Domingo, 1 de julio de 2012 | Hoy
Son tiempos de convulsiones históricas en Chile. A la controversia por el “desagravio” de sus seguidores a Pinochet, se sumaron celebraciones por un nuevo aniversario del nacimiento de Salvador Allende. En este contexto, resulta atractiva la propuesta de Roberto Ampuero: los últimos días del presidente, el tango y la amistad al borde de la derrota.
Por Juan Pablo Bertazza
En los últimos días, hubo en Chile diversos homenajes y referencias por un nuevo aniversario del nacimiento de Salvador Allende. En ese contexto, lo más importante tuvo que ver, por un lado, con las reacciones unánimes contra lo que fueron las declaraciones del ex presidente y representante de la Democracia Cristiana, Patricio Aylwin (“si Allende hubiera sido buen político no habría pasado lo que pasó”), y, por el otro, con el hecho de que El último tango de Salvador Allende, la flamante novela de Roberto Ampuero, sea desde hace nueve semanas (es decir, apenas salió) el libro más comprado en el país trasandino.
Y no es casualidad ni oportunismo. El último tango de Salvador Allende viene a profundizar un hallazgo que hace tiempo viene buscando Ampuero, un estilo, una atmósfera, una marca de género que –dicho sea de paso– lo catapultó, en los últimos años, de autor de culto a masivo. Esa búsqueda –esa receta– tiene que ver con el empleo en tanto personajes de figuras emblemáticas de Chile alrededor de las cuales, casi de manera distraída, se va tejiendo una ficción absoluta, es decir, una historia inventada y despojada de la Historia pero enlazada a hechos de la realidad. También hay un rasgo muy interesante y original en las modalidades a partir de las cuales Ampuero va entramando relaciones entre los argumentos que crea y algunos elementos de lo que se conoce como paratexto. El ejemplo más paradigmático lo constituye El caso Neruda, donde además de contar el vuelco de Neruda desde su poesía hermética hacia un comunismo influido por una de sus parejas, la argentina Delia del Carril, Ampuero contaba a su vez el nacimiento literario de su –hasta ahora– personaje más famoso: el detective Cayetano Brulé. En ese mismo libro, cada uno de los capítulos llevaba el nombre de las numerosas mujeres con las que supo intimar ese verdadero don Juan que era Neruda.
El último tango de Salvador Allende redobla estas apuestas, sobre todo porque se multiplican los personajes. Uno de los más importantes es David Kurtz, un agente de la CIA retirado que, al parecer, ayudó y mucho al derrocamiento de Allende y la dictadura de Pinochet, y que por un insólito pedido de su hija moribunda empieza a reconstruir y replantear su pasado. Numerosos epígrafes de este libro sirven de puntapié inicial a los distintos capítulos: fragmentos de tangos como “El Pescante”, “Uno”, “Volver”, “Si soy así”, “Farol” o “Qué me van a hablar de amor”.
Algo que también se relaciona de manera directa con la trama que cuenta el principio del fin de Salvador Allende al frente del gobierno de su país, que llegaría a su desenlace con el golpe al palacio de La Moneda el 11 de septiembre de 1973. Lo cierto es que durante esos días el Doctor (así se lo llama a lo largo de la novela) interrumpía su soledad con extensas charlas y partidas de ajedrez junto a Rufino, un humilde y apasionado panadero que, debido a las continuas huelgas, tiene que recurrir al hombre con quien los une un pasado en común como compañeros de un taller anarquista. Luego de hacerlo sufrir un poco, Allende lo contrata a Rufino como asistente personal. Durante esas charlas llenas de melancolía, Rufino le inculca al presidente el amor por el tango. En ese sentido, hay que decir que ese proceso de extrema humanización de Allende que parece intentar Ampuero acaso no sea tan bien logrado: en ese afán por desacralizarlo, Allende se vuelve un personaje demasiado reblandecido, algo ausente. La anécdota que construye en torno de un supuesto encuentro entre Allende y el polaco Goyeneche apunta a eso: “A Goyeneche lo conocí en Buenos Aires, se sentó a la mesa soltándose el nudo de la corbata con aire exhausto y cierto temblor en la barbilla. Me dijo que le pidiera los tangos que yo quisiera, que él cantaría en mi honor, pero soy pésimo para recordar títulos y no sabía ninguno. Al final le pedí que cantase ‘El único’”, cuenta el presidente, errando el título del tango “Uno”.
De todas formas, ese problema no ensombrece el hallazgo literario de Ampuero, y mucho menos teniendo en cuenta las declaraciones de Isabel Allende, no la escritora sino la senadora del Partido Socialista, quien declaró que su padre “fue tratado con mucho respeto en la novela”.
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