Domingo, 27 de noviembre de 2011 | Hoy
La obra de un poeta brasileño que buscó convertir el lenguaje en una construcción reflexiva sobre la naturaleza, el paisaje y la tierra que le tocó habitar.
Por Mario Nosotti
Dentro del grupo de los clásicos de la poesía brasileña del siglo XX, Joao Cabral de Melo Neto ocupa un lugar especial. Corrido del subjetivismo empático de un Drummond de Andrade o de un Bandeira, su sentimiento del mundo opera siempre a partir de una cierta distancia. Dirá en una entrevista: “Soy un poeta constructivo, no un poeta espontáneo. Para mí la poesía no es una válvula de escape, es el deseo de construir algo que no tenga nada que ver conmigo. Escribo por carencia y no por exceso”. Esta actitud de observador disciplinado, escrutador de espacios y de formas –Cabral era un apasionado de la arquitectura y las artes visuales– busca hacer del poema un artefacto capaz de dar cuenta del modo más directo posible de eso que el poeta llamó “lo real más espeso”.
Nacido en la ciudad de Recife en 1930, la vida nordestina será determinante a lo largo de su obra. El perro sin plumas, que Leviatán publica en edición bilingüe con prólogo y traducción de Raúl Santana, es un largo poema que sigue el recorrido del río Capibaribe atravesando la ciudad natal del poeta hasta llegar al mar, dando cuenta de sus transformaciones, su implicancia en la vida de los hombres. El poeta recuerda pero no rememora; aquél río respira en su memoria “como un perro vivo / dentro de una sala”. Esta elección extraña de comparar al río con un perro –en otros casos será una espada líquida– tiene que ver con esa opción consciente de adentrarse en el denso misterio de todo lo corpóreo, de lo opaco y lo vivo inmediato.
Con el ojo de un documentalista inspirado, Joao Cabral va contando lo que ve su memoria. Observa la deriva de su objeto y, paradójicamente, es ese tono medio, mesurado, lo que impacta vivamente en quien lo lee.
Como el río, el poema discurre con un ritmo pausado, volcándose en la escucha de lo mismo, conquistando el terreno y estancándose a veces para poder dar cuenta del sitio donde pasa, “algo de la inercia del hospital, de la penitenciaría, de los asilos / de la vida sucia e irrespirable // por donde el río se vino arrastrando”. Ese avance esforzado, hecho con elementos recurrentes y con repeticiones, crea un efecto hipnótico. A su vez, es la metáfora de los hombres que subsisten en los márgenes, luchando cada día en esa confusión donde “es difícil saber /dónde comienza el río / dónde el lodo / dónde el hombre”.
El tono antirretórico, las imágenes precisas y directas, dan cuenta del afán comunicativo, la voluntad de acceso a lo inmediato que impulsa este discurso. Las metáforas y las comparaciones se erigen a partir de objetos materiales, no de ideas o emociones abstractas, y quizás es por eso que sorprenden en su simplicidad aparente, su crudeza infantil. El poeta bucea en la forma de ser de lo vivo traduciéndola al cuerpo del poema, donándole su genio. Si en un primer momento uno podría pensar que la de Joao Cabral es poesía sin metafísica, muy pronto se comprueba que lo que hace el poeta es mostrar que lo físico está hecho de lo insondable, que la distancia habita la apretada materia, que el objeto concreto puede ser la mayor abstracción. Las cosas no terminan en su cuerpo visible, limitado por nuestra lógica utilitaria, sino que se prosiguen allá hasta donde alcance su sed de afectación.
Cabral de Melo Neto murió en Río de Janeiro en 1999.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.