La última gran noticia sobre Günter Grass fue en 2007, cuando dio a conocer en sus memorias Pelando la cebolla su pasado como adolescente miembro de las SS. El miércoles pasado volvió a las tapas de los diarios cuando publicó en medios como The New York Times, Süddentsche Zeitung, El País y La Reppublica “Lo que debe ser dicho”, un poema donde el Premio Nobel critica duramente las denuncias de Israel acerca del armamento nuclear que tendría Irán. El poema que acá se reproduce generó diversas críticas y reacciones, entre ellas las del Consejo Central de Judíos en Alemania.
› Por Günter Grass
Por qué callo, demasiado tiempo callo, lo que es evidente y fue ensayado en simulacros donde al final, como sobrevivientes, somos, a lo sumo, notas al pie. Es el esgrimido derecho al primer ataque lo que podría aniquilar al pueblo iraní, subyugado por un fanfarrón que los dirige hacia el organizado júbilo, porque en su jurisdicción se presume la fabricación de una bomba atómica. ¿Pero por qué me prohíbo nombrar por su nombre a aquel otro país donde hace ya años –aunque en secreto– hay disponible un creciente potencial nuclear si bien fuera de control, puesto que es inaccesible a cualquier inspección?
Al silenciamiento general de este hecho, al que mi silencio se ha subordinado, lo siento como una mentira incriminatoria y una coerción que promete castigo ni bien se la desobedezca; el veredicto “antisemitismo” es corriente.
Pero ahora, puesto que mi país,
que una y otra vez es alcanzado y debe rendir cuentas
por sus muy propios crímenes,
que no tienen comparación,
ha de suministrar a Israel
como un mero negocio (aunque declarándolo, con hábil verba, como resarcimiento) otro submarino cuya especialidad radica en poder dirigir ojivas que todo lo aniquilan hacia donde no está probada la existencia de una sola bomba nuclear, pero cuyo temor quiere tener fuerza probatoria, digo lo que debe ser dicho.
¿Pero por qué callé hasta ahora? Porque pensaba que mi procedencia, aquejada por un estigma imborrable, prohibía imputar este hecho, como verdad manifiesta, al país de Israel, al que estoy unido y quiero seguir estándolo.
¿Por qué digo recién ahora, envejecido y con la última tinta, que la potencia nuclear Israel pone en peligro la ya quebradiza paz mundial? Porque debe ser dicho lo que ya mañana podría ser demasiado tarde; y porque –ya bastante incriminados como alemanes– nosotros podríamos ser proveedores de un crimen que es predecible, por lo que nuestra complicidad no podría redimirse con ninguna de las excusas habituales.
Y lo admito: ya no callo
porque estoy harto de la hipocresía
de Occidente; además cabe esperar
que muchos se liberen del silencio,
exigiendo al causante del reconocible peligro
que renuncie a la violencia y
al mismo tiempo insistiendo
en que los gobiernos de ambos países permitan un control irrestricto y permanente por parte de una instancia internacional del potencial nuclear israelí y de las plantas nucleares iraníes. Sólo así podrá ayudarse a todos, israelíes y palestinos, más aún, a todos los hombres que viven enemistados uno junto al otro en esa región ocupada por la locura, y en definitiva ayudarnos también a nosotros.
Traducción de Ariel Magnus.
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