ENTREVISTA
Resistir, ella dice
Ganadora de la última edición del premio Sor Juana Inés de la Cruz, la tucumana Ana Gloria Moya explica de qué habla Cielo de tambores y por qué en la literatura que le interesa el género importa poco.
por Patricia Chaina, desde Guadalajara
La exclusión social y el olvido son los dos destinos, inexorables, a los que se enfrenta María Kumbá, mulata, vieja, y sola, al recrear su historia la noche de su muerte, en Cielo de tambores. Su relato introduce la ficción en el marco histórico bajo el cual la escritora tucumana (de residencia salteña) Ana Gloria Moya diseñó su novela, ganadora del premio Sor Juana Inés de la Cruz de 2002, que le fue entregado en la XVI Feria Internacional del Libro de Guadalajara, México. Así, junto a las placas de honor de otras premiadas con esa distinción como Elena Garro o Laura Restrepo, se encuentra ahora, en la glorieta Chapalita de Guadalajara, la que recuerda a esta “escritora y abogada salteña”, como se define Moya en charla con Radar libros.
–María es de la raza yoruba, etnia que mayormente traían los barcos esclavistas y poseedora de un sincretismo religioso riquísimo. Su base es el amor y la magia: eso los ayudó a sobrevivir y, a veces, a elegir la muerte como forma de liberación.
Esas nociones dan forma a Cielo de tambores, novela ambientada en las luchas independentistas del 1800, comandadas por Manuel Belgrano al frente del Ejército del Norte. Antes de ésta, Moya había publicado dos libros de cuentos, también premiados: Sangre tan caliente y La desmemoria.
Puesta a revisar los caminos que la condujeron al Sor Juana, Moya destaca la ascendencia negra legada por una abuela. Y la intención de rescatar la historia de los negros en nuestro país, sepultada bajo cien años de olvido, un olvido que la autora encontró evidente durante la larga investigación histórica en la que rastreó los datos que soportan la ficción en Cielo de tambores.
Para Moya, el olvido como una forma de violencia es una de las premisas que signa la construcción de su novela.
–El libro cuenta qué pasó con los negros en la Argentina, donde tuvieron corta vida, primero porque fueron carne de cañón, ya que pardos y morenos eran batallones de primera línea en las Guerras de la Independencia, y también los raleó la enemistad con el gaucho. “Se extinguieron”, aun cuando aquí se abolió la esclavitud antes que en otros países. Por esa época, y quizá como última rebelión de la raza llevada a cabo por las mujeres, había también una bajísima tasa de natalidad, y una alta tasa de mortalidad infantil. Hasta los vientres se secaron, podría decirse, al no soportar vivir en cautiverio. Una actitud estoica que parece demostrar, como la vida de Sor Juana, un mensaje revelador y actual: para alcanzar los deseos más profundos es inevitable pagar el peaje del dolor.
¿Qué significado asume Sor Juana en su formación literaria y en la construcción de una cosmovisión del mundo ligada a la mirada femenina?
–Me acerqué a sus textos en el secundario. Juana era frágil pero invulnerable. Siempre me apasionó. Y que haya resignado todo, no tanto por vocación religiosa, sino por ansias de conocimiento, es admirable. Entendió el renunciamiento y admitió su precio: entrar muy joven a una orden religiosa para que trascendiera su escritura.
¿Cuáles son, según su criterio, los elementos que definen a la llamada literatura femenina latinoamericana, tan de moda en los últimos años?
–Creo que la literatura no tiene género, pero es claro que las mujeres tenemos algo que decir y que hay lectores dispuestos a escucharnos. Saber que se puede engendrar vida marca una diferencia. Lo femenino suaviza aristas, convoca, cobija. Puede detenerse en detalles, y aunque escritores como García Márquez lo hacen muy bien, eso es patrimonio de la mujer.
¿Escribió Cielo de tambores pensando en una lectora mujer?
–Pienso en un lector universal, que trasciende al género. En mi novela se entrelazan la voz de María y, como contraposición, la de un periodista provinciano y mestizo. Plantear hoy lo genérico como conflicto entre femenino y masculino es desconocer al enemigo. El dolor, la muerte, ladesdicha, son universales. Como la violencia o el desempleo. El sistema se nutre de víctimas sin distinguir hombres o mujeres.
¿En ese contexto, qué lugar le asigna su literatura, acotada hoy a la literatura de mujeres?
–Puede parecer menor hablar de literatura ante la desnutrición o el desempleo. Sin embargo, el arte es y debe ser nuestra última trinchera de resistencia que, repito, no tiene géneros. Así como hay una desnutrición física también hay una espiritual. Pero el espíritu sigue siendo libre y tenemos que concretar los sueños, seguir luchando por una patria que es fruto del esfuerzo de tanto heroísmo anónimo: ellos no la conocieron, era solo una patria presentida. Luchar por eso es nuestra obligación hoy.