Urbana, rítmica, moderna, delictiva, con un aliento que parece venir corriendo de El juguete rabioso, de Arlt, para anticiparse a la llegada de la Nouvelle Vague, Desde esta carne, la novela publicada por Valentín Fernando en 1952, es mucho más que un secreto bien guardado de la literatura argentina. Considerada la novela que la revista Contorno no escribió, pero decidió leer como emblema generacional, con un personaje femenino que dialoga secreta y anticipadamente con la Maga de Cortázar, en sus páginas se despliega una Buenos Aires de doble vida, callejeo, robo y extranjeros que hace de esta extraordinaria e inesperada reedición una posibilidad de las que hay pocas: ver a esa banda de muchachos ladrones construir bajo sus pasos la identidad de una ciudad.
› Por Miguel Vitagliano
Mallarmé soñó con que la historia de la literatura más deseable sería aquella en la que no se mencionaran nombres de autores. Imagino esa historia como una ciudad en la que los textos son calles que se cruzan unos con otros en las esquinas, y luego siguen sin poder desprenderse de ese encuentro. Leer una ciudad es como acariciar un cuerpo; las manos cargan la presencia de todos los cuerpos que tocaron y que van a tocar. Por eso una historia de la literatura sin nombres que griten “yo” no es una confesión de ausencias, es una historia de escritores multiplicados. Y palpamos una experiencia similar cuando leemos Desde esta carne en relación con la historia de la literatura argentina contemporánea.
Publicada en 1952 y hoy afortunadamente reeditada por Astier Libros, la novela de Valentín Fernando parece desprenderse de las calles de El juguete rabioso para transitar rincones apenas delineados por Arlt. Porque en Desde esta carne los cuatro ladrones roban todo el tiempo y sin límites, y traicionan, embaucan y matan con la naturalidad de quien camina por las calles sin poder detenerse en ningún lugar. Pero la novela, también, se anticipa una década al escribir sobre esos judíos de barrio que habrían de fulgurar en los relatos de Germán Rosenmacher, judíos de conventillo o apenas pequeños propietarios, y que en Desde esta carne son quienes supieron rodear a Víctor, ladrón por hastío o acaso por el hastío de deambular solo por la ciudad desde los catorce años.
Cuatro son los ladrones de la novela, aunque en realidad son cinco, el jefe es una mujer, Pola, uno de los personajes femeninos más inolvidables de la narrativa argentina. Encarna la doble vida en su más amplio sentido. Está hecha de tango, milonga y figurines de cine, es la entregadora de extranjeros en una mesa de juego; y al mismo tiempo es la mujer que ha dado por clausurada la búsqueda de lo único que le importa. Todo está preparado para que Pola y Víctor actúen una tragedia; pero, como se sabe, las ciudades apenas si conocen las farsas o las noticias para el olvido.
Desde esta carne se publicó en 1952, meses después de que Cortázar diera a conocer Bestiario, también en Sudamericana, y partiera hacia Francia. El dato importa porque en la novela que habría de publicar Cortázar en 1963, Rayuela, hay otra Pola, un nombre poco común, y que según las notas de “bitácora” de la novela habría sido la protagonista hasta que la Maga fue comiéndole las palabras para dejarla casi en un rincón. Aun así, la Pola de Desde esta carne parece susurrar al oído de la Maga de Rayuela, como si ambas compartieran un remoto pasado común que callar, que tomó caminos diferentes al elegir el Río de la Plata y el Sena.
No se trata de leer Desde esta carne como un “eslabón perdido” de la historia de la literatura, cosa que sería patética, lo relevante de su lectura es que nos invita a indagar en tonos e intensidades distintas de lo que ya tomamos por leído. Y uno de los aspectos que resulta imprescindible consiste en la tensión en la que se presenta el lenguaje en la novela. Desde esta carne no parece estar escrita en la misma lengua en la que se escribieron las novelas argentinas publicadas a comienzos de los ‘50, y acaso lo más potente es que el lenguaje que propone se vincula poco con lo que, a veces de manera harto ligera, suele denominarse realismo. Mejor: la novela de Valentín Fernando se comporta como Pola, tiene una doble vida: se sienta a la mesa a comenzar una partida realista, pero lo que hace, efectivamente, es ponerse en juego en otro lado.
En los ‘50, cuando lo que imperaba como clave de lectura era la reivindicación de la representación mimética, Ramón Alcalde, uno de los intelectuales de Contorno, señaló que la escritura de la novela de Valentín Fernando no podía ser posible sin el peso de Joyce y Proust. Es decir, proponía leerla a contracorriente. Destacaba la recurrencia de los diálogos cortados, el efecto de montaje, y sobre todo el peso de la memoria en la conciencia de los personajes, como si ellos no actuaran por lo que tenían delante de los ojos sino que lo hacían impulsados por lo que alguna vez habían hecho, hicieron o no pudieron hacer. Un comportamiento verdadero que no podría ser más humano, pero que es refractario a cualquier esquema realista. Así, Valentín Fernando no es un típico autor realista porque lo verdadero irrumpe como denuncia de lo que es esquema, y no puede ser completamente verdadero porque para su denuncia necesita del realismo.
El propio título, Desde esta carne, hace hincapié en esa dualidad fundamental, o si se quiere en el doble juego en que se va la vida de la escritura de Valentín Fernando. Se escribe lo más verdadero, lo que sale “de esta carne”, y a la vez “esta carne” sólo puede ser apenas representada. Víctor, en un momento, recuerda lo que Pola le dijo una vez: “Sí, la vida es una porquería, y si una no encuentra la manera de divertirse está bien embromada... Se trata de buscar el peligro, algo que te ponga la piel de gallina y te asuste hasta la exasperación para que cada día no se parezca en nada al anterior, al que vendrá”. La posición de Valentín Fernando parte de ese mismo punto: como la vida no puede ser dicha, debemos decir “lo más extremo” para que al menos sea sugerida mediante esa imposibilidad.
Ese posicionamiento ante el lenguaje define una literatura que cuando menos era extraña entre los novelistas del ‘50. ¿Qué habría sucedido si el escritor de Desde esta carne hubiera tenido, por ejemplo, la oportunidad de ver en ese momento el cine que vendría, las películas de la Nouvelle Vague y en especial las de Truffaut? Ver Los cuatrocientos golpes es una invitación a leer de otro modo Desde esta carne. Ignoro si Valentín Fernando frecuentó luego ese cine, si escribió sobre ese desencuentro entre el lenguaje y las cosas, esa tensión que resultaría decisiva en la obra de Juan José Saer, y no me refiero exclusivamente a sus narraciones a partir de los ‘80 sino también a las anteriores, a Cicatrices (1969) por ejemplo, donde se desgrana esa misma tensión de Valentín Fernando y que Saer supo deletrear más allá del realismo, atravesando el objetivismo y la Nouvelle Vague.
Lo que más reconforta al cruzar las calles de Valentín Fernando con otras de la literatura argentina es saber que hay un escritor que ya no estará solo y lectores con una confianza renovada.
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