Domingo, 30 de agosto de 2009 | Hoy
En su último libro de ensayos, Milan Kundera ratifica las líneas centrales y obsesivas de su quehacer literario: la defensa de la gran novela, los nexos entre la literatura de Europa del Este y la de América latina y, por sobre todo, el poder revulsivo de la risa contra la seriedad de Occidente.
Por Fernando Bogado
Un encuentro
Milan Kundera
Tusquets
216 páginas
Muchos lo han pensado hasta el punto de convertirlo en un lugar común: somos actores de nuestra propia existencia. La superficialidad con la que sentimos las cosas, los claros visos de tragedia que todo suele tener nos hacen pesados, agónicos: si Dios mira nuestros actos, estamos llevando a cabo un dramático monólogo frente a un solo espectador hasta que se decida que ya no va más, que tuvimos nuestra chance. El idiota, el bufón, es el que no ve esta tragedia de la existencia y decide aprovechar el escenario para contar un chiste. Luego: la ligereza de la risa, ese aire abrupto que emana de la boca repetitivamente y que siempre descoloca. Milan Kundera quizás no sea proclive al chiste, pero sí se pone del lado del cómico. Lejos de la puerilidad de un inconsciente, la risa es (en palabras del autor) la médula de la novela en tanto expresión humana, aquello dotado de la mayor plasticidad emotiva. En El arte de la novela, coloca a la risa como un don de la divinidad, una forma sagrada otorgada al hombre. En Un encuentro, libro de ensayos en donde medita en torno de la literatura, la pintura y la música, Kundera habla explícita o implícitamente de esta expresión humano-divina, siempre con ese estilo que puede presentar la reflexión filosófica más densa transfigurado en diálogo cotidiano.
Novela y risa: extraña conjunción, al menos si consideramos que el común denominador de la profundidad y la grandeza artística ha sido la reflexión parca y seria. La herencia literaria que reconoce Kundera va a contramano de cualquiera de estas decorosas definiciones: según él, Dostoievski, en El idiota, presenta diversos tipos de risas que confluyen en la “cómica ausencia de lo cómico”, la sonrisa moderna que puede encontrar gracioso el gesto triste que habita en los medios masivos de comunicación, donde el político o la vedette de turno se ríen a la fuerza. O, por mencionar un ejemplo aún más constante a lo largo del libro, Rabelais, quien ha sido puesto en un segundo plano en la cultura francesa, opacado por autores mucho más “serios”. Gargantúa y Pantagruel se convierte en un momento importante de esta genealogía específica que está construyendo Kundera en función de su novelística, ya que la maravilla de Un encuentro (como el mismo autor revela al hablar de cierto comentario de Francis Bacon sobre Beckett) es poder reenviar todas esas pequeñas definiciones largadas con prudencia para revisar su obra.
¿Qué es la risa, entonces? Es ese inmediato recurrir a la imaginación, generando así una distancia con la realidad y la política, dos patrimonios de lo serio. Visto así, no es de extrañar que el sartreano “autor comprometido” que se ha tratado de buscar en Kundera haya sido rechazado con vehemencia por él mismo: antes que la realidad inmediata transformada en comentario “pesado” sobre un estado de cosas, vale más el alejamiento cómico, el “flotar”. Quedarse en los límites de lo político, entendido como esa necesidad realista de hablar de una determinada sociedad en un determinado momento, es someterse a un peso aplastante que achata al hombre y lo convierte en un ser de una sola dimensión: en relación con 1984, de Orwell, critica precisamente la estrechez del escritor inglés, que piensa al hombre sólo desde el lado político (vicio compartido con los maoístas).
El Kundera ensayista, por momentos, otorga este rasgo imaginativo de lo cómico como propio de un barroquismo que enlaza a Europa del Este con Latinoamérica, dos regiones renovadoras de la novela: García Márquez, Carlos Fuentes y Julio Cortázar puestos en relación con Gombrowicz, Broch o Kafka. Kundera ha sido él mismo un novelista de la risa: La broma, por ejemplo, que ya desde el título condiciona cualquier lectura ulterior que se haga del texto, o el tan mentado La insoportable levedad del ser, que confluye en una sonrisa, la de un perro. Este gesto de vuelco hacia la animalidad también aparece en Un encuentro: cuando habla de Celine, Milan recupera una escena de De un castillo a otro, en donde se relata la muerte poco heroica de una perra, sin grandes escenarios o diálogos brillantes. Lo mismo sucede en sus comentarios sobre la obra de Curzio Malaparte: la muerte vuelve a aparecer sin gran gestualidad, al límite de un comentario ligero. Milan Kundera, tanto en sus novelas como en estos ensayos, parece entender la gracia final de la divinidad, el origen de esa risa de la cual aún escuchamos sus ecos: ¿será la retirada abrupta del comediante, la inesperada muerte, que siempre nos deja a nosotros, animales tendientes a lo trágico, con el chiste mitad contado?
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