Los riesgos de la modernidad
LA ILUSION VITAL
Jean Baudrillard
Trad. Alberto Jiménez de Rioja
Siglo XXI
Buenos Aires, 2002
86 págs.
POR DIEGO BENTIVEGNA
En cada nuevo libro de Baudrillard encontramos la misma maquinaria teórica verborrágica y –a juzgar por sus resonancias– eficaz, que repite machaconamente un puñado de hipótesis con las que se intenta dar cuenta de casi todo lo que sucede en el mundo a velocidad real, desde la Guerra del Golfo y la muerte de Diana hasta la “limpieza étnica” en los Balcanes y, obviamente, la caída de las Torres Gemelas. Publicar, parece sugerir Baudrillard, es proliferar (sobre todo en francés e inglés) a una velocidad tal que sus escritos llegan, a veces, tan tarde como el búho hegeliano: La ilusión vital, por ejemplo, describe un paisaje que, en muchos aspectos, ha cambiado para siempre.
En “La solución final”, el primero de los artículos que forman parte de este libro y en el que se siente menos ese sabor a ya leído, Baudrillard aborda la cuestión de la clonación y del “fin de la especie”. Para el teórico francés, la clonación supone el replanteo radical de la llamada “revolución sexual” con que, más que a las –a estas alturas– inocuas posiciones sesentistas, hace referencia al “advenimiento de lo sexual en la evolución de las cosas vivas”. Si la píldora supone la disociación de la actividad sexual y la procreación, la clonación autonomiza la reproducción del sexo, que deviene algo del orden de lo superfluo. La clonación implica, en consecuencia, el cierre de la revolución sexual: el regreso a una existencia magmática donde la individualización aún no se ha producido. Es una forma en que “la raza humana se desliza hacia el vacío”.
En “El milenio o el suspense del año 2000”, Baudrillard explora aquello que permanece más allá del fin: la realidad virtual como zona en la que todo es libre de continuar infinitamente en estado de suspensión. Si la clonación supone la gestación de entidades que no son ni humanas ni inhumanas (o, en otras palabras, implica la “simulación genética de la vida”), la realidad virtual, por su parte, se ubica en el plano de lo que Frege denominaría el puro sentido (Sinn): un plano en el que la pregunta por la verdad o por la falsedad deja de ser pertinente. En esta suerte de paraíso artificial regido por la proliferación incontrolable de signos, por el éxtasis de sentido, la historia alcanza su grado más alto de paroxismo y, al mismo tiempo, entra en estado de parodia. Se transforma en un insoportable déjà vu.
Por comodidad suele clasificarse el pensamiento de Baudrillard en el ámbito del pensamiento “posmoderno”. Se trata claramente de un mero ejercicio de inventario, que agrega muy poco a la comprensión de toda una porción del pensamiento europeo que desde hace décadas viene elaborando una teoría radical y, al mismo tiempo, no dialéctica: la teoría de un mundo en el que sencillamente ninguna superación hegeliana tiene lugar. En un mundo enteramente unificado, hipersignificado por los medios y el capital, la resistencia asume ya no la forma de la guerra de trincheras teorizada por Gramsci sino la forma de la preservación y del clynamen pensado por Lucrecio en el De rerum natura: una desviación que puede comprometer al conjunto del sistema y que puede ser provocada, incluso, por los flujos de la tecnología no controlables que un pensamientodelirante (y, en este sentido, eminentemente político) debería acelerar mediante la proliferación.
En el artículo que cierra este libro, “El asesinato de lo real”, Baudrillard trata de dar cuenta de un lugar de resistencia que encuentra su filiación en las estrategias de los situacionistas de los años sesenta: si el mundo tiende incontrolablemente al delirio, debemos asumir una posición delirante y al mismo tiempo radicalizar la singularidad. Entonces, en el 2000, Baudrillard predicaba en un páramo que parecía estar regido por la “huelga de acontecimientos” de la que hablaba Macedonio Fernández. Todos sabemos que eso, en gran parte, ya no existe. Que los acontecimientos (Torres Gemelas, la Argentina, Seattle, Génova) han vuelto a instalarse de un modo enfático que obliga a repensarlo todo, como el propio Baudrillard reconoce en el reciente El espíritu del terrorismo, donde se demuestra hasta qué punto el mundo de los noventa era no sólo siniestro sino también enormemente frágil.