Domingo, 24 de octubre de 2010 | Hoy
Cuentos con filo y ácido que cuestionan desde los tiempos del happening hasta la era del sexo por Internet.
Por Ezequiel Acuña
La ciudad de Buenos Aires se sume en el terror absoluto, el tema se instala en la agenda mediática, los vecinos no quieren salir manejando a la calle, porque cualquiera puede ser un peatón suicida. “Dios me perdone por lo que voy a decir, Oficial, pero parecía como si esa mujer me estuviera tomando el pelo porque separó los brazos y empezó a balancear el cuerpo hacia un lado y hacia el otro como hacen los arqueros cuando les están por patear un penal, y hasta parecía... parecía... que esa mujer lo estaba disfrutando. Entonces cerré los ojos, clavé los frenos y escuché el golpe seco sobre el capot del auto”, declara un automovilista compungido que fue víctima del ataque de un peatón. “Modus operandi”, segundo relato de No vas a ser astronauta, se presenta como la crónica de un raro caso de terrorismo contado al detalle: nombres y apellidos, modelos de los autos, titulares de la prensa, ubicación geográfica de cada accidente, declaraciones y algunas pistas sobre la posible organización secreta que nucleaba a los peatones prontos a suicidarse. Como uno de esos documentales yanquis sobre tragedias doblados a un horrible español neutro, “Modus operandi” deja abierta una gran pregunta: peatón suicida, ¿víctima o victimario?
Pero ése es sólo uno de los notables cuentos que integran No vas a ser astronauta. Ariel Idez, periodista, propietario del blog Mate tuerto, sabe muy bien cómo manejar el ritmo y el salto de géneros en su primer libro de ficción, un volumen de cuentos sólido y bastante entretenido. No vas a ser astronauta se abre con “La falla”, un diálogo corto entre un médico y su paciente que sufre un raro caso de división aguda. Después sigue con el ya mencionado “Modus operandi” para caer en el cuento central del volumen que le da nombre al libro. “Entrás en una página que exhibe fotos de adolescentes amateurs. Tenés treinta años. La edad en la que ya sabés que no vas a ser astronauta.”
Es el momento ácido porno, justo en el centro de todo, un narrador que parece hablarse a sí mismo se desnuda delante de una computadora. A su modo, dando una versión, Idez avanza en cada cuento sobre un tópico. Primero la salud, después la vida en sociedad, y en el centro el sexo, onanista, tecnofílico, un poco cruel y un poco triste.
Para cuando se llega al cuento “No vas a ser astronauta”, todo lector ha sucumbido al encanto del libro. Pero todavía falta la carnicería. De los placeres de la carne, se pasa a “Carne”, el cuento más largo y tal vez el más recordable. Volviendo al lema de atenerse a los hechos y con aspecto documental –en este caso más parecido a una investigación académica– “Carne” se presenta como un análisis retrospectivo de la vida y obra de un extraño pero representativo artista pop argentino de nombre Jorge Manfreddi relacionado a las vanguardias de los ’60, el Di Tella, los happenings y la provocación. Ocho horas por día golpeando cortes de bola de lomo en un restorán en el barrio de Belgrano hacen de Manfreddi un especialista en las texturas y resistencias de la carne. De proletario a artista, del frigorífico a las revistas especializadas de arte y la pluma de Oscar Masotta, Manfreddi es la versión peroncha de Warhol y su obra “Milanesas con guarnición” la contracara de las sopas Campbell. Un cuento irreprochable por donde se lo mire, mordaz y cómico, no tiene nada que envidiarle a la literatura de Cortázar o Aira. Pero sobre todo se despunta el trabajo con la crónica. En tiempos en donde la crónica parece reinventarse y autodestruirse, Ariel Idez –que algo de experiencia tiene con el género– juega a ser cronista en ese permitido umbral entre realidad y ficción.
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