Aunque cualquier desprevenido –y no tanto– podría suponer que ya no se le podía extraer ninguna novedad a la transitada obra maestra de Oesterheld y Solano López, esta flamante Edición Vintage produce el milagro. Reponiendo los resúmenes, el titulado, y los cuadros de transición quitados para la posterior edición completa, puede parecer antes que nada un objeto de coleccionista. Pero, al mismo tiempo, funciona como un invaluable recordatorio de su formato original. Porque el hoy tan releído y venerado Eternauta fue, antes que nada, un folletín en historieta, un producto creado por dos profesionales de la industria del entretenimiento nacional, en la plenitud de sus facultades creativas. A razón de tres o cuatro páginas semanales, durante dos años y 109 episodios, sus autores fueron contando esa historia que desde hace ya tiempo todos los fanáticos de la historieta local conocen de memoria. Una obra que se releyó, primero, en tres tomos –hoy inhallables– que serían la base para las sucesivas versiones que se fueron reeditando a través de los años, desde la episódica y coloreada de Record hasta esa criminal edición de bolsillo que alteró secuencias originales al cambiarle el formato. Pero la oficial es la de esas 350 páginas apaisadas y continuas, que transformaron a esta obra de continuará en una inmortal novela gráfica, capaz de cerrar con toda justicia la biblioteca de clásicos de la literatura argentina que seleccionaron Ricardo Piglia y Osvaldo Tcherkaski. Con 19 páginas más, totalizando 369 (y un cuadernillo extra, con una siempre olvidada aventura unitaria), esta nueva edición completa el círculo, y recupera por fin todo lo que se podía recuperar de un clásico inmortal de la historieta local.
Según recuerda Pablo de Santis en el prólogo, la tan recurrente idea de Adolf Hitler reconvertido al arte funciona como punto de partida de dos formidables ucronías. Una es El sueño de Hierro, en la que el norteamericano Norman Spinrad lo imagina emigrando joven a los Estados Unidos y haciéndose famoso escribiendo una novela de ciencia ficción llamada El señor de la esvástica. Pero allí donde Spinrad simplemente presenta –luego de un breve prólogo– la afiebrada obra de un autor que podría tranquilamente escribir dentro de los márgenes del género, en la otra ucronía que retoma el tema, las tiras publicadas en los diarios norteamericanos por un tal Al Hit son apenas una historieta –clave, eso sí– dentro de una historia más amplia. Publicada en la revista Fierro a fines de los ochenta, en una época de admirable creatividad para el guionista Carlos Trillo, la magistral Peter Kampf lo sabía –en referencia a un viejo folletín radial– cuenta la historia de un historiador que viaja a unos Estados Unidos que están a punto de ser dominados por el fascismo, para intentar acceder a la obra perdida de un Adolf Hitler que aquí ha cambiado la pintura por la historieta. Prácticamente olvidada para todo el mundo, menos para él y para Goebbels, el asesor de imagen del candidato republicano, esa vieja tira –titulada Peter Kampf– esconde la clave del presente. Historieta dentro de la historieta, la impecable reedición de esta obra de Trillo y Mandrafina, tan admirable como otras obras contemporáneas del dúo (Los misterios de Ulises Boedo o Piñón Fijo), incluye el fundamental unitario Los héroes están cansados, publicado originalmente en la revista Superhumor.
Una road movie interior. Un mundo recorrido sin moverse de la página. Un juego narrativo de cuadrito en cuadrito. Apenas tres posibles descripciones de lo que es Aloha, el libro debut de la joven historietista montevideana María Concepción Algorta Figari, alias Maco. Producto de los trabajos publicados en su blog divididomaco.blogspot.com, Aloha es su prometedora carta de presentación dentro del medio, publicada por el esfuerzo conjunto de la editorial uruguaya Bolerofonte y la local Loco Rabia. En un texto incluido en la contratapa de la cuidada edición, su colega Ignacio Minaverry enumera las influencias del dibujo de línea clara de Maco, y nombra al obvio Hergé y al lamentablemente algo olvidado Viuti. Y también menciona a Guido Crepax y Chris Ware, a la hora de buscar referencias al interés de la autora por descomponer la acción y trabajar sobre la narrativa cuadrito a cuadrito. Agradable y encantadora, Aloha acompaña a su protagonista –alter ego de su autora– durante un paseo por un mundo poblado de viñetas, pero al mismo tiempo casi vacío, salvo por la aparición de algunos personajes secundarios. Vacío porque casi no hay narrativa en algo que, atinadamente, Maco se niega a denominar novela gráfica. Sin embargo, el viaje se disfruta gratamente por su interés en estudiar el medio y sus formas de lectura, a la manera de las paradojas dibujadas por Escher, esa metafísica absurda del dibujo, que Maca demuestra saber disfrutar. Además de su blog, se puede seguir el trabajo de Maca en Marche un cuadrito! (marcheuncuadrito.blogspot.com), donde todos los viernes viene publicando las más narrativas aventuras de Fedra.
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