EN EL QUIOSCO
LA CARNE VIVA
Los deseos oscuros y los otros
Luisa Valenzuela
Grupo Editorial Norma
Buenos Aires, 2002
246 págs.
por Pablo Pérez
Estos cuadernos fueron escritos en Nueva York entre los años 1979 y 1982, según Luisa Valenzuela, “fecha arbitraria esta última porque permanecí siete años más en Nueva York, y viajé a Buenos Aires para festejar el retorno de la democracia”. Arbitraria y sin embargo sugerente. Los deseos oscuros y los otros comienza con el autoexilio de la escritora –que decide no escribir más en su país por temor a poner en peligro a sus lectores–, y culmina con el fin de la dictadura militar.
A su vez estos textos parecen también exiliados de la obra literaria y ensayística de su autora, que aborda directa o tangencialmente los problemas con que se enfrenta “la tríada mujer/ literatura/ política”, conflicto sobre el que extiende en uno de sus artículos (“Lo que no puede ser dicho”, publicado en 1997): “Más allá de la crisis de lectores, parecería haber un rechazo visceral por las obras de calidad escritas por mujeres que aluden, aun en forma indirecta, al período de la dictadura militar, los años de plomo que van de 1976 a 1982”.
Estos textos parecen exiliados de la obra literaria de Luisa Valenzuela desde el momento en que la autora los define como “textos personales no pensados para el ojo de alguien, anotaciones al margen de aquello que algunos llamarían la vida y que sin embargo ahora siento hechos de su más pura y cruda sustancia”. También dice de ellos que son “casi como canastos de papeles de algo que se quiere apartar de la mente para poder entregarse en plena libertad al ejercicio de la literatura”.
Es por esto que podemos considerar Los deseos oscuros y los otros más como objects trouvés que como obra literaria. La autora se encuentra con estos cuadernos veinte años después de haberlos escrito “con el cuerpo” y decide mostrarlos. Decide mostrarse en su intimidad, en la que lo más importante resulta ser el amor –del que es una presa a pesar suyo y del cual, también a su pesar, pretende huir–; los amantes y por encima de todo, el sexo.
Quedamos frente a estos textos como voyeurs invitados, asistiendo a la vida privada de una mujer que, ante el abismo del amor, prefiere gozar del sexo con sus múltiples amantes. “Los cientos de millones de espermatozoides mojados por mis jugos los dono a las subterráneas cloacas de esta ciudad de vivos, a las ciegas cloacas vivas donde merodean los caimanes ciegos.” Valenzuela ya sabe que en materia de sexo todo puede decirse y arenga a las mujeres: “Es hora de que hablemos de sexo, descarada, pero no descarnadamente. Bien carnoso, sí”. Por la crudeza y fascinación con que describe sus hazañas sexuales y las pijas de sus amantes, este diario podría asociarse a las memorias y novelas de varios escritores gays: “En una de esas soy más un gay que una mujer: el hombre no deja de parecerme un objeto erótico. Un bello pito es una obra de arte, qué duda cabe”. Pero Valenzuela es una sabia mujer y, no tiene por qué dudarlo, rara vez un hombre (gay o no) usa la palabra “pito”.