Violencia de la tierra y violencia del lenguaje. ¿Cómo narrar la violencia o cómo sustraerse a ella? Estos y otros interrogantes no faltaron en el Encuentro Centroamérica y México: la lectura violenta, que acaba de realizarse en el Centro Cultural de España en Buenos Aires (Cceba). Los escritores Horacio Castellanos Moya, Rodrigo Rey Rosa y Francisco Goldman fueron tres de los participantes más notables del evento. Radar conversó con ellos para evaluar sus experiencias de destierros, regresos y tensiones internas de sus países de origen. Una encrucijada que no sólo alcanza a la crónica, sino que se ha instalado en el centro de la ficción centroamericana.
› Por Angel Berlanga
“Yo creo que la lectura de la realidad que hacemos, en buena medida, está determinada por dónde estamos, y en qué momento. Y no creo que haya una opción por la lectura violenta: la realidad es como es, y te vas manejando de acuerdo con tu temperamento. Lo que hay es una manera de ver el mundo, de nutrirse del mundo, y a partir de eso se escribe una literatura. Entonces para mí la violencia, como factor determinante de mi obra, no ha sido una opción; no es que digo: ‘Ah, voy a hacer una novela violenta’; no, funciona de otra manera. Funciona siempre a partir del hecho de que la lectura de la realidad violenta que existía era la única manera de sobrevivir. Mucho crimen, represión, falta de espacios para debate, para expresar ideas: no soy yo el que lee violentamente algo, es la realidad la que me agrede a mí, y a partir de eso, reacciono.”
El narrador hondureño-salvadoreño Horacio Castellanos Moya se metía, así, de lleno, en Centroamérica y México: la lectura violenta, la consigna que durante tres jornadas de la semana pasada reunió en el Centro Cultural de España en Buenos Aires a un grupo de escritores y periodistas, de aquí y de allá, abocados a tratar un asunto de plena vigencia, estos últimos años, en varios de aquellos países, desde donde llegaron para participar, también, el estadounidense-guatemalteco Francisco Goldman, el mexicano Martín Solares y el guatemalteco Rodrigo Rey Rosa.
Impresiona que ese corrimiento inicial que planteó el narrador salvadoreño, desde “la lectura violenta” a “cómo la realidad y su violencia se filtra o es tratada en los libros”, predominó en las tres jornadas. Castellanos Moya, Rey Rosa y Goldman, protagonistas principales del ciclo, contaron vivencias de adolescencia y juventud que los marcaron, les cambiaron la vida: los asesinatos, los cuerpos mutilados, empezaron a ser parte de sus cotidianos, del paisaje. Cuando Goldman se fue desde Nueva York a Guatemala, con la inocente idea de escribir unos cuentos de amor para entrar en una universidad, se encontró a comienzos de los ‘80 con escenas como ésta: “Mi tío, que era un tipo de derecha, salió un día a correr por las afueras y se encontró con cadáveres con señales de tortura –contó–. El decía que no eran guatemaltecos, que eran gente de El Líbano. Luego, una chica de mi edad, que estudiaba medicina, me contó cómo llegaban los cuerpos a la facultad, para estudiarlos. Una vez me disfrazó de médico y fui: ese día cambió mi vida. Tenían marcas de cigarrillo, estaban mutilados, con el pene cortado. ‘¿Por qué pasa esto con esta gente, quién lo hizo?’, me preguntaba. En ese momento nació algo nuevo en mí”.
“La primera vez que vi una masacre –contó Castellanos Moya–, yo volvía del colegio marista al que iba, en El Salvador, y había un cordón policial; no tenía, en ese momento, conciencia política ni nada. Y cuando el tránsito se abrió, pasamos por allí, y vimos cómo los bomberos lavaban la sangre de la calle.” Rey Rosa se fue cuando empezaron a matar a sus amigos; su madre, además, contó, fue secuestrada. Haber podido acceder a los archivos policiales –experiencia que nutrió una novela suya, El material humano– le permitió comprender, dijo, “cómo funciona el aparato represor” de un país al que definió como “desquiciado”. Curiosamente, agregó Rey Rosa, los crímenes de Estado como temática literaria no abundan actualmente entre los escritores centroamericanos. Honduras, Guatemala y El Salvador son, hoy, los países –que no están en guerra– con mayores tasas de homicidio en el mundo. En El Salvador, por ejemplo, durante los primeros dos meses de este año, fueron asesinadas 93 personas por semana.
A lo largo de los encuentros, también, quedó esbozado el trazo que alinea, a lo largo del tiempo, represión del Estado y guerra –200.000 muertos en Guatemala, 75.000 en El Salvador–, concentración de la riqueza y pauperización, pandillas criminales y reacomodamiento de fuerzas armadas y policía, narcotráfico. Palabra, esta última, que talla a fondo hoy en México: 55.000 muertos y 3000 desaparecidos en los últimos seis años.
De la mesa dedicada a ese país participaron Solares –autor de la novela Los minutos negros, finalista del Rómulo Gallegos– y Cecilia González, corresponsal de Notimex en la Argentina: ambos coincidieron en destacar la difícil tarea de periodistas que dan cuenta de la realidad, descubriendo el espacio que hay “entre lo que dictan los poderosos” y “lo que prohíben decir los narcos”. “Yo siento que hoy esos periodistas son los que corren a mostrarnos dónde hay lagunas, y que luego llegamos los narradores a explorar esas profundidades”, indicó Solares. “Es que la tienen difícil hoy los escritores, porque con las cosas que pasan en la realidad, cómo competir con eso”, dijo González, que destacó los trabajos de la periodista Marcela Turati –Fuego cruzado, las víctimas atrapadas en la guerra del narco– y la narrativa de Elmer Mendoza.
En la coordinación de las mesas destacaron, entre otros, el cronista y narrador Cristian Alarcón y el novelista y poeta Carlos Ríos (notables sus señalamientos sobre los puntos de intersección entre El material humano, de Rey Rosa, y El arte del asesinato político, de Goldman), que vivió varios años en México. Aunque de las jornadas no haya quedado un bosquejo de mapa de la narrativa en aquellos países de cara a la violencia (vaya absurda pretensión), las charlas excedieron el semblanteo de un puñado de autores con obra lúcida y amplia, que dan cuenta de distintas formas de desgarramientos que, sabemos, no nos son ajenos aquí. Cruces entre realidad y ficción, búsquedas y descubrimientos, génesis y dificultades en la escritura de muchos de los libros de los protagonistas, consecuencias. “La literatura lo que nos recuerda son los matices –dijo Castellanos Moya en su última presentación–. No es que no haya víctimas y victimarios: claro que hay. El criminal es criminal, y la víctima es víctima, está muerto, ahí está el cadáver. Pero no creo que la literatura se pueda proponer absolver o resolver las causas históricas de los crímenes; trata, creo, de interpretar esa complejidad, porque a lo mejor esa víctima en algún momento ejerció el poder. Y la culminación de la violencia es la muerte, pero la violencia comienza en el momento en que quiero que vos pienses como yo. De lo contrario tienes una literatura típica, como la que construyó el realismo socialista, o aquello de la corrección política: se parte, ahí, de una ideología que no asume la complejidad del ser humano, que está lleno de matices, grises, sinuosidades. Por dentro somos complejísimos, a veces unos más que otros: por supuesto que hay cabrones muy malos. Pero también hay malos en nosotros mismos, y no los vemos.”
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