Domingo, 10 de febrero de 2013 | Hoy
Una bailarina llega a la ciudad de Puebla, en México, para reemplazar a la principal figura del ballet que ahí debe presentarse. Subyugada por ella, calada hasta lo más profundo de su propia identidad, la bailarina vivirá una experiencia de desdoblamiento que rompe con la percepción natural del viajero que arriba a un lugar desconocido. Fernanda García Curten logra en La reemplazante una primera novela original y absorbente, arraigada en una tradición literaria poco frecuente en la actual narrativa argentina.
Por Sebastian Basualdo
Los hombres miran a las mujeres. Las mujeres se contemplan a sí mismas mientras son miradas, dice John Berger, y agrega que ello fue posible a costa de partir en dos el ser de la mujer. Desde su más temprana infancia se les enseñó a examinarse continuamente. Esto determinó no sólo la mayoría de las relaciones entre hombres y mujeres sino, también, la relación de las mujeres consigo mismas. El supervisor que lleva la mujer dentro de sí es masculino: la supervisada es femenina. De este modo se convierte a sí misma en un objeto, y particularmente en un objeto visual, en una visión. La reemplazante, primera novela de la escritora Fernanda García Curten, aborda de manera magistral esta problemática desde la perspectiva de una joven bailarina de ballet llamada Nadia, que viaja a Puebla para representar Sylphide junto a la Compañía Estatal. La ciudad pronto generará en ella el rotundo efecto de un desmoronamiento: si es cierto que somos como los demás nos ven, si verdaderamente el infierno son los otros, la llegada de Nadia a México es el punto de partida de una novela de dimensión existencial, donde la abnegación por el arte y los mandamientos familiares y sociales en torno del deber ser femenino se materializan a través de la idealización de la mujer que ha ido a reemplazar: la majestuosa y casi irreal Ingrid Mücnh. “Si ahora parece que no estás pensando en otra que en vos misma porque Ingrid Mücnh, tu compañera perpetua, la aristocrática e irreverente Ingrid, tampoco es todo eso. Lo que todavía hoy te sigue pareciendo orfandad no es más que carácter, dominio de sí misma, terreno ganado, legítima autoridad. Ingrid es, y por lo tanto ya lo era entonces, la única: La Prima Ballerina Assoluta. Su Sylphide, el colmo de la delicadeza y el candor. Ingrid no pensaba en vos ni tampoco te miraba, ni siquiera te miró cuando logró convencerte de venir hasta aquí; se estaba mirando ella misma, maquillándose frente al espejo del camarín. La veías, aún la ves, y ver es como dejar de ser.”
Mirarse a sí misma en un espejo partido a la mitad es lo que hará Nadia, la reemplazante, una vez que sea recibida por los organizadores y algunos enigmáticos pueblerinos como el pintor Báez, que le harán poner en duda a cada instante la visión que tiene sobre sí misma entre ensayos postergados e incursiones por una ciudad tan enigmática como imposible. “Puebla. Con sus calles angostas, rectas, orientadas como Dios manda, de Norte a Sur y de Oriente a Poniente. Ella había venido en lugar de Ingrid y la ciudad seguía en pie con su plaga de ángeles modelados, esculpidos, tallados en las portadas religiosas, acurrucados en el vientre áureo de sus cúpulas magníficas.” Lo que importa en la vida es la vida misma y no un resultado de ella, decía Goethe; y es en este punto donde estriba una de las mayores virtudes que tiene La reemplazante; por medio de un clima ligeramente kafkiano funciona desde un plano simbólico a contracorriente de la clásica estructura y desa-rrollo de lo que se entiende por novela de iniciación. “¿Nadia te llamás? –y agregó–. Igual que ‘nadie’, pero mujer. En la voz destemplada de Ingrid, ‘mujer’ había sonado a mala palabra. Condición vulgar, raza sucia. Una niña crecida que se ha ido en vicio. Bailarina, no mujer. Algún día una bailarina cualquiera. Pero no. No cualquiera: Nadie.”
Con una prosa poética de ritmo vertiginoso y un notable dominio de la técnica narrativa, que por momentos recuerda a Bajo el volcán de Malcolm Lowry, La reemplazante logra que el ballet funcione como una síntesis perfecta, una excusa para hablar del arte en general, una metáfora compleja en dos dimensiones que, al igual que las fotografías, permiten rastrear qué marcas ideológicas se esconden detrás de toda representación.
La mujer real que hay en Nadia, imperfecta, atormentada y contradictoria, y por eso mismo mujer bella en su naturalidad, tendrá que romper con la idealización que representa el nombre de Ingrid Mücnh. “Papá y mamá la amparan en esta terrible equivocación. Ya no le preguntan, como cuando era chica, si está segura de continuar. Le siguen el juego para no alarmarla a estas alturas. La hija se da cuenta de todo, pero hace como si no se diera cuenta de nada y también sigue el juego. Dar otra vuelta en el barco hundido. La ungida degradada al segundo reparto, la consagrada al triunfo siempre detrás de Ingrid Mücnh. Habría sido la mejor, pero no tuvo oportunidad de demostrarlo, lo que significa que es igual que si lo hubiese sido. Es necesario darla por muerta.”
Fernanda García Curten nació en San Pedro. Su primer libro de cuentos, La noche desde afuera, obtuvo el segundo premio del Fondo Nacional de las Artes y el segundo, Cuentos condenados, recibió el Primer Premio Latinoamericano de Cuento “Edmundo Valadés” de Puebla, México, escenario de esta novela, que además obtuvo la mención de Casa de las Américas de Cuba en 2009. Fernanda García Curten ha escrito una novela conmovedora, arraigada a una tradición literaria bien definida y poco frecuente en el panorama literario argentino actual.
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