Domingo, 25 de julio de 2010 | Hoy
En el camino de Richard Price y George Pelecanos, las obras de Dennis Lehane responden a reglas de la novela policial negra, pero al mismo tiempo las rebasan: novela social, tragedia moderna, Mystic River marcó un quiebre en su carrera. Shutter Island, por su parte, crece desde el misterio del cuarto cerrado a una reflexión sobre la locura. Perfil de un autor atípico y ascendente de la literatura norteamericana.
Por Mariana Enriquez
Dennis Lehane es un afortunado. En 2001, cuando publicó su novela Mystic River, lo que en realidad estaba intentando era desprenderse de su serie de policiales protagonizados por los detectives Patrick Kenzie y Angela Gennaro. Los personajes le habían dado cinco libros que vendían bien y que lo ubicaban como uno de los autores de thrillers más interesantes, con sus historias desesperanzadas ubicadas en Boston, su ciudad natal y el escenario de todos sus libros. Pero, creía Lehane entonces, el dúo estaba desgastado; él, como escritor, necesitaba un salto. Dejó al lado la seguridad de la saga y se atrevió a un relato más ambicioso sobre tres amigos de un barrio pobre de Boston cuyas vidas son marcadas para siempre cuando uno de los tres es secuestrado por dos pedófilos que lo tienen atrapado durante tres días. Mystic River resultó un éxito mayor que sus novelas anteriores, en ventas y en críticas. Y le dio otro gran salto, más inesperado: Clint Eastwood la eligió para adaptarla al cine con un elenco que incluía a Sean Penn, Tim Robbins y Kevin Bacon. Desde entonces, Lehane ya cuenta con dos películas más basadas en sus novelas Shutter Island de Martin Scorsese y Gone, Baby Gone, el sorprendente debut como cineasta de Ben Affleck. Y, además, es uno de los guionistas de The Wire, la serie de televisión que los críticos especializados consideran una de las mejores –-si no la mejor– de la historia del medio. A los 45 años, Lehane considera a Richard Price (Clockers) su maestro y a George Pelecanos (King Suckerman) su amigo, su par. Ese trío, además, casi resume la narrativa policial norteamericana actual.
Mystic River, la novela, se consigue en su edición de bolsillo por estos días. Tiene casi seiscientas páginas y se lee como si fueran diez. Lehane posee dos grandes dones como autor de grandes éxitos: un oído impecable y un manejo de los tiempos absolutamente sádico. Los tres amigos han crecido: Dave, el que fue secuestrado por los pedófilos, vive tras una pátina de normalidad con esposa e hijo, pero su psiquis vive en el infierno; Jimmy ya estuvo preso, ya enviudó y lleva una existencia de comerciante próspero, retirado de la ilegalidad; y Sean es policía. El evento central es el asesinato de la hija de Jimmy, una hermosa chica de diecinueve años que se llama Katie. Y a partir de allí, la novela usa la eficacia de la trama para determinar la tragedia: cada cosa que esos tres amigos han hecho en sus vidas lleva a este asesinato, como si la chica fuera el sacrificio inevitable. Esa inevitabilidad de la tragedia hace que Mystic River sea una novela adictiva, pero sumamente oscura, depresiva. Es la visión pesimista del mundo de la novela negra, pero es algo más también: Jimmy, que comienza la novela como un ladrón redimido que ama a su familia, acaba como un matón de barrio, o incluso algo peor, un justiciero conservador, un sheriff; Sean es un policía con mucho carácter, atractivo, pero pusilánime ante la arrolladora personalidad de Jimmy, a quien en el fondo él también considera un héroe; Dave es una víctima para siempre, un hombre que nunca puede dejar atrás a ese chico herido que fue. El micromundo de Mystic River es determinista, opresivo, no hay salida ni posibilidad de cambio, apenas de ajustes parciales, de parches. También hay una observación crítica de la masculinidad y de los códigos barriales donde los que sobreviven son sólo los ricos hombres de negocios que están invadiendo el barrio –que alguna vez fue pobre y peligroso, y ahora se está poniendo de moda gracias al boom inmobiliario– y los jefes de cuadra como Jimmy, un personaje construido para que el lector sienta vergüenza de haberlo considerado un tipo genial.
Después del éxito de Mystic River, Lehane se negó a volver a la fórmula del dúo de detectives y arriesgó nuevamente, esta vez con un thriller gótico, un homenaje tanto a los clásicos del terror como a las películas clase B y las pulp. Shutter Island es rigurosa en la cita, además: el escenario es una isla aislada, en la costa de Boston, sobre la que se alza una prisión para criminales dementes, un hospital psiquiátrico que también es cárcel; el misterio que tienen que resolver los dos detectives enviados a tan inquietante destino es el típico enigma del cuarto cerrado a la Poe y Conan Doyle: una mujer, encerrada por haber asesinado a sus hijos, escapó de su celda en medio de la noche sin que nadie la viera... sólo que la habitación está cerrada por dentro. Una tormenta histórica se avecina, y pronto los dos detectives (Teddy y Chuck) se encontrarán en las mismas condiciones que si fueran investigadores del siglo XIX, sin electricidad ni comunicación telefónica con la costa, lejos de todo y entre peligrosos dementes. Uno de ellos, Teddy, fue soldado en la Segunda Guerra Mundial y lo mínimo que puede decirse de su personalidad es que sufre estrés post–traumático. Su compañero, Chuck, es tan afable que no parece policía. Pronto se va desenvolviendo otra trama que incluye conspiraciones de la Guerra Fría y experimentos psiquiátricos ilegales. Sin embargo, y como en Mystic River, subyacen temas complejos: aquí, el trauma de guerra, la paranoia de la era Bush-Cheney, la negación y, en otro plano, la violencia contra los niños. Lehane suele contar que él trabajó con niños víctimas de abuso antes de entrar a la universidad, y esos relatos aparecen con frecuencia en sus novelas. Aunque ahora asegura que lo va a dejar estar, que se cansó: “Después de Shutter Island, me dije que no quería volver sobre ese tema otra vez. Hay una delgada línea entre llamar la atención sobre un problema y explotarlo. Siento que podría estar tocando esa línea. Y decidí parar”.
El guiño de Lehane al cine negro y al gótico fue adaptado por Scorsese con Leonardo DiCaprio y Mark Ruffalo como los detectives protagonistas; es un thriller algo recargado con final sorpresa que muchos consideraron tramposo, pero en realidad replica el de la novela, que no es una “trampa” sino un apego consciente al género. Para Lehane, Scorsese era el director ideal porque, a pesar de que Shutter Island es su thriller tenebroso, él se considera un novelista social, y considera a Scorsese el director que mejor puede entender su sensibilidad, sencillamente porque lo considera una influencia. “Creo honestamente que, hoy por hoy, la novela policial es la novela social. Si uno quiere escribir sobre el bajo vientre de Estados Unidos, sobre ese segundo país del que nadie quiere hablar, tiene que referirse a la novela de crimen. Ese es el lugar donde ir. Scorsese lo sabe. Sin embargo, yo no consigo verme como un escritor de policiales. No me molesta el rótulo porque no soy un tonto y sé que es el género al que más se aproximan mis novelas. Pero cuando me siento a escribir no tengo en la cabeza hacerlo sobre realidades urbanas, o un quién lo hizo. No trato de seguir la tradición de Chandler o Hammet. Trato de seguir la de Richard Price y Hubert Selby. Estoy lejos de ellos, hago lo que puedo, pero ése es mi camino.”
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