Domingo, 15 de mayo de 2011 | Hoy
Aunque pasó bastante inadvertido, uno de los escritores franceses más célebres del momento, sin ser Houellebecq, participó de la Feria del Libro para presentar Correr (Anagrama), una novela sobre el atleta croata Zátopek. Jean Echenoz pertenece a un grupo de escritores que, sin tener un nombre distintivo, siguieron los pasos del Nouveau Roman y el experimentalismo, pero se permitieron explorar formas más relajadas y populares del humor, el fragmento y el relato de vidas literarias. Serio, ecléctico y un poco distante, en esta entrevista Echenoz habla de su obra, del panorama francés y de su pasión secreta.
Por Juan Pablo Bertazza
“Serio” es uno de los adjetivos más usados, pero también uno de los más controvertidos y difíciles de aplicar, mucho más en el ámbito de la literatura. Guy de Maupassant dejó asentado que la meta de un escritor serio no es contar una historia, ni divertir, ni conmover, sino hacer entender el sentido oculto de los hechos; Graham Greene declaró, en alguna oportunidad, que sabía que nunca le darían el Nobel porque “no me consideran un escritor serio”; y Vargas Llosa explicó su traslado a París diciendo que en Perú no podía ganarse la vida como un escritor serio. Pero, entonces, ¿qué es ser serio en la literatura? O, mejor aun, si tenemos en cuenta que la literatura también puede ser un juego y que la palabra “serio” deriva del latín arcaico “seria”, que es el antónimo de “ioci” (juegos), ¿la seriedad en la literatura es una contradicción? Para no rendirnos tan rápido digamos, en todo caso, que el equívoco radica en que la seriedad en la literatura puede referirse tanto a la solemnidad y el aburrimiento como al compromiso y el talento.
Jean Echenoz, quien estuvo hasta hace poco (y por primera vez) en nuestro país en la 37ª Feria del Libro para presentar Correr (Anagrama), su última novela traducida al español, es un escritor serio, y cuesta identificar en cuál de los sentidos lo es. Sobre todo porque una de las características esenciales de su obra es el uso de una fina ironía que no llega a ser humor, una ironía que no parece ser otra cosa que el sutil equilibrio entre la solemnidad y la burla.
Echenoz es eso: un escritor serio dentro de una literatura francesa también seria que, incluso, se toma el humor en serio, es decir, de manera sistemática y coherente (como es el caso de la Patafísica u OuLiPo). El tono de voz, la mirada, la postura, sus respuestas y hasta la circunstancia de haber pasado casi toda su infancia en un hospital psiquiátrico del que su padre era director, transmiten una seriedad que, al fin y al cabo, terminó por transformarlo en uno de los escritores franceses vivos más aclamados por la academia de su país, una institución que suele castigar a quienes se hacen los graciosos, como fue el caso de Boris Vian, denostado luego de que engañara a los popes de la crítica francesa al inventar un autor de policial negro, Vernon Sullivan, alegando que él sólo era su traductor.
Pero la seriedad de Echenoz también es deliberada, voluntaria y tiene su propio big bang: el momento exacto en que se decide a publicar su primer libro, El meridiano de Greenwich, a los 32 años, una edad algo avanzada, teniendo en cuenta que empezó a escribir desde mucho más joven, años enteros acumulando bocetos y borradores demasiado prolijos, demasiado intactos.
“De chico escribía mucho, pero nunca trabajaba lo que hacía, hasta que la influencia de la edad me hizo dar cuenta de que no podía seguir así, debía abandonar el proyecto, tenía que pasar al acto”, recuerda Echenoz, frunciendo el ceño. Resulta interesante lo que esa idea sugiere: un primer libro que marcó la llegada de la seriedad con respecto a la etapa adolescente, pero que a su vez cargaba con algo bastante amateur ya que, según el propio Echenoz, “aunque ganó un premio fue un fracaso comercial, la verdad es que estaba tan contento de ver mi libro publicado que no me di cuenta de que también tenía que vender; después lo comprendí, y a partir de Cherokee la cosa empezó a funcionar mejor”.
Con el tiempo Echenoz logró, efectivamente, una extraña combinación: vender muchos libros, experimentar con su literatura, pero sin olvidarse de generar intriga con un argumento claro para sus lectores. A pesar de que sus novelas no son fáciles de leer, Echenoz es reconocido, en definitiva, como uno de los mejores narradores de historias, y también uno de los más vendedores, entre los novelistas serios de su generación.
La seriedad también se involucra y se entromete en lo que respecta a la relación entre este escritor y la música, es decir, en todo lo que significa la música para este escritor: su infancia estuvo signada por la “música seria” por excelencia, la música clásica: sus padres eran melómanos, sus dos abuelos tocaban el piano y él creció escuchando a Ravel. Además, desde adolescente toca el contrabajo, uno de los instrumentos que produce los sonidos más graves, a tal punto que por esa razón, hasta hace poco tiempo, no se lo utilizaba en los conciertos como instrumento solista. “Es cierto que en una época traté de hacer música, toqué mucho tiempo el contrabajo, pero de una manera amateur. Sin embargo, como era joven y pretencioso, pensaba que algún día llegaría a ser el mejor en eso.”
Las declaraciones de Echenoz hacen pensar en la idea de que un escritor, a veces, puede esconder un músico fracasado (“varias veces lo pensé”, confirma) o, al menos, que ser un músico serio es mucho más difícil que ser un escritor. “Sucede que el músico tiene una actividad social y un escritor no está obligado, yo de hecho rechacé un poco eso; la persona que escribe puede quedarse en su casa, como Maurice Blanchot. El músico, en cambio, tiene que mostrar su cuerpo, y por eso lo considero uno de los oficios más difíciles del mundo. El pianista concertista, por ejemplo, tiene que hacer, frente a su público, algo nuevo con algo que ya está hecho, sedimentado, y yo pude comprobar que todos ellos, por más experiencia que tengan en la materia, ante el inicio de cada concierto se mueren de miedo. Claro que escribir tampoco es fácil, implica sufrimiento. De todos modos, es el placer y no el sufrimiento lo que te lleva a escribir, pero algunos días son realmente angustiantes. Lo más difícil es cuando algo no sale; para la escritura no hay un aprendizaje ya hecho, siempre hay que empezar de cero: si uno construye una mesa, sabe que necesita cuatro patas y madera, en cambio con la escritura siempre es distinto; y cuando uno ya escribió algunos libros, justamente lo que no tiene que hacer es repetirse”, describe minucioso Echenoz, y es algo que él mismo pone en práctica en su obra, un cambio permanente que consiste en cultivar géneros para transgredirlos, encontrar los resquicios de lo probado para seguir intentando un poco más, para llegar más lejos.
En sus primeras novelas, Echenoz tomó prestada la estructura básica de una variedad de géneros probados, transformándolos de acuerdo con sus propios moldes y propósitos, explotando su potencial hasta una ironía al borde de la parodia. Sus primeros libros, El meridiano de Greenwich y Cherokee juegan, en efecto, con las convenciones de la novela de detectives. En La aventura malaya y Nosotros tres abreva en la novela de aventuras, tomando gente extraordinaria en situaciones extraordinarias, pero también ironizando esas estructuras a varios niveles. En otros textos, los préstamos son menos obvios, como es el caso de Rubias peligrosas (que toma el mundo de la televisión y el cine glamoroso de rubias de Hollywood) y Me fui, libro por el que fue premiado con el Goncourt, el premio literario más importante de Francia, y donde sigue las huellas del humor metatextual de Calvino y Borges. A propósito, cuando se le pide que responda en serio si es un asiduo lector de la literatura argentina, su respuesta tal vez se encuentre entre una de las más sinceras que haya dado un escritor extranjero en nuestro país: “Está bien, voy a decir la verdad. No conozco muy bien la literatura contemporánea en todo el mundo, pero la verdad es que conozco la obra de muchos escritores argentinos como Borges, Cortázar, de quien leí Las armas secretas, un poco de Bioy Casares, ésas fueron lecturas muy importantes, pero del pasado, yo tenía veinte años, las leí con mucha más atención que la literatura de otros lugares del mundo; pero de lo que se está escribiendo ahora no tengo idea”.
En los últimos años, claro, Echenoz se inclinó por las biografías ficcionalizadas, prácticamente un género inventado por él y que, en cierta forma, remite a Vidas minúsculas de Pierre Michon, en realidad ambos escritores tienen su deuda con el gran Marcel Schwob de Vidas imaginarias. El primer libro en que Echenoz ensayó esta nueva forma literaria fue, justamente, Ravel; si bien el fanatismo y el gusto por la música no se volvió una profesión, al menos terminó incorporándose en forma de tema a su literatura con una de sus obras más vendidas que, además, marcó un verdadero quiebre en su carrera: “El libro sobre Ravel fue en cierta forma un accidente, porque primero iba a aparecer simplemente en una ficción y al final ocupó todo el terreno”. Luego llegaría Correr, que cuenta la vida del extraordinario pero torturado atleta croata Emil Zátopek, usado y descartado por el régimen comunista: “No fue un libro muy difícil, el más complicado de todos fue Ravel; pasé mucho tiempo buscando documentación y haciendo algo que nunca había hecho, quiero decir, escribir sobre una vida real, ser fiel con respecto a eso y además ficcionalizarla. Ravel es un libro que abandoné dos veces; ese equilibrio de fidelidad biográfica y libertad de ficción me permitió escribir más rápido Correr, los obstáculos que se fueron presentando fueron menores”, explica Echenoz, quien reconoce haber leído, aunque poco después de terminada su novela, De qué hablo cuando hablo de correr de Haruki Murakami.
“Algunos libros de él me parecen magníficos y en otros se nota que tiene tanto talento que no lo puedo seguir, son libros menos controlados, con más contenido onírico, que me llegan menos. Quería escribir algo sobre una leyenda deportiva, no sabía mucho de él, me sonaba su nombre y me documenté bastante, pero también me fui enterando de cosas de su personalidad, de su vida, la dependencia de su vida con respecto al sistema político en el que vivía.”
Finalmente llegó Des eclairs, otra historia de vida literaria, en este caso sobre el ingeniero e inventor Nikola Tesla, libro que pronto será publicado en español y que concluye entonces la trilogía de biografías ficcionalizadas por parte de un escritor que, reconoce, no gusta de leer biografías: “La vida del inventor es realmente la última, podría seguir trabajando ininterrumpidamente este género, pero eso me instalaría en un proceso, un sistema y prefiero siempre aventurarme hacia algo distinto”.
Tal vez uno de los datos que ayude a explicar esa extraña combinación de buenas ventas y experimentación, de escritor entre popular y académico, de escritor serio pero no solemne, tenga que ver justamente con la singularidad de este creador en una literatura que siempre se caracterizó por la formación de grupos y, sobre todo, tiene que ver con su título de gran heredero del, tal vez, último movimiento literario erigido en Francia, el Nouveau Roman de Alain Robbe-Grillet y el Premio Nobel Claude Simon, entre otros. Una corriente fluctuante que tenía como meta común un tratamiento novedoso a la hora de narrar, oponiéndose especialmente a la novela tradicional decimonónica. Un objetivo que podría resumirse con el slogan “más exploración de la conciencia y menos descripción” o, mejor aun, “más Flaubert y menos Balzac”. Además de que Echenoz es un fiel admirador de Flaubert, constituye algo así como el líder de un movimiento sin nombre, casi sin atributos que empezó a funcionar en Francia en la década del ‘80, una generación también liderada por Toussaint que, sin perder l’air intelectual y cierta obsesión por la forma de sus predecesores, se permitía relajarse algo más que Robbe-Grillet y sus secuaces. Una generación que, a falta de un nombre mejor (algunos la llaman minimalista) podríamos llamar post-Nouveau Roman: “Cuando yo empecé a escribir, los escritores del Nouveau Roman ya no eran jóvenes, tenían la edad que yo tengo ahora. Por ese entonces también estaba Patrick Modiano haciendo cosas interesantes, y un escritor que me olvidé de nombrar por estos días, George Perec, un creador, un inventor, mucho más singular que los demás. Después llegaron Pierre Michon, yo empecé a escribir en el ‘79, y su primer libro es del ‘85, soy muy amigo de él, sobre todo porque escribimos cosas muy distintas y no nos molestamos; Houellebecq, que también llegó más tarde y cuyo primer libro estaba muy bien. La literatura francesa siempre funcionó en grupos, el último grupo fue el de Nouveau Roman, después en los ‘70 apareció el grupo Tel Quel, y esos grupos siempre contaron con un publicista, alguien que les daba voz. Pero luego eso dejó de pasar”, confirma interesado Echenoz.
Lo notable es que la mítica editorial Minuit, fundada por Jean Bruller y Pierre de Lescure en 1941, la misma que promovió el Nouveau Roman de Duras, Robbe-Grillet, Butor, Pinget y Claude Simon, apostó a partir de los ‘80 por quienes consideraban los sucesores de la nueva novela. Con esta editorial que funcionó clandestinamente hasta la Liberación, publicando obras de escritores de la Resistencia y escapando así a la censura de Vichy, Echenoz tiene, obviamente, una historia personal: “Cuando empecé a escribir, Editions de Minuit me parecía la mejor casa editorial, al punto que no osé darles mi primer manuscrito. Pero como todos los otros editores me lo rechazaron, me vi obligado a reencontrarme con aquello que quería desde un principio y donde me siento bien desde hace 30 años”.
Una historia que tiene su broche de oro en el año 2001, cuando tras la muerte de su editor Jérôme Lindon, director de Editions de Minuit desde 1948, y ahora sucedido por su hija Irène, Jean Echenoz le dedica un homenaje connmovedor: la publicación de un libro –¿una biografía?– llamado justamente Jerôme Lindon, mi editor; tal vez el único caso en que un escritor se declara tan abiertamente honrado por su editor, en un contexto en que esa relación –Carver y Lish sin ir más lejos– parece más dominada por el espanto que por el amor.
Por juego de palabras, o por asociación de ideas, tanta mención al Nouveau Roman contribuyó a que Echenoz, uno de esos escritores verdaderamente fóbicos a la hora de hablar sobre sus proyectos literarios, tal vez por la importancia que le da justamente al cambio y a los volantazos en su trayectoria, finalmente diera algunas pistas sobre sus nuevas novelas. “No digo nada de los libros que escribo, sólo te voy a decir que ahora intento trabajar sobre la historia, trabajo en un texto construido en un período histórico determinado. Hasta ahora, casi todas mis novelas sucedían en el momento en que fueron escritas, por eso en mis primeros libros hay objetos vetustos y obsoletos como teléfonos y autos; ahora quiero salir del presente y escribir algo sobre el pasado, no te voy a decir nada más”, se explaya con demasiadas reservas Echenoz, y cuesta entender si esa parquedad responde a un impulso supersticioso, a su método de trabajo o incluso a su misma seriedad.
“No es superstición, simplemente no le puedo mostrar a nadie lo que escribo hasta que esté terminado. Justamente, como está en obra, en proceso, es algo abominable, impresentable. Por otro lado, es cierto que detesto trabajar con gente”, concluye este escritor serio. Y tan parecido a los humoristas que, al momento de hacer un chiste, nunca se les escapa una sonrisa.
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