Domingo, 27 de noviembre de 2011 | Hoy
Con un punto de partida autobiográfico hasta la médula, Reinaldo Laddaga no puede sino desembocar en una ficción desgarradora sobre la figura del padre, un escritor en busca desesperada de un solo lector.
Por Fernando Bogado
Heredar el oficio paterno siempre fue un tema complicado. En principio, en la niñez, ese héroe impenetrable que constituye “papá” nos invita a una rápida identificación con su quehacer: los dibujos del chico en cuestión estarán plagados de valijas, herramientas o algún que otro instrumento relacionado con su trabajo. Ya de grande, el adolescente rechaza con todas sus fuerzas la herencia laboral del “viejo” y trata de hacerse de una vida que esté en los antípodas, con el gesto rebelde de quien quiere llevar la contra con el único fin de sentirse alguien diferente. La escena es clásica, de manual: pasamos de la identificación al aborrecimiento, y aunque la descripción de todo este escenario es claramente demodée, no por eso deja de tener vigencia en la vida de más de una persona, en el trabajo de más de una obra literaria, en la insistencia de más de un mandato: Reinaldo Laddaga, en Un prólogo a los libros de mi padre, retoma el tópico de las complejidades de la relación con el progenitor no porque quiera revisar un lugar común, no porque quiera alterarlo, sino porque no le quedó otra, prácticamente.
Eso pensaba el joven Reinaldo todas las mañanas cuando su padre, en pleno desayuno, decidía leerle las páginas que había producido la noche anterior con el objetivo de escuchar su comentario y, sobre todo, ubicarse con fuerza frente a la mirada de su hijo como un escritor. Es claro, lo dijimos: no le quedaba otra. Densas y torpes historias que difícilmente sean entretenidas o siquiera interesantes para algún lector, afirma el hijo, hoy, mucho tiempo después del temprano fallecimiento de su padre y con la perspectiva de un crítico aplicado al texto que trata de observar los logros y fracasos de tal o cual pieza. Y la verdad, la certeza es ésa: su padre murió por falta de lectores y el hijo, dedicado a lo mismo, sabe dentro suyo que no tener nadie que lea lo que escribís es la más terrible de las posibles causas de un deceso.
Libro más literario que ensayístico (ese ahondar en la propia biografía difícilmente sea privilegio del argumento ordenado), Un prólogo a los libros de mi padre, en sus breves páginas, dibuja toda una historia personal, íntima, terrible, que impacta en la sensibilidad de cualquier lector: desgarra, ésa es una palabra un poco más certera.
Reinaldo Laddaga, el padre, sí, con el mismo nombre del hijo, aparece por momentos como el reflejo oscuro del autor: alguien que se refugió en sus últimos años en la escritura, separándose de su familia (creando un cuarto especial para el distanciamiento), teniendo accesos de violencia que aún dejan marcas complicadas en el recuerdo del segundo Laddaga, pasando a sus novelas fragmentarias (con títulos como “Los parientes” o “Aventuras de un escritor aficionado”), las cuales vuelven sobre hechos de la propia vida para “ficcionalizarlos” y ponerlos en lugares diferentes, como una confusa Río de Janeiro, pero que para un conocedor de los detalles profundos como el propio hijo no escapan de una terrible referencia personal. Desde los detalles de la propia vida del observado, como su frustrada carrera de músico y de futbolista, hasta cierto éxito como arquitecto/contratista y profesor de la Facultad, pasando por una notable descripción de la vida en Rosario, ciudad que se mide en más de una oportunidad con la propia Nueva York, las páginas de Un prólogo... capturan los intentos de alguien por querer entrar, cueste lo que cueste, a la literatura: las cosas que deja atrás, los detalles que olvida, casi como si escribir fuera esa enfermedad que tantos textos teóricos señalan, y el diálogo de un hijo con la complicada herencia paterna.
Reinaldo Laddaga (¿Jr.?), autor de trabajos como Espectáculos de realidad (2007) o el reciente Estética de laboratorio (2010), profesor de la Universidad de Pennsylvania nacido en Rosario en 1963, logra en esta obra tomar algo totalmente propio como el recuerdo de su padre y transformarlo no sólo en un comentario crítico que pone en escena el costado personal de cualquier análisis, sino que vuelve ese mismo gesto en un intento novelesco, literario por, efectivamente, prologar una obra completa que nunca veremos publicada: la de RL, tal las siglas con las que el autor identifica a su padre, tal el sello del complicado destino. Es que el libro, de manera magistral, deja lo que muchas veces la relación con cualquier figura paterna deja: un sinsabor.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.