Domingo, 4 de abril de 2010 | Hoy
Un hombre desaparece en un túnel mientras trabaja en un proyecto vial. Punto de partida para una moderna alegoría donde el descenso al infierno traspasa los límites de la novela urbana.
Por SebastiAn Basualdo
Mientras trabaja en los proyectos viales del Ministerio de Obras Públicas de Caracas, un hombre desaparece en un túnel sin dejar rastros. Ese es el punto de partida de Bajo tierra, primera novela de Gustavo Valle, ganadora del premio bienal de novela Adriano González León 2008 y autor de dos libros de poesía y el de crónicas La paradoja de Itaca (2005). A partir de entonces, la historia girará en torno de la configuración de un héroe juvenil: Sebastián C., quien emprende una búsqueda prescindiendo de la amalgama de hipótesis que se pudo entretejer en torno a la desaparición de su padre: no se trató del hampa común, una venganza o un accidente fatal, quedará eliminada la contingencia y no habrá espacio para barajar la posibilidad de un deliberado abandono de hogar, deudas o acaso alguna relación con la militancia política. “Nosotros, su familia, sabíamos que ninguna de esas hipótesis podía explicar nada. Creo que en el fondo estábamos convencidos de que la muerte, esa vez, había tomado una forma imprevista”, dice Sebastián C., narrador retrospectivo de una historia que cobrará toda su dimensión épica desde una perspectiva urbana a partir de que tome la decisión de salir a las calles de Caracas y sortear toda la serie de obstáculos que le están destinados a quien debe encontrarse consigo mismo a la manera fundacional de un héroe signado por la epopeya. Siempre, claro, dentro de los parámetros que permite una época como la nuestra. “En un momento dado (tardé veinte años en darme cuenta) supe que yo debía ir tras él. Por eso, más que buscarlo (nunca tuve la estúpida ilusión de encontrarlo, de dar con sus huesos), lo que pretendía era hacer el mismo camino que él hizo, seguirle los pasos.” Y entonces, naturalmente, encontrará a Gloria; una compañera de universidad, especie de Sibila moderna de largo pelo rubio, pantalones ajustados y mochila Jansport colgando del hombro, que pronto irá degenerando en Beatrice y por lo tanto siempre guía de este joven al que le gusta tararear 1979 de los Smashing Pumpkings mientras realiza su descenso a lo más sórdido de la ciudad para dar con personas como Mawari, un aparente mendigo que en realidad esconde una compleja y abnegada vida de ex chamán, y cuya mujer e hijo también se encuentran desaparecidos. Será Mawari quien guiará a Sebastián C. hacia un submundo de bajo tierra para que la historia cobre su mayor dimensión al generar una encrucijada donde la desaparición (padres, esposas, hijos, amigos, etcétera) asume niveles paroxísticos en distintos planos de una misma realidad. “Tu padre, Sebastián, está acá, debajo de esta ciudad, junto con sus sueños que andan por estas galerías. El aire que respiramos son los sueños de los que están debajo de este valle. Ese olor a humedad y lodo son los sueños de los desaparecidos que viajan por estos lugares que el sol no visita. Horomaore y Nabarima están en el mismo lugar donde está tu padre.”
Bajo tierra, escrita con una prosa sencilla y ágil, capta con rigor los registros propios de la oralidad en su joven protagonista, si bien por momentos acusa la utilización deliberada de ciertos modismos regionales (tanto venezolanos como españoles y argentinos) que, lejos de lograr un efecto de neutralidad, generan una miscelánea que dificulta la identificación con los personajes. Estructurada linealmente, pequeños y sucesivos núcleos narrativos irán configurando la trama de una novela que, por su densidad de sentido, bien puede leerse finalmente como una alegoría.
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