› Por Ana Fornaro
Georges Perec no paró de escribir hasta su muerte en 1982. Le diagnosticaron cáncer de pulmón cuando tenía 45 años y murió un mes después. No tuvo tiempo de prepararse, si es que eso es posible, ni de ordenar y clasificar –dos de sus actividades favoritas– la multiplicidad de proyectos literarios que tenía en marcha. Treinta años después, siguen apareciendo nuevas publicaciones del escritor. A los diecisiete libros editados en vida se le suman hasta la fecha unos dieciocho póstumos, que intentan completar el rompecabezas-Perec al mejor estilo de Bartlebooth, el protagonista de su novela La vida. Instrucciones de Uso. Durante los últimos años de su vida, el escritor decidió abocarse a un proyecto autobiográfico. No se trataba sólo de escribir una novela o relatos; como todo en Perec tenía que ser grandioso y cuidadosamente diseñado. Es por esta razón que los libros póstumos del escritor son, en su gran mayoría, escritos de carácter personal, notas, pensamientos, diarios de sueños, anotaciones de planes y largo etcétera. El libro Nací fue armado en 1990 por Phillipe Lejeune, un especialista en crítica genética, y reúne textos de naturaleza diversa pero ordenados de forma tal que recorren toda la vida del autor. La calidad es despareja y quizá no sea la mejor manera de entrar a la literatura de Perec. No obstante, el libro tiene tres joyas: “Los lugares de una fuga”, “Salto en paracaídas” y “Algunas de las cosas que tendría que hacer antes de morir”. El primero es un relato autobiográfico –escrito en tercera persona– sobre la vez en que Perec quiso escaparse de la casa de sus tíos (era huérfano y vivía con ellos), el segundo es la transcripción de una intervención en la reunión de una revista. Con tan sólo veintitrés años narra su experiencia como paracaidista durante el servicio militar, transformando la anécdota en una declaración de principios. Y el tercero, son las respuestas a un programa de radio donde los invitados tenían que hacer una lista de cincuenta cosas que quisieran hacer antes de morirse. Pero Perec sólo enumeró treinta y siete (su número fetiche) y desapareció cuatro meses después sin haber encontrado la solución al cubo mágico ni viajado en submarino.
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