Una exploración poética en torno de la pérdida del padre.
› Por Juan Pablo Bertazza
Extravío, vigilias, invade, vagones, vacío. Hay libros que cuentan con una letra capital y, sin lugar a dudas, la de esta obra es la “V”. Alejandro Archain, que dedica esta obra al gran editor José Luis Mangieri, traza en Deriva –título despojado y abismal que, ni siquiera, ofrece el bastón de la cita a Quiroga– un panorama de la perdición total y consecuencia inmediata, la vuelta a los orígenes: la deriva que es perder el rumbo pero también proceder, venir de algo o de alguien.
Un tren que parte a las cinco es el gran leitmotiv, un tren que se confunde con el río (que también parte, que también descarrila), con un barco y con cualquier metáfora de la fatalidad temporal que desemboca, inexorablemente, en el gran puerto común: la muerte.
Deriva es, también, el viaje que emprende el hombre después de la muerte del padre: “una manera de viajar hacia delante/ yendo hacia atrás”, dice Archain en el verso más grandioso y desgarrador de este libro.
Como el viaje en tren, la vida no es más que eso: un constante ir hacia delante en el que, sin embargo, y como Orfeo tras “recuperar” a Eurídice, no dejamos de mirar atrás: ante cada ausencia (“que ninguna voz puede nombrar”), ante cada muerte, la incertidumbre, la desesperación, la deriva: “El viaje hacia atrás no es nítido/ y se refleja en el vidrio/ del tren empañado”.
Con aliento poético pero sin ninguna artificialidad, un léxico cotidiano pero revelador y un estilo anclado con sumo equilibrio entre el Manrique de Coplas por la muerte de su padre y el Discépolo de “Cafetín de Buenos Aires”, Archain logra con este volumen de 62 páginas un efecto similar al que le atribuye a la muerte: “Crear una eternidad que devora el ahora”.
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