Domingo, 3 de marzo de 2013 | Hoy
En una nueva colección de cuentos, después de su premiada novela El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, Patricio Pron ahonda con más precisión y crudeza en esa dimensión de la vida en la que habitan sus últimas ficciones: esa zona en la que el mundo revela su oscura incoherencia y alguien debe dejarse atrás para encontrarse.
Por Fernando Bogado
Un hecho es el resultado de otros. Partidarios o no del caos, no podemos negar que detrás de cada situación o fenómeno se esconden otras situaciones y fenómenos en una cadena interminable que pretendemos olvidar para no perder la cordura, para suponer que existe al menos una pizca de orden en un mundo emperrado en resultarnos desordenado y caprichoso. ¿Qué es, después de todo, una hipótesis (policial, científica, cotidiana) sino un mínimo intento de explicar el porqué de algunas cosas? Generar una hipótesis, entonces: la principal tarea de Patricio Pron en La vida interior de las plantas de interior, esto es, entregarse a una apabullante sucesión de conjeturas en torno de ciertas situaciones y falsearlas para ver si allí, hablando de plantas, podemos encontrar la raíz del hecho.
Pero decir “raíces”, en el caso de los cuentos aquí reunidos, es un poco exagerado: los personajes de cada uno de los relatos aparecen como seres desprendidos de todo, que buscan escapar de una vida que ya no les pertenece, como sucede en los cuentos “La cosecha” o “El nuevo orden de la última lluvia”. Incluso el lector se sumerge en la vida de estos personajes desraizados para tratar de comprender, en alguna medida, el motivo de su fuga, y no hace otra cosa que encontrarse con el silencio, la falta de revelación del secreto. Los protagonistas de estas historias actúan a partir de una causa ausente, aparente por algunos momentos, pero nunca del todo clara: ¿qué los motiva a la huida? ¿A dónde van a llegar con todo lo que han hecho?
Patricio Pron (Rosario, 1975) vuelve a ratificar con este libro el lugar que tiene como uno de los más interesantes escritores en castellano de estos días: las dos claves que nos servían para sumergirnos en la lógica de su última novela, El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, vuelven aquí a repetirse pero de una manera harto más intrigante. Si en la novela encontrábamos a un protagonista perdido en un mundo incoherente (por las drogas, por la sensación de lejanía con respecto a su mundo de referencia) que se reencontraba con sus “raíces” al incorporarse a la investigación cuasi policíaca llevada adelante por su moribundo padre, cuentos como el citado “El nuevo orden...” o el increíble “Como una cabeza enloquecida vaciada de su contenido” explotan ese mismo procedimiento, ese juego entre la búsqueda hipotética y el más llano sinsentido, llevándolo a extremos alucinantes. Por más menor y marginal que parezca, Pron sorprende hasta con el orden de los fragmentos o capitulillos de cada relato, salteándose números y colocándolos en lados imprevistos o en un orden regresivo que va enganchando al lector por esa misma, incoherente progresión.
¿Qué es la literatura sino un debate entre un mínimo de orden y la nada? Será por eso que estas historias se detienen en la vida de escritores o aspirantes a serlo, hasta el punto de que Pron y su obra se encuentran soterradamente mencionados en las locuras de un tal Laurent Maréchal. Si somos puntillosos, no es tanto la figura del escritor como la de jurado en un certamen literario o la de crítico la que priman en los cuentos, insistiendo en el costado más legalista de la práctica para que su derrota, su soledad y patetismo sean más estruendosos.
Con algo del Cortázar más afilado (el de Todos los fuegos el fuego), del Bolaño más visceral (algo de este libro recuerda a Putas asesinas), Pron logra conectarse con los mejores cuentistas latinoamericanos sin perder un toque particular, ese tinte a derrota ascética, lógica, que leemos en sus trabajos, como una nota seca y baja al final de la pieza musical. Frágil, la escritura de Pron no parece nada del otro mundo, y por eso cautiva: con sencillez, abre la puerta a lo más oscuro de lo cotidiano, a lo más ingobernable de lo controlado, en una colección de cuentos que crecen, como esas molestas plantitas de interior, hasta sin una gota de luz.
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