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Domingo, 24 de octubre de 2010

Boca de urna

La patria, el padre y una larga diatriba llena de amor y odio, en la original novela de Sibylle Lewitscharoff.

 Por Alicia Plante

Hay distintas maneras de escribir acerca de lo inestable, lo que cambia ocultando hasta último momento la tensión con su opuesto, ese que contiene la verdad insoportable que lucha por aparecer. No es fácil descifrar o definir indudablemente esos sentimientos que van y vienen como la náusea, que oscilan a veces con suavidad, otras violentamente, arriba y abajo, a un lado y a otro, como una cinta caída sobre la superficie del agua. Y en fin, para eso están las metáforas, los sueños, las comparaciones falaces y todos esos subterfugios que sugieren con vehemencia lo que no se puede admitir. Esta historia, Apostoloff, parece la de un rencor que lo tiñe todo, un odio viejo, entretejido en la trama del desprecio, tan enraizado a lo largo de una vida, tan confirmado en la complicidad fraternal que, se piensa, nada podrá modificarlo. Y es en torno de ese odio y sus contaminaciones que surge un relato que nos compromete desde lo estético, desde un humor ácido que salpica todo el libro y desde un estilo aparentemente llano, en realidad sutil e intensamente sugerente.

Los hechos en los que se monta la novela son complicados, como siempre ocurre con la vida: a consecuencia de la expansión estalinista en Europa oriental, en los años cuarenta un ginecólogo búlgaro se exilia en Alemania con varios compatriotas, un hombre interesante que formará una familia, será el buen padre de dos niñas, y eventualmente se suicidará colgándose con una soga de un caño de calefacción del consultorio. Su fantasma, que en ciertas ocasiones se asoma a las hijas como si tuviera algo que decir, arrastra esa soga atada al cuello como la correa de un perro. Su muerte ocurrió un número inexplícito de años atrás, pero hoy esas niñas son adultas y es una de ellas la que narra una historia fuera de lo común, rayana en el absurdo. En realidad lo que cautiva está detrás de ese relato que parece un ancho telón de fondo tendido a través de cinco países, y que las dos hermanas atraviesan, primero en una limusina fúnebre que integra una delirada caravana de restitución a la patria del grupo de exiliados, los cuerpos reducidos mediante procedimientos nuevos para acomodarse en urnas, todos juntos en un monumento impactante y ridículo, como si hubieran sido héroes. Tras la ceremonia, el road movie continúa en un auto común con el cual las hermanas recorren Bulgaria, siempre con la narradora en el asiento trasero y Apostoloff, devenido más que un simple guía y chofer, a cargo del volante.

Las hermanas son diferentes, una modosita, femenina, complaciente. A la otra, inteligente, dura, de una sutil sensibilidad, la acompañamos sonriendo mientras despotrica contra casi todo. Los retratos del padre que imperdonablemente eligió morir y desentenderse de sus hijas, de la madre ocupada sobre todo en fumar y leer sin pausa, de los tíos y los cuatro abuelos, dos alemanes, dos búlgaros, de los otros compatriotas y sus hijos, vecinos de ciudad y de circunstancias sin escapatoria, en realidad pintan el perfil de ella, un personaje entrañable a quien querríamos encontrar en alguno de esos bares, esas playas, esos hoteles donde recalan antes de volver a Alemania en una deprimente exploración turística de Bulgaria, la patria del padre que no reconocen como propia.

Y resulta que lo que le ocurre a la protagonista –concluimos cuando al fin baja la mano y muestra por un instante sus cartas– es que añora al padre, sencillamente y sin sosiego. Es eso lo que la exaltaba todo el tiempo, que lo ama y no lo tiene, que lo extraña y le hace falta. Hasta la madre revisitada se dibuja como un personaje con el cual no había sido del todo justa. Que en realidad, inevitablemente, es su modelo de varias elecciones, por ejemplo la lectura insaciable. Y también la hermana, con su frivolidad y su lealtad sin condiciones, con esas consonancias que los genes, las experiencias y los secretos compartidos en el marco de una larga convivencia labran a pesar de todo, se beneficia en algún momento con sus reconsideraciones.

Evitando con amplio éxito la cursilería, Sibylle Lewitscharoff, una de las destacables escritoras alemanas del siglo XXI, de ascendencia búlgara, nos envuelve en algo tan sencillo y sincero como un acto de amor.

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Apostoloff. Sibylle Lewitscharoff Adriana Hidalgo 338 páginas
 
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