EN EL QUIOSCO › RESEÑAS
El sueño de los héroes
LA LUCHA CONTINUA
Juan Sasturain
Sudamericana
Buenos Aires, 2002
298 págs.
POR RODOLFO EDWARDS
Cuando uno quiere significar un tiempo imposible suele recurrir a frases como “el día de la escarapela” o “el día del arquero”. Bien, una de los muchos problemas a resolver en la nueva novela de Juan Sasturain, La lucha continúa, es poner la fecha oficial del “Día del Arquero” (así con mayúsculas).
Cuenta Sasturain en el prólogo que la novela tuvo su origen en un folletín que publicó Página/12 a comienzos de 1995 en el suplemento de verano. Pedro Pirovano, el protagonista de la novela (un arquero retirado y actual representante de futbolistas), es el encargado de organizar el armado de la efeméride que de una vez por todas se propone santificar de alguna manera un oficio que gozó durante mucho tiempo de esa perversa mala prensa que lo condenaba a ser el de los torpes, los gorditos o los dueños de la pelota. “Quiero que haga una breve introducción, algo así como los fundamentos sentimentales o existenciales del Día del Arquero. Para algunos puede resultar joda, pero no lo es. La idea es que en el Día del Arquero se celebre más que eso; converjan en algún modo todas las celebraciones postergadas, infinitamente pospuestas para nunca... Que sea el día de los servidores ignorados...”, le propone a Pirovano el verborrágico diputado Rugilo, que porta apellido de arquero y es el impulsor del proyecto de ley para la institución del Día del Arquero.
Una narración estructurada en capitulillos (que a veces parecen secuencias de un comic) hacen que la lectura sea ágil y llevadera. Sasturain se mueve sin prejuicios entre géneros aparentemente disímiles como la novela negra, la comedia y la ciencia ficción, logrando una historia inasible y disparatada, y en eso consiste su gracia.
La historia transcurre en cuatro días: comienza un martes al mediodía y termina un sábado a la mañana; en ese lapso la acción es abrumadora. “Ya dormiré cuando esté muerto”, dice el arquero citando a Fassbinder. Desde su título, la novela afirma que aún quedan esperanzas. El devenir del arquero/héroe se convierte en una metáfora del argentino noble, del que no se dobla, del que no se entrega aunque vengan degollando.
La suerte (¿buena o mala?) llevó a Pedro Pirovano a rozarse con ciertos círculos de poder. El fútbol y la política, esos parientes a veces cercanos, se entremezclan condimentando la trama, conformando una cadena de desopilantes situaciones donde al guardametas Pirovano “lo cagan a pelotazos”, literalmente, pero siempre tiene un as en la manga para conjurar los peligros y zafar como un gato al que todavía le quedan varias vidas.
La quinta de Olivos representa en la novela el lugar donde el grupo de zalameros seguidores del Sr. Presidente efectúan sus diarios ritos de veneración. Corren los años noventa y políticos, ex jugadores de fútbol, managers, corren alrededor del primer mandatario como chicos lisonjeros. En un partidito en la quinta, Pirovano tiene el “tupé” de atajarle un penal, encima en el último minuto del encuentro, nada menos que al “Presi”. Actitudes como ésta se reiteran en la biografía de Pirovano, todo un especialista en eso de meterse donde las papas queman. También se involucra con una bizarra troupe de viejos luchadores de catch que tratan de reflotar antiguos laureles armando un espectáculo que tiene como títulotentativo “Gigantes en la lona”. “Eso no es un nombre, es un epitafio”, les aclara Pirovano, con toda la razón.
Los ámbitos urbanos (porteñísimos), donde proliferan, como maleza, locutorios, locales de tatuaje, locutorios y fast foods ofician de telón de fondo de las andanzas de este peculiar personaje, rara mezcla de detective privado y moderno Quijote empecinado en escupirle el asado a los poderosos y en arremeter con claros ideales contra dinosaurios que no desaparecieron.
Después de leer La lucha continúa dan ganas de suscribirse a aquel apotegma que dice que “el mundo es de los soñadores”.