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Domingo, 2 de febrero de 2003

EN EL QUIOSCO › RESEÑAS

La guerra del cerdo

La televisión en tiempo de guerra: la onda expansiva
de los atentados del 11-S
Paco Lobatón (coord.)

Gedisa
Barcelona, 2002
222 págs.

Por Sergio Di Nucci

Cuando el secretario de Defensa norteamericano Donald Rumsfeld acusó a Francia y a Alemania de pertenecer todavía a la vieja Europa, el intelectual alemán por antonomasia, Jürgen Habermas, salió a responder en los diarios como un viejo europeo. Las dimensiones filosóficas de la acusación eran bien claras: para Rumsfeld, Francia y Alemania seguirían animando –en sus filas intelectuales, en sus más altas filas políticas– una visión del mundo metafísica, principista y casi religiosa, cuya expresión es el afán por las políticas estatistas, la inmovilidad social (política y militar) y la institución. Muy contrario al ánimo norteamericano, abierto, indefinido y experimental.
Por supuesto, para muchos europeos el pragmatismo norteamericano a la Rumsfeld no es otra cosa que cínica real-politik y aun, yendo a los márgenes de la filosofía, pesimismo antropológico ante la ausencia de verdades. Habermas, que estudió la tradición filosófica norteamericana, opuso a lo que sería esta veta reaccionaria del pragmatismo (y que al parecer representa el gobierno de George W. Bush) la deliberación, el consenso en la Naciones Unidas, la institución.
Es una disyunción casi inconciliable: mientras Estados Unidos advierte sobre los orígenes de un nuevo mundo, de nuevas amenazas y de la necesidad de actuar inmediatamente para revertir peligros mayores, Francia y Alemania apelan al derecho internacional, a la deliberación de hasta qué punto la acción militar de Estados Unidos es violatoria del orden mundial. Estados Unidos tendría razones para despreciar los argumentos europeos antiintervencionistas: la cadena de atentados que sufrió durante la década de 1990 y cuyo clímax fue el de las torres gemelas, el mayor de la historia moderna. Cuenta también con un plus de experiencias históricas que saben explotar con tanta excelencia los muy distintos portavoces de la derecha política (y no tanto): ¿Qué hubiera sido del mundo sin la intervención norteamericana en la Segunda Guerra, por otra parte con limitadas razones imperialistas, o en los Balcanes, por otra parte en defensa de musulmanes? El mismo llamado al principio de realidad, y a las dicotomías, es el que hace el gobierno estadounidense al limitar el flujo informativo sobre un conflicto armado y es esto lo que denuncia, principalmente, el volumen español titulado La televisión en tiempo de guerra.
Dos prólogos lo inician (“Cuidado con lo que dice, cuidado con lo que pregunta” y “Otros efectos colaterales del 11-S”): el tono en ellos es un poco más radical que el que domina los resultados de un reciente sondeo en relación a si España debe o no colaborar en la guerra –apenas el dos por ciento de los españoles estaría a favor de una intervención norteamericana en Irak–. Al abstencionismo nacional, el más alto de Europa, los prologuistas suman su propia animadversión intervencionista con frases muy similares a las de los centenares de grupos globalifóbicos, nacionalistas o sindicalistas a quienes no une el socialismo sino la convicción de que la guerra –como supo mostrar con todo su candor una vocalista treintañera que no conoce la diferencia entre Irán e Irak–, “no es la respuesta”.
La televisión en tiempo de guerra, que está coordinado por Paco Lobatón, se propone alzar la voz en contra de las censuras gubernamentales a laprensa y a la televisión en situaciones de atentados o guerras. Además de investigaciones de corte documental muy atendibles, el libro reproduce una serie de debates con consecuencias políticas o prácticas un tanto inasibles y hasta impredecibles. Por ejemplo: “No nos engañemos”, sentencia un panelista que habla sobre otro, “la primera víctima de todas las guerras es la libertad de prensa. Me pregunto si aquel señor que ha hablado antes, que ha contado sus aventuras de juventud, cuando estaba en un supuesto frente en Marruecos...”. Al terminar de hablar le responden a modo de conclusión: “He disfrutado mucho oyendo a los demás, he aprendido mucho y la verdad es que por todo lo que se disfruta hay que pagar un precio, y yo voy a pagar el mío, que es hablar”. Y así siguen las intervenciones sin mayores probabilidades de arribar a una síntesis.
No faltan entrevistas o testimonios ofrecidos por los directores de algunos informativos regionales y de cadenas ineludibles por su peso (cnn, Al-Yazira, tve). Aunque el tónico llega con dos textos muy centrales al proyecto editorial: el de Noam Chomsky, titulado con indignación “¿Hacia dónde se dirige el mundo?” y el de Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique, para quien Bin Laden, “aquel hombre de mirada extrañamente dulce”, es “una especie de terrorífico precursor”.

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