Dom 04.11.2012
libros

Atrápame si puedes

Convertida en mucho más que una escritora, símbolo y objeto de atención de las más diversas disciplinas, estudios feministas y de teoría queer, Virginia Woolf no deja de ser un misterio tan atractivo como aún vigente. Desde la biografía de su sobrino Quentin Bell, se le han dedicado muchos libros, películas y versiones teatrales, pero la publicación de Virginia Woolf. La vida por escrito llama la atención, en especial por estar escrita por una argentina y en castellano. Su autora, Irene Chikiar Bauer, docente de la Universidad de San Martín, explica el sentido de hacer esta asombrosa biografía desde Argentina y Esther Cross destaca los encantos de un trabajo tan meticuloso como atrapante.

› Por Esther Cross

Para contar la vida de Virginia Woolf, Irene Chikiar Bauer no se propone describir “una hipotética verdadera Virginia Woolf”. Así define el libro desde el principio, con una apuesta proporcional a su objetivo. Buscar una hipotética Virginia Woolf verdadera sería perderse lo mejor, sacrificar el registro de una vida por un relato cerrado, que es el error calmante y cómodo de muchas biografías. Una versión acabada implica un lector inactivo del otro lado de la página y esa pasividad sería una contradicción al tratarse de Virginia Woolf. Pero, ¿cómo hablar de la escritora que quería expresar, en palabras de Chikiar Bauer, “lo múltiple de la realidad, lo que tiene de inexplicable, de subjetiva y misteriosa”?

Chikiar Bauer elige dar cuenta “del transcurso de la vida” de la escritora, desde el contexto familiar hasta la aparición de su cuerpo en las orillas del río Ouse, y sigue un poco más allá, con las primeras marcas de su ausencia y el eco de su voz en quienes la rodeaban.

En el trayecto, Virginia Woolf, la vida por escrito busca lo que la misma Woolf buscaba en su novela Los años: contar el tiempo en continuado; tender la línea entre pasado, presente y futuro como se siente en la vida; captar su desarrollo íntimo y su dialéctica con el mundo exterior. Virginia Woolf creía que el pasado regresa si “el presente se desliza suavemente, como la superficie de un río” porque “entonces, a través de la superficie, se ven las profundidades”. En el libro de Bauer, la narración deja ver a la escritora. El deslizamiento sigue el curso de los años; cada capítulo corresponde a uno, como en los diarios que llevaba Virginia Woolf.

La biografía tiene dos partes, que se bifurcan en un momento clave: la mudanza de Virginia del barrio de Kensington a Bloomsbury. Esa mudanza equivale a otros cambios: de hija sometida a huérfana emancipada, de la era victoriana a la eduardiana, de los modales ásperos y diplomáticos de salón a las reuniones nocturnas de amigos. En Kensington, quedan el biempensante Henry James, la mano larga de su hermanastro y su futuro opresivo de ángel de la casa. En Bloomsbury, empieza a parecerse a la mujer que será el resto de su vida. Como Virginia y su hermana se mudaron a Bloomsbury cuando eran muy jóvenes, la primera parte de la biografía es breve aunque eso no contrarresta su importancia. La escritora revivió sus primeros años en textos autobiográficos de ficción y no ficción.

Virginia Woolf “podía traducir todas sus experiencias en lenguaje”, aun las que parecían más opacas, dice Chikiar Bauer, y desanda los pasos de la escritora en sus cuentos, novelas, teatro, crítica, diarios y cartas. En la biografía, como en la vida de Woolf, las experiencias se convierten en relatos que son, al mismo tiempo, experiencias decisivas. La escritora no es la misma antes y después de escribir un libro. El tema de la vida y la literatura se transforma, de a poco, en la literatura como vida. Las voces de las personas que rodean a la escritora, el tejido familiar de sus días, se suman a los textos públicos y privados que dejó.

Como comenta Irene Chikiar Bauer en la Introducción, con Virginia Woolf pasa lo mismo que ella notó con Shelley: cada generación siente la necesidad de contar su historia a su manera porque “su historia es la nuestra”. Cada biografía muestra una Virginia Woolf distinta porque ella “cambia en nuestra mente, como la gente viva” por decirlo de la misma manera en que ella hablaba de los fantasmas. Algunos creen que vivía en un mundo antagónico, porque leen su vida en términos de bipolaridad. Otros consideran que ya es inseparable de su leyenda y que se ha convertido en sus fanáticos y detractores. Hay versiones retocadas por la conveniencia familiar y otras signadas por el deseo de afiliarla a causas y partidos. Pero, como ella misma advirtió que pasaba con Shelley, con ella también “nos llega el turno de decidirnos” y cuando aparece una nueva biografía tratamos de conocerla un poco más, de entenderla mejor.

Virginia Woolf. La vida por escrito Irene Chikiar Bauer Taurus 952 páginas

A Virginia Woolf le gustaba definirse como una “mejoradora de vidas”. Podía transformar una anécdota trivial en un buen relato. Los hechos, los argumentos, importaban menos que la forma de contarlos, de vivirlos. Un episodio podía ser otro visto desde una perspectiva distinta, por eso están los hechos que vivió y su manera especial de contarlos en diarios y cartas. También creía que el yo era errático y cambiante, que una persona muestra algo diferente en cada una de sus relaciones, y en la biografía de Chikiar Bauer, a la Virginia Woolf de siempre (cara de Bloomsbury, equilibrada o psiquiátrica, rival del patriarcado, inteligencia record, esposa virgen y amiga homosexual) se suman otras. Virginia y sus perros, las casas y los jóvenes. Virginia de viaje. Virginia, snob –pero no frívola–. Virginia y el imperio, el agua, la maternidad, la comida, los médicos y la ropa. La indiscreción y la mordacidad de Virginia. Virginia y la cocinera, los bolos y las invasiones argentinas de Victoria Ocampo. También Virginia Woolf con ella misma, con el yo de la infancia que se hunde y reaparece, la vejez, la rapidez del tiempo.

Conocer a los otros era, para ella, una de las grandes dificultades de la vida y la escritura, también un incentivo mayor, un desafío. Siempre se preguntaba cómo contar a una persona. Apostaba por mostrar escenas de su vida, sus paisajes, su cuarto. Inventaba biografías de gente imaginaria en los ensayos sobre escribir. “La gente escribe lo que llama vidas de otras personas; reúne cierto número de hechos y deja que la persona a quien ocurrieron estos hechos siga sin ser conocida”, se quejó una vez. En la biografía de Chikiar Bauer los hechos, en cambio, funcionan como claves de la personalidad de la escritora. Era eso, la personalidad, lo que la misma Woolf buscaba a la hora de escribir una biografía. Pensaba que sólo el acercamiento a esa personalidad podía reunir los hechos de una vida en una biografía integradora.

Claro que con ella el tema tiene sus sutilezas. Como dijo Hermoine Lee, autora de otra biografía excelente, Virginia Woolf “era una escritora de autobiografías que nunca publicó su autobiografía”. A lo mejor la disuadió el miedo a la exposición y el ridículo, que tanto la preocupaba; a lo mejor era demasiado elusiva para dedicarse a ese ejercicio o se rindió ante las dificultades del género. No escribió su autobiografía, pero dejó muchos textos autobiográficos para que alguien pudiera reunirlos y hacer algo con ellos. “Me llamo Virginia Woolf. Atrápame si puedes”, son las primeras palabras de esta biografía que toma la posta una vez más.

Dicen que las personas mueren, pero las relaciones sobreviven. La historia de Virginia Woolf con los lectores lo demuestra. Sus lectores van más allá de su obra, extienden esa relación a su vida, escriben y leen biografías para renovarla con el tiempo. Algunas, como la de Chikiar Bauer, forman el cauce transparente que deja ver a la escritora, múltiple, misteriosa y cambiante como la realidad que ella misma quería expresar.

Virginia Woolf también habría aconsejado renunciar a una hipotética verdadera Virginia Woolf para dar paso a esta otra, más compleja y humana, que va por el campo con su perra o por la calle, alta y flaca, vestida a su manera, concentrada en lo que va a escribir desde su cuarto.

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