Dom 12.12.2010
libros

Los expedientes SADE

Ordenando el sótano del edificio de la SADE en la calle Uruguay, Alejandro Vaccaro encontró lo que creía eran remitos. Pero no: lo que había en esos más de cinco mil folios era un tesoro inesperado de la literatura argentina. Desde cartas inéditas de Sarmiento hasta una defensa insospechada de Rosas a cargo de Alberdi, pasando por manuscritos de Almafuerte, Carriego y Horacio Quiroga, una carta de amor gauchesco de José Hernández, un borrador de Rubén Darío, la patente del invento con que Roberto Arlt pensaba liberarse del yugo laboral y hasta una desoladora carta de puño y letra que escribió Alfonsina Storni antes de suicidarse en el mar. Mientras se prepara un grupo de especialistas para armar un libro con todo eso, Radar explora algunos de esos tesoros y de paso revisita la discusión sobre esa institución fundada por Lugones, Borges, Quiroga, Fernández Moreno y Ricardo Rojas, cuyas elecciones de autoridades alguna vez fueron un asunto nacional.

› Por Juan Pablo Bertazza

Ahora que vuelve a estar de moda el espionaje, si hubiera que rastrear en la literatura argentina un escándalo equivalente al de Wikileaks, ese sería la publicación del Borges de Bioy Casares. Aquel diario incendiario de 1600 páginas que reunía en el contexto de sus conversaciones de sobremesa patadas al estómago de escritores nacionales como Ricardo Güiraldes, Horacio Quiroga, Manuel Gálvez, Ernesto Sabato, Juan L. Ortiz, Oliverio Girondo, Manuel Puig, y también internacionales como Thomas Mann, Nabokov, Goethe y hasta Shakespeare, es algo así como el Wikileaks de nuestras letras. Filtraciones de una época en la que semejante artillería irónica era capaz de quebrar las relaciones diplomáticas literarias con mucha más fuerza que todas las polémicas actuales juntas.

epigrafela Carta que Alberdi le manda a Echeverria a montevideo, defendiendo la figura de Rosas.

Aunque menos estridente y polémico, pero aun más misterioso y enrevesado, hace algo más de un año, exactamente el viernes 25 de septiembre de 2009, tuvo lugar otro acontecimiento de novela que, por razones muy distintas, también podría candidatearse como la gran filtración de nuestra literatura: un descubrimiento tan inesperado como azaroso que tuvo lugar en el edificio de la SADE de la calle Uruguay. Algo que podría rotularse como los Expedientes Secretos de la literatura argentina, una catarata de 2000 documentos y manuscritos originales de una gama de escritores de primera línea que va desde Sarmiento hasta Alfonsina Storni, los cuales, al mismo tiempo que traen desde el más allá a los popes de nuestra literatura, extrañamente se encargan también de agrandar su mito. Cartas inéditas de Sarmiento escritas en inglés durante su función de embajador argentino en los Estados Unidos; reveladoras misivas de Juan Bautista Alberdi a Esteban Echeverría defendiendo la figura de Rosas; manuscritos de poemas de Almafuerte, Evaristo Carriego y Horacio Quiroga; una carta de amor en la que José Hernández, más gauchesco que nunca, llama a su esposa “chinita querida”; un borrador tachado y corregido de “La marcha triunfal” de Rubén Darío que puede esclarecer la génesis siempre atractiva y confusa de este poema compuesto en 1895; más las joyas de la serie que son, sin lugar a dudas, la patente de invención de Roberto Arlt por su “nuevo procedimiento industrial para producir una media de mujer cuyo punto no se corra en la malla” y la amarguísima y desoladora última carta que escribió Alfonsina Storni antes de adentrarse en el mar. El autor de ese descubrimiento de índole alephiana fue Alejandro Vaccaro, justamente un admirador y especialista de Borges, quien sólo lamenta que, entre esa catarata de documentos, no hubiera casi nada sobre el autor de Ficciones: “Nunca voy a olvidar ese día: haciendo un poco de orden en el sótano del edificio de Uruguay, que la gestión anterior había dejado en ruinas, vislumbré una serie de documentos y me imaginé que eran remitos. Lo primero que vi fue el manuscrito de la carta que José Hernández le escribió a su esposa. Me temblaban las manos, revolvía y por todos lados salía material valioso, yo iba mostrando todo, consultaba, pero nadie sabía de la existencia de esos documentos que, según mis rastreos, permanecieron ahí durante 25 años. En realidad, los fue recolectando el escritor y ensayista español Fermín Estrella Gutiérrez, presidente de la institución desde 1959 hasta 1961, con la intención de crear el museo de la SADE. Seguramente el tiempo que pasó fue aumentando el valor de estos documentos; no sólo porque los años revalorizaron la importancia de escritores como Carriego, sino también porque antes de los años ‘50 a los manuscritos no se les asignaba el valor que hoy tienen”, reflexiona Vaccaro, quien desde hace dos años alterna su rol como directivo de Boca Juniors con su cargo como presidente de la SADE, una institución que había perdido toda solvencia económica: “Para nosotros la palabra esencial de estos dos años de gestión fue reconstruir; cuando llegamos, el edificio de Uruguay estaba destruido y debían más de un millón de pesos, por eso lo querían vender”.

¿Qué significa, entonces, este descubrimiento?

–Para mí es uno de los hallazgos más importantes de las últimas décadas. En primer lugar, creo que habría que separar lo político de lo estrictamente literario. En cuanto a lo político, cuando se cumplió el bicentenario del nacimiento de Alberdi fui a Tucumán con las cartas que encontramos y el rector de la universidad de allá, que es un experto en el tema, me dijo que había cosas que desconocía, como la defensa que hace de Rosas frente a Echeverría; más allá de que el vínculo entre Alberdi y Rosas siempre fue sinuoso y cambiante, estas cartas no pudieron generar en el autor de El matadero otra cosa que repulsión. En cuanto a lo literario, el solo hecho de que se trate de manuscritos de escritores tan importantes aporta mucha información sobre la cocina de su literatura. Lo mejor de todo es, no obstante, lo que va a venir: hay mucho por investigar porque son más de 5000 fojas. Por ahora, estamos llevando distintas selecciones por todo el país, pero el hábitat natural de este documento considero que es el Museo de la Literatura que el Gobierno está construyendo atrás de la Biblioteca Nacional. Además vamos a hacer un libro con el Fondo Nacional de las Artes, para lo cual vamos a seleccionar especialistas de cada uno de los escritores recobrados. Por último, este hallazgo representa claramente las dos Argentinas en las que vivimos: una frívola y superficial que olvida y pierde todo, y otra que va para adelante con sus defectos pero también con memoria y valores; una Argentina que, después de todo, supo conservar muy bien este valioso material.

¿Es posible que estos documentos encontrados puedan cambiar, en cierta medida, nuestra literatura? ¿Son capaces estos manuscritos y cartas de modificar la percepción que construimos acerca de muchos de nuestros escritores fundacionales? Más allá de estos interrogantes que, hasta ahora, van a permanecer sin respuesta, más allá del valor intrínseco de estos documentos que, seguramente, va a terminar de descubrirse con el paso de aún más tiempo, este hallazgo permite reflexionar acerca de un asunto que flota en el aire desde hace años, aunque pocas veces se lo encare de manera directa: el sentido o sinsentido de la existencia de una sociedad de escritores que, en el caso particular de la SADE, supo tener un lugar central en su época, acompañando el desarrollo de la literatura argentina, aunque, poco a poco, se fue deteriorando hasta caer prácticamente en el desprecio o incluso la burla.

Misiva en la que Ruben Dario habla acerca del yanqui Whitman.

Para comprobar ese prestigio y esa chapa basta con reseñar los orígenes de la SADE: fundada en 1928 por Leopoldo Lugones (su primer presidente y en cuyo honor se conmemora anualmente el Día del Escritor en nuestro país), Horacio Quiroga, Jorge Luis Borges (quien fue presidente de la institución en dos oportunidades), Baldomero Fernández Moreno y Ricardo Rojas, su nacimiento surgió a partir de un banquete que un grupo de escritores ofreció el 8 de noviembre de 1928 a los miembros de la Junta Ejecutiva de la Primera Feria Nacional del Libro, celebrada en el Teatro Cervantes. Así como la mesa sirvió de escenario posterior a corrosivos comentarios de Borges a Bioy, hubo una época en que los banquetes eran moneda corriente para homenajear a escritores, protestar contra los resultados de algún premio y también plantear proyectos. El objetivo fue, en este caso, aprovechar el impulso ofrecido por esa primera feria del libro (muy distinta de la que hoy conocemos) para crear un organismo capaz de defender los intereses legales y económicos de los escritores, algo que parece ser, desde siempre, una de las principales falencias de los hombres de letras. Es así que la primera comisión directiva de la Sociedad Argentina de Escritores parece un seleccionado de la literatura argentina de gran parte del siglo XX: su presidente era Leopoldo Lugones, su vice Horacio Quiroga, como secretario estaba Samuel Glusberg, como tesorero Manuel Gálvez, y entre los vocales figuraban Enrique Banchs, Jorge Luis Borges, Leónidas Barletta, Arturo Capdevila, Baldomero Fernández Moreno, Alberto Gerchunoff, Roberto F. Giusti, Enrique Larreta, Ezequiel Martínez Estrada, Pedro Miguel Obligado y Ricardo Rojas.

Consultados, resultan notables las coincidencias a las que arriban al respecto los escritores Abelardo Castillo y Juan José Manauta, aun cuando ambos tuvieron relaciones muy distintas con la SADE.

“Como casi todos los escritores de mi generación, fui socio de la SADE: en ese entonces, publicabas un libro y automáticamente ingresabas. La SADE tuvo en su momento mucho prestigio, especialmente en los ‘60 y parte de los ‘70: de hecho, había una lista de izquierda que se llamaba Acción Gremial que llegó a ganar en Buenos Aires y uno de sus integrantes era David Viñas, que estaba postulado como secretario por ser el escritor joven más eminente de la izquierda, aunque muchas veces haya declarado su escepticismo con respecto a la SADE. Como presidente propuesto de esa lista iba Sabato, que era la única figura de prestigio que podía oponerse a Borges. Ese fue el único caso en que una lista de escritores de izquierda arrasó en Buenos Aires. De hecho, considero que la SEA, más progresista, tomó un poco esas banderas. La SADE te permitía tener un seguro médico y eso que es muy complicado cobrarles las cuotas a los escritores; además, en una época, recibir la faja de honor –que iba en el libro premiado junto a un grabado de José Hernández– era muy importante, a tal punto que algunos escritores aún hoy la incluyen en sus biografías. Se hacía una especie de concurso anual a partir del cual eran reconocidos los cinco mejores libros de cada año: narrativa, poesía, ensayo, etc. El problema fue que, con el tiempo, la terminó ganando casi todo el mundo, de ahí la broma de César Tiempo, “una faja de honor no se le niega a nadie...”, revela Abelardo Castillo quien, aunque aclara no haber tenido demasiado vínculo con la SADE, atesora una anécdota imperdible: “Yo nunca integré sus listas y personalmente no creo en las sociedades de escritores porque es casi imposible hacer un gremio literario. Yo a la SADE fui a recibir la faja de honor por mi libro Las otras puertas, mi primer premio, a tomar whisky y alguna vez a ver a alguna novia, pero nada más. Justamente, el día del whisky lo recuerdo como un gran momento de la SADE: por decisión del comité de El Escarabajo de Oro, el poeta comunista Mario Jorge de Lellis presentó en la vieja SADE de San Telmo Cantos humanos, libro que llevaba una ilustración de Carlos Alonso. Ese día fue notable porque Troilo se había comprometido a tocar en la presentación, el problema era que él sólo tocaba si tomaba whisky. Entonces, como representante del whisky nacional en las letras, crucé a un almacén que había enfrente a buscar una botella: no me la querían vender, pero cuando les dije que era para Troilo no sólo me la regalaron sino que se vinieron conmigo todos los borrachos que estaban en el local. Ya en el patio de la SADE, me agarró Fermín Estrella Gutiérrez, que casi me echa por llevar el whisky”.

Juan José Manauta, ganador en dos oportunidades de la faja de honor por su novelas Las tierras blancas y su libro de relatos Los degolladores, coincide: “Las elecciones de la SADE eran un asunto nacional, algunos seguimos siendo socios fieles hasta que un día se nos dio carácter de socio vitalicio. Por iniciativa de la SADE se hizo la feria del libro, eso hay que computárselo. Fue fundada por gente muy prestigiosa y era un honor ser socio de la SADE, que hay que recordar que vivía del aporte de los socios, la mitad de los cuales por ahí no pagaban”.

una Cartas escritas en ingles de Sarmiento desde Nueva York como embajador argentino antes de ser presidente.

En cuanto a las razones que llevaron a la SADE a la perdición, también parece haber más puntos en común que diferencias: “El prestigio de la SADE se aminoró sucesivamente con los años por la ineficacia de sus directivos con respecto a los problemas reales de los escritores, especialmente durante la dictadura: estaba tan restringida que a cualquier sociedad de escritores le hubiera pasado lo mismo. Aunque es importante destacar que aún hoy conserva gran parte de ese prestigio en el interior del país”, aclara Castillo.

“No había criterio selectivo, aun cuando tu primer libro fuera un verdadero bodrio, inmediatamente te convertías en socio de la entidad. Tal vez por eso su prestigio se fue diluyendo, quizá porque se extendió demasiado: de hecho la SADE llegó a tener 4000 socios, y no creo que la Argentina tuviera, en ningún momento, 4000 escritores contemporáneos, más allá de que en nuestro país la profesión de escritor no existe”, confirma Manauta.

Si ambos escritores coinciden en que la decadencia de la SADE ocurrió durante la última dictadura militar, Vaccaro la lleva un poco más allá en el tiempo: “En los noventa empieza la debacle que se ve acentuada a fines de esa década cuando, durante el fatídico 2001, muere Carlos Paz, el presidente en ese momento, de un infarto en la sede; las razones, a mi entender, tienen que ver con lo económico. Pero no por eso la SADE deja de ser una institución por la que pasaron los grandes escritores de nuestra literatura, no sólo conservadores o de centro sino también de izquierda; todo el mundo se desesperaba por ser socio”, concluye Vaccaro.

Por su parte, Juano Villafañe, escritor y director artístico del Centro Cultural de la Cooperación, difiere en el foco de la cuestión empleado por sus colegas, y hace hincapié en la responsabilidad de los propios escritores, denunciando su desorganización en comparación con otros rubros: “Los escritores argentinos hemos participado irregularmente de las instituciones que nos deberían representar. No tenemos una cultura de la participación y de reconocimiento del propio núcleo social del cual formamos parte. Siempre anteponemos problemas de carácter estético o político parciales. Normalmente los gremios de la cultura suman institucionalmente al conjunto de sus socios para resolver temas gremiales, culturales o reivindicaciones sectoriales. Eso ocurre con otras entidades como Argentores, Sadaic o la Asociación Argentina de Actores. El lugar ideal de la representación no existe por anticipado, se construye”.

En definitiva, el hallazgo de estos manuscritos en pleno corazón de la SADE no hace más que poner en foco las contradicciones, vaivenes y claroscuros de una institución que, a lo largo de su larga historia, defendió y acompañó el crecimiento de la literatura argentina; pero a veces también tomó su nombre en vano.

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