PRIMICIA: DON DELILLO PUBLICARá UNA NOVELA MUY MALA
Caída libre
En abril próximo, Don DeLillo, para muchos uno de los mejores novelistas norteamericanos actuales, publicará su última novela, Cosmópolis. Radarlibros reclamó y obtuvo el privilegio de revisar ese original que apenas está a la altura de la obra previa de su autor.
Por Rodrigo Fresán
El megabroker Eric Michael Packer necesita urgente un corte de pelo porque ya tiene todo lo demás. Bueno, casi todo: le falta comprarse esa capilla de Mark Rothko tanto le gusta. Pero, por el momento, Packer tiene una enorme limousina “proustificada” (con paneles de corcho para ahogar el estruendo de Nueva York), tiene un tiburón nadando en un gigantesco acuario en una de las paredes de su tríplex en las alturas, tiene un bombardero nuclear ruso del tipo Blackjack en un aeropuerto del desierto de Arizona a la espera de los repuestos inconseguibles que lo hagan volar, tiene una mujer poetisa y millonaria con la que no se acuesta, tiene varias amantes con las que sí se acuesta, tiene un par de guardaespaldas que lo adoran (y que le informan acerca de los avances en la investigación de una amenaza contra su vida), tiene una próstata asimétrica (nada grave), tiene una crisis profesional a partir del vertiginoso ascenso del yen (muy grave), y tiene un último día de vida para reflexionar sobre los cómos y los porqués de su existencia privilegiada antes de ser asesinado por uno de sus ex empleados en busca de esa legitimación marca CNN que sólo se consigue con la violencia.
UNO Cosmópolis –novela de Don DeLillo que aparecerá dentro de tres meses en Estados Unidos editada por Scribner’s– narra veinticuatro horas de “un día de abril en el año 2000” en el que Packer se trasladará en su cosmo– limousina por diferentes ambientes de Manhattan (librerías, restaurantes, una rave, el funeral de un rap-star), será atacado por el pastry-killer Andre Peterscu (conocido por arrojar pasteles a personalidades), filosofará con amantes y colegas sobre “el arte de hacer dinero” y el inminente advenimiento del cyber-stock (la posibilidad de dominar el tiempo y convertirlo en divisa) como tendencia macroeconómica de un futuro que ya está aquí, mientras un doctor le mete un dedo en el culo y le informa –ya fue dicho– que su próstata es asimétrica. Y que no es nada grave.
Lo que sí es grave –o lo que no se entiende del todo– es qué es lo que pretende DeLillo con Cosmópolis, novela que todo el tiempo parece inclinarse al humor, pero con cierta culpa y vergüenza. De ser así, de ser un gran y elaborado chiste, entonces tal vez sería buena y no sería preocupante –como la próstata asimétrica–, ya que DeLillo pareció perder todo rasgo de humor luego de su tan perfecta como desopilante White Noise, tal vez convencido de que la Gran Novela Americana tiene que ser cosa literalmente seria. Si Cosmópolis es, finalmente, una commedy of manners más cercana al cine de los Coen que al de Kubrick –con sus diálogos sincopados interrumpiendo las típicas descripciones urbanas de DeLillo–, se emparienta antes con sus obras de teatro claustrofóbicas (The Blue Room, Valparaíso) que de su novelística trascendente. Y eso es todo: un divertimento muy bien escrito, pero no especialmente ocurrente y que, en más de un momento, utiliza al aburrimiento como punch-line cuasi beckettiano.
Sería muy preocupante que Cosmópolis no fuera otra cosa que una autoparodia involuntaria repleta de tics y de slogans del tipo “el problema de la vida es que siempre es contemporánea”, o “amo la información: es nuestra dulzura y nuestra luz”, o “¿por qué todavía tenemos aeropuertos?, ¿por qué continúan llamándolos aeropuertos?”, o “cuando te miro, veo a una mujer que quiere vivir desvergonzadamente adentro de su cuerpo... ¿Qué veo? Veo algo perezoso, sexy e insaciable” (Eric es especialmente irritable e irritante en lo que al sexo se refiere), o “las enzimas son la antigua bioquímica del ego” y así in aeternum hasta volver a demostrar que –a la hora de los diálogos– DeLillo no es un escritor lo que se dice del tipo “realista” o “naturalista”. O “verosímil”.
dos Lo que más “duele” de Cosmópolis no es que no sea un gran libro -luego de Libra y Underworld, novelas que, pareciera, han dejado a DeLillo “sin letra”, se puede disculpar casi todo– sino que pretenda serlo poniendo en escena una idea de una vulgaridad que quita el aliento: la novela del broker-yuppie como bestia pensante tantos años después de la mediocre La hoguera de las vanidades o de la sublime y, sí, muy DeLillo, American Psycho.
DeLillo, se sabe, es uno de esos escritores que imponen sus propias reglas, que aspiran a ser un género en sí mismo y que ya había “poseído” otros rubros y personas con el mismo sistema de escritura y estética: terroristas, jugadores de fútbol americano, Oswald, performers, detectives de policía, escritores ermitaños, directores de televisión, rockers. Pero en el caso de Eric lo presenta más como caricatura que como arquetipo delilliano o “envase” a llenar con una personal visión del mundo.
Así, su Cosmópolis da la sensación de volver a escuchar la misma cantinela de siempre, pero como si se tratara de una falsificación o un disco de Pink Floyd sin Roger Waters. O uno de Roger Waters a solas. Es decir: la obra de aquel que está tan enamorado de la propia “visión” que ha perdido de vista al espectador/lector y se ha extraviado en un gesto solipsista (lo que no está mal, la literatura está llena de este tipo de gestos), pero que en Cosmópolis acaba pareciéndose demasiado a masturbarse frente al espejo de la pantalla de su computadora personal.
Un ejercicio interesante sería comparar Cosmópolis con la también “sátira” neoyorquina que es Furia de Salman Rushdie: mientras la primera es una novela “fría” y pretendidamente cool, la segunda es una novela “caliente” y freak. Igual de arbitraria y pretenciosa y narcisista a la hora de presentar un estado de cosas y de mente. Pero es mucho más divertida.
Cabe la posibilidad, y la terrible sospecha, de que luego de los atentados del pasado 11 de septiembre –gran performance a la DeLillo si alguna vez la hubo–, este escritor se haya convertido de un día para otro en un escritor “anticuado” y superado por una realidad que no vaciló en plagiarlo. Me imagino a DeLillo ahí, en vivo y en directo, frente al televisor, preguntándose: “¿Y ahora qué?” De haber sido así, entonces Cosmópolis es la peor respuesta a tan interesante pregunta; y ya que estamos: ¿cuánto falta para la próxima novela de Philip Roth?