Domingo, 27 de noviembre de 2011 | Hoy
Como en anteriores oportunidades, Stephen King ha recopilado una serie de relatos y nouvelles. Esta vez, el hilo conductor y el revés de las tramas tienen que ver con el horror de la vida cotidiana y su expresión social más frecuente: el matrimonio.
Por Mariana Enriquez
Stephen King es un narrador prolífico, pero su fecundidad es casi exclusivamente de novelista: desde su debut con Carrie en 1974 ya ha firmado cuarenta y cinco novelas. Es más bien raro que publique cuentos y muchísimo más que les dedique un volumen a sus nouvelles, como sucede ahora con Todo oscuro, sin estrellas, tercera recopilación de novelas cortas después de Las cuatro estaciones (1982) y Las cuatro después de medianoche (1990), que recogían algunos de los mejores textos de su carrera, como “El cuerpo”, “Alumno aventajado”, “Rita Hayworth y la redención de Shawnshank” y “La ventana secreta, el jardín secreto”, entre otros. Las nouvelles de Todo oscuro, sin estrellas no están a la altura de aquellos relatos clásicos, pero se encuentran entre lo mejor que ha producido King en los últimos años.
La colección comienza con “1922”, un relato que, afirma King, está inspirado en Wisconsin Death Trip, de Michael Lesy, un libro de fotografía publicado en 1973 que recopila fotos de fines del siglo XIX tomadas en el pueblo de Black River Falls, Wisconsin, acompañadas de noticias periodísticas de la época. Y resulta que, según toda esta evidencia, Black River Falls es una especie de pueblo de los malditos: las fotografías son absolutamente inquietantes, llenas de pobreza, aislamiento rural y un indisimulable toque de locura; las noticias hablan de mujeres que se pasean con bebés muertos por la calle principal, sobre suicidios, incendios e incendiarios, una cantidad desproporcionada de crímenes. King toma ese ambiente, avanza veinte años y lo ubica en Hemingford Home, Nebraska. Allí el granjero Wilfred James asesina a su esposa por dinero –por unas hectáreas de tierra, en realidad– en complicidad con su hijo preadolescente. Y, desde entonces, la mezcla de culpa y crisis económica arruina la vida de los asesinos hasta límites sobrenaturales. “1922” es un relato en forma de confesión, morboso en sus detalles, conmovedor de a ratos, con una reconstrucción de época muy convincente y un manejo del suspenso perfecto.
“Gran conductor”, la siguiente nouvelle, es más precedible: una escritora de policiales livianos va a dar una conferencia a un pueblo vecino y, en el camino de regreso, es violada y dejada por muerta por el conductor de un camión; cuando logra escapar, planea y ejecuta su venganza. King suele manejar muy bien el escenario de la mujer acorralada: ya lo hizo en Cujo (1981), en El juego de Gerald (1992) y en el notable cuento “La chica del pan de jengibre” (2007). Pero aquí la venganza y su catarsis no funcionan del todo bien: es un típico caso de King en piloto automático. Con “Justa extensión”, sin embargo, vuelve a afinar la puntería: se trata de una versión del Fausto en la clase media norteamericana. La mezquindad y la banalidad del favorecido en el pacto maldito es quizá lo más terrorífico de un relato cruel y brillante. “Un buen matrimonio”, por último, está basado en el caso de Paula Rader, la esposa del asesino serial Dennis Rader, que en sus treinta y cuatro años de matrimonio jamás notó que su marido asesinó y torturó a diez mujeres. Lo más notable de “Un buen matrimonio” es que King apenas menciona los crímenes, es pudoroso como nunca con los detalles de horror y violencia y se concentra en la sucesión de días y noches, rutinas, alegrías, tolerancia y cotidianeidad de la vida en pareja. Y al ubicar “Un buen matrimonio” al final y dedicarle esta colección a Tabitha, su esposa desde hace cuarenta años, se revela el tema común de los mejores relatos de Todo oscuro, sin estrellas: el matrimonio. Cada nouvelle es un estudio del amor, la costumbre y la violencia de la vida en común; en la edición inglesa de Todo oscuro... se incluye el relato breve “Under The Weather”, un cuento sencillo sobre un hombre que no puede aceptar la muerte de su esposa y la conserva, pudriéndose, en la cama; el hombre no es un perverso, es un negador: sencillamente decidió que ella está durmiendo. Y es la sencillez lo más aterrador de los relatos de Todo oscuro, sin estrellas, que en general evitan lo sobrenatural. Como en el mejor King, aquí el horror es la risa irritante de la esposa borracha, quedar en bancarrota por no poder pagar el tratamiento para el cáncer, la infelicidad de los hijos, el esposo que esconde revistas de sadomasoquismo –y quién sabe qué más esconde–. El horror es cada trillado detalle cotidiano, cada pedazo de vida que, si se desmorona, puede ser el derrumbe hacia una existencia infernal.
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