David Foenkinos se sumó a la lista de los nuevos escritores franceses de buena conciencia y éxito comercial. La delicadeza se ha convertido en un fenómeno de debate sobre el rol de las novelas felices y pronto llegará la versión cinematográfica con la ascendente Audrey Tautou.
› Por Laura Galarza
La delicadeza de David Foenkinos (París, 1974) es conocida en Francia como la novela de los diez premios. Tras su éxito en ventas ya fue llevada al cine dirigida por el autor y su hermano, y protagonizada por Audrey Tautou (la actriz de Amélie) “¿Necesitamos novelas felices?”, pregunta Foenkinos, que estudió letras en la Sorbona y es músico de jazz, ante uno de los tantos micrófonos que lo reclaman hoy que es famoso. Y se contesta: “Quizá estamos en un tiempo tan siniestro, con la crisis y políticos que abusan de camareras, que la gente se siente bien con estas novelas”.
¿Cómo se construye esa idea de felicidad en La delicadeza? Nathalie, su protagonista, no se destaca del común más que por la manera que tiene de recoger su pelo por encima de la nuca. Sin embargo lo que parece distinguirla es el hecho de ser “una mujer afortunada”. Todo sucede sin buscarlo: conoce en la calle a un muchacho y van a tomar algo. Ella elige el jugo que él espera, y a ella la cautiva ese ligero pero encantador estrabismo de él. A los diez minutos tienen la sensación de conocerse de toda la vida. “No había silencios incómodos, no se sentían tensos ni cortados.” “Ahí era a donde se dirigía Nathalie”, dice el narrador mientras ellos se entienden: “a una novela”. Bien podría haber dicho: “a una vida de novela”. Y convengamos que no es lo mismo una novela (como muchas de los autores que se citan a lo largo del libro: Tolstoi, Dostoievski, Cortázar, Duras) que una vida de novela. Hacia ahí y sin trampas se encamina Foenkinos: en treinta páginas Nathalie se pone de novia, se casa de blanco con fiesta, y pasa cinco años junto a Francois envueltos en una felicidad “que podía dar miedo”. Hasta que en la página treinta y uno, él sale a correr, lo atropella un auto y muere. Nathalie transita un duelo sin dificultades, con el consiguiente refugio en el trabajo, apenas alterado por la persecución amorosa de su jefe. “Uno se abandona, pase lo que pase. La vida consiste en abandonarse al paso del tiempo. Eso era precisamente lo que deseaba Nathalie: abandonarse. Dejar de sentir el peso de cada segundo. Quería recuperar ligereza, aunque esa ligereza fuera insoportable.”
Se sabe que los obstáculos fortalecen el deseo y toda ayuda lo debilita. En la novela de Foenkinos esa no parece ser la premisa. Los deseos de Nathalie se cumplen, y en la página 74, “llaman a su puerta”. Es nuevamente la felicidad, esta vez con el nombre de Markus, un subalterno al que nunca había prestado demasiada atención por torpe y poco agraciado. “Es evidente que el personaje masculino, un antihéroe alejado de todos los estereotipos, un poco en la línea del mito de la bella y la bestia, toca las fibras sensibles de las mujeres, que son las que más leen”, señala el autor dejando claro que sabe al público que se dirige. Las escritoras Anna Gavalda y Muriel Barbery (la autora de otro notable éxito como La elegancia del erizo), son madrinas literarias de Foenkinos, y él como ellas ancla sus historias en la vida de pareja, con personajes y situaciones lineales y explícitas.
Si bien La delicadeza lo volvió un autor conocido, Foenkinos parece tener oficio. Cuenta en su haber con siete novelas escritas antes que ésta, algunas traducidas al castellano: El potencial erótico de mi mujer (2005); En caso de felicidad (2007); ¿Quién se acuerda de David Foenkinos? (2008). De ellas, el mismo autor opina que son “ligeras y graciosas”, “sin fondo dramático”.
Un costado interesante que ofrece La delicadeza aunque funcione apenas como telón de fondo (aspecto no casualmente destacado por su colega Fréderic Beigbeder, autor de 99 Francos y Una novela francesa), es el entorno laboral en el que se desarrolla la historia: rutinario, asfixiante, como la mayoría de los ambientes de oficina, donde aparecen muy bien mostrados temas como las enviciadas selecciones de personal, el oportunismo y el acoso laboral. ¿Cómo debe reaccionar un empleado cuando su jefe lo invita a cenar o le da un beso en mitad de los pasillos? Por lo demás, Foenkinos no le teme a nada. Hasta se atreve a introducir en la trama, a manera de avisos publicitarios, datos que van desde una receta de rissotto de espárragos, pasando por aforismos de Cioran hasta las posiciones en la primera A francesa, o los horarios de tren París-Lisieux. “Son como pequeños paréntesis y algunas informaciones son muy útiles, así, al menos, si a alguien no le gusta el libro puede aprender cosas” afirma Foenkinos. “Mucha gente me dice que estamos en un mundo brutal, que va demasiado rápido, y que falta delicadeza. La gente necesita delicadeza”.
Georges Simenon en su reportaje para The Paris Review, utilizó la pintura para diferenciar las novelas que él llamaba “comerciales” que hacía por encargo, de aquellas que le llevaba años escribir. “Un pintor comercial pinta de manera chata, uno puede atravesar el cuadro con el dedo. Pero un pintor... por ejemplo una manzana de Cézane tiene peso. Y tiene jugo.”
El estreno de la versión cinematográfica de La delicadeza, que el mismo Foenkinos dirige junto a su hermano con la torre Eiffel de fondo, está previsto en nuestro país para comienzos de julio. Varias distribuidoras ya compraron sus derechos, “sin siquiera haber visto una imagen” cuenta un Foenkinos que se muestra sorprendido además de feliz: “Es como el póquer, han apostado por ella”. Lo que hace imaginar un próximo mes de julio frío, pero a sala llena.
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