Domingo, 24 de octubre de 2010 | Hoy
Biografía para encontrarme reúne los poemas en los que Mario Benedetti trabajó en los dos últimos años antes de morir, reescribiendo y corrigiendo con el sentido lúcido de estar dando los retoques finales a su último reencuentro con la poesía.
Por Sergio Kisielewsky
Un cruce de caminos resulta este libro, de esquinas que van y vienen en la memoria, de músicas donde las baladas y los tangos resuenan allí como lo indica la tapa. Ahí se recorta una silla de bodegón en Buenos Aires o en Montevideo donde se intuye ese acorde entre muros, donde se ven fotos de los ídolos, donde el silencio también es música; territorio donde los parroquianos tienen una forma particular de ir y venir en la memoria. “Yo manejo el deseo con mis riendas”, dice el poeta con adjetivos que se asemejan a juguetes, luces donde lo cotidiano se vuelve mágico.
Mario Benedetti (1920-2009), uno de los uruguayos más universales y el que escribió uno de los más bellos poemas de amor de nuestro continente, “A la izquierda del roble”, juega aquí sus últimas cartas antes del fin. “Me quedo con el amor por si las moscas”, escribe, y uno como lector se aferra a esa imagen puntual de los caminos yendo y viniendo como un vaivén eterno, su colección de sueños transparentes, los abrazos como candados y el laberinto que de una u otra manera exploran los grandes autores.
Hay en Biografía para encontrarme una ironía constante para sí mismo, un declarar que vale la pena despertar lo mejor de nosotros para dar con los demás, con el prójimo y es lo que en todas las imágenes trabaja el poema “La guitarra” dedicado a su hermano Raúl (“La guitarra llegó como un consuelo”). Suena el libro como una ruta del alma donde coexisten el silencio y el futuro. “Mi país es un río” dice, y es imposible no evocar el gran poema “Adagio a mi país”, que escribió y cantó Alfredo Zitarrosa donde una y otra vez la tristeza construye sentido (“en mi país somos miles y miles de lágrimas y de fusiles”). En una suerte de evocación al límite podríamos ver a Mario y Alfredo sentados en ese bodegón compartiendo una cerveza uruguaya (la mejor del mundo) diciendo poemas en voz alta de Idea Vilariño, poemas al borde del quicio sentados en morro, desplegando ternura. Creemos que está cerca lo lejano, observa el poeta mientras el destino va tejiendo sus últimos pinceladas, Mario está de pie mirando el puerto de Montevideo, las parejas volverán a leer: “No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes/ pero el Jardín Botánico es un parque dormido/ en el que uno puede sentirse árbol o prójimo siempre y cuando se cumpla un requisito previo. / Que la ciudad exista tranquilamente lejos”. O volverán a sentir los presagios de un nuevo día, las jornadas sin amor en la oficina, la lucha contra el tedio y las banderas que por cierto nunca dejó de lado.
Premio Reina Sofía, Premio Internacional Menéndez y Pelayo, ambos de poesía, doctorados honoris causa en diversas universidades de Alicante, La Habana y Montevideo, dan cuenta de algunos de sus logros en su trabajo con las palabras, la maravilla de lo cotidiano y el reflejo de los poemas como susurros al oído de un caminante con sed y ansias de comprender el mundo.
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