidente, comentado por Lacan en algunos de sus seminarios, fue olvidado por mí, cuando me sobrevino el título de este libro. Evidentemente soy responsable de este olvido, pero el “No saber” no es sólo silencio, eso tal vez sería al fin tranquilizador, pero el no saber es un vacío que ejerce una presión constante, que obliga a las palabras a cifrar elementos que interrumpen el carácter mediador de la palabra. La palabra no es solo pacto o conjuro, es imputación, orden, mandato, y finalmente lo que la más le interesa al poema; captar esa voz sin sonido adosada a la palabra, ese eco de una voz inaudible, voz del Daimon, del genio, voz-respiración del poema, voz de la influencia. El baile empieza en ese momento y hay que tener mucho respeto por estos deslizamientos de la lengua, constituyen motivo suficiente para no escribir a ciega ni de modo automático, más bien aceptando que se hace bajo la coerción de una lógica desconocida.

¿Se trata entonces del fracaso de la palabra en el proceso de la comunicación?

–Sí, creo que sí, que el trazo, la marca, la letra y su posible destino de escritura poética surgen en el lugar donde la palabra fracasa y es insuficiente. Lo que tenemos en común es lo incomunicable que nos ata. Parafraseando al Maestro: Allí donde la palabra se rompe, una escritura y ninguna otra, puede advenir como el nombre de tu “No saber”.

Dice el primero de tus poemas: “No sabe es Uno que no sabe / pero lleva tal silencio en el espanto de la frente / que parece haber estado a solas con el Amor”. Hablemos de ese estar a solas.

–Parece que no me repongo nunca del todo de este impacto, de cómo el ser más cercano se nos va ocultando, se disimula en lo esencial, hasta solo llegar a intuirlo a través de algunas fulguraciones, por otro lado como también ocurre con uno mismo. Esta experiencia por supuesto es compatible con todo un mundo de complicidades, rutinas, rituales, querencias que nos vinculan unos a otros. Tengo una permanente relación con aquellos pensadores y poetas que han vislumbrado esto y dan cuenta de esta imposibilidad en el centro de la experiencia amorosa. Sin embargo, para mí sigue siendo sorprendente envejecer mientras el “ocultamiento” hace su trabajo de modo incesante. Es impresionante que ningún “saber hacer con” venga a nuestra ayuda y tengamos que volver a vivir con aquellos pequeños actos cuyas verdaderas consecuencias son incalculables. Por otra parte esto no sería mejor de otro modo, el mejor es el que nos ha sido dado. Cuando se apaga la pasión narcisista, y ésta es la única gracia que para mí tiene el hecho de envejecer, uno ya no cree en el amor a un partenaire como algo necesario u obligatorio o inevitable y entonces agradece infinitamente aquellas contingencias de la vida, esos encuentros a través de los cuales pudo sentir que había alguien más que uno mismo.

En tu texto hay distintas evocaciones de lo sagrado, incluso en el carácter deliberado del número treinta y tres.

–Fue gracias a la escritura que tuve noticias, que a pesar de mi formación laica finalmente algo como lo sagrado golpeaba la enunciación y entonación de los textos. Esto de modo explícito en aquellos poemas que asumen directamente la forma de la oración y la plegaria. Es un noticia que me deja siempre perplejo. Es evidente que no me interesa la administración religiosa o confesional de lo sagrado, pero parece ser que en cuanto se sale de la palabra instituida por su código y se abren ciertos interrogantes, por ejemplo hasta dónde se puede soportar estar vivo y morir como alguien que estuvo vivo, entonces lo sagrado como lugar y no como sentido, como ámbito y no como institución, comparece. Para mí no se trata de nada trascendente, más bien es un suplemento, un ejercicio de estilo, un artefacto, un alfiler que clava provisionalmente nuestra vida a una mezcla extraña de diccionarios, poemas, textos, dichos oraculares, combinatorias, experiencias políticas y de amistad.

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