Dom 12.12.2010
libros

Los condenados de la tierra y las ciudades

Dentro de la colección “Los Recobrados”, que selecciona Abelardo Castillo, se publica otra antología de Daniel Moyano que lo vuelve a ubicar entre los mejores cuentistas argentinos. Como en el resto de su obra, Desde los parques y otros cuentos está atravesado por un hilo conductor: la pobreza material de sus personajes y la zanahoria de la movilidad social ascendente que los moviliza, como mito o como realidad.

› Por Damian Huergo

Hace unos días, en este mismo suplemento, Guillermo Saccomanno planteó el retorno de la literatura nacional a la realidad –no como género sino como el inevitable suelo político desde donde se escribe–, consecuencia del cambio de paradigma político que produjo la crisis de 2001 y los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández. En la misma línea, como si fuese una hipótesis ad hoc, habría que señalar el auge de reediciones –en muchos casos impulsadas por editoriales chicas, otro fenómeno de la época–- de autores nacionales y latinoamericanos durante este período donde la literatura light empezó a caer pesada. Kordon, Costantini, Wernicke, Barret, Santoro, Di Benedetto, Urondo, Conti y Briante, entre muchos otros, volvieron a las librerías y tuvieron un lugar en la mesita de luz de muchos chicos que no habían nacido cuando ellos murieron. Entre los “escritores setentistas” rescatados también figura Daniel Moyano. En estos años se editó por primera vez su última novela, Dónde estás con tus ojos celestes (extrañamente inédita durante los trece años que siguieron a su muerte), un volumen de cuentos, y ahora –dentro de la colección “Los Recobrados” que selecciona Abelardo Castillo– se publica otra antología que le vuelve a dar el lugar que se merece en la afamada Liga de Cuentistas Argentinos.

Desde los parques y otros cuentos. Daniel Moyano Capital Intelectual 170 páginas

Como en el resto de su obra, Desde los parques y otros cuentos está atravesado por un hilo, una vena en común: la pobreza material de sus personajes y la zanahoria de la movilidad social ascendente que los hace accionar, sea como mito o como realidad. Los hombres, niños y jóvenes que desfilan en estás páginas no tienen una idea, un trabajo, un hogar del que pueden sentirse parte. Inmersos en una situación de vacío, tanto espiritual como económico, buscan la salvación en una vocación artística como sucede en “Artista de variedades”, en una mujer de otra clase como en “Una partida de tenis”, o en la conversión a trabajadores asalariados en el kafkiano cuento “La fábrica”. En todos estos cuentos el lugar de llegada –amor, arte, trabajo, maternidad, etc.– es un medio para pasar a otro lado. Sin embargo –bien lo supo Moyano, que lidió con el desarraigo y la marginación desde la infancia–, para los condenados de la tierra y de las ciudades, las puertas que abren los llevan a la misma habitación de la que pensaron escapar, tal como sucede en el sugestivo “La puerta”.

Moyano fue uno de los escritores argentinos menos leídos en los ’60 y ’70. Su literatura era más próxima a Rulfo, Kafka y Pavese que a las radiaciones del boom. Al no poder encasillarlo ni como regionalista ni como experimental por la crítica contemporánea, quedó flotando en ese limbo de la indiferencia que, en ciertos cánones literarios, funciona como antesala del olvido. Preso en 1976 por la dictadura, se exilió en España apenas fue liberado. La distancia y el trauma de la experiencia lo alejaron durante años de la escritura y de los ambientes literarios, argentinos y españoles, profundizando el surco de la apatía.

En la actualidad sus influencias se pueden rastrear en la narrativa de Juan Bautista Duizeide. En la prosa de ambos se percibe cierta solemnidad; pero no una intelectual sino vital, de que se están nombrando cosas bravas y es necesario prestar atención y narrar de ese modo. Utilizan un tono cuasi metafísico, hondo, que –paradójicamente– cuenta con mucha piel, transpiración, olor a grasa, sangre y sacrificio, dando a entrever que hablan de cosas que exceden a lo material de la anécdota.

Borges decía que “los escritores argentinos son olvidables”. Daniel Moyano es un ejemplo de que Borges era humano y también la pifiaba. Los escritores –buenos o malos– no tienen como característica propia, esencial, el ser olvidables. En todo caso hay –y estemos atentos que seguirá habiendo– épocas que prefieren olvidar a ciertos autores.

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