Domingo, 3 de marzo de 2013 | Hoy
RESCATES > MIYAZAWA KENJI, AUTOR DE EL PRINCIPITO JAPONéS
Muerto a los 35 años, Miyazawa Kenji fue uno de los más peculiares escritores japoneses de los años ’20. Maestro dedicado toda su vida a trabajar con los empobrecidos campesinos de su pueblo natal, dejó varios poemas en prosa y relatos de literatura juvenil influidos por D’Amicis y Saint–Exupéry pero, al mismo tiempo, absolutamente particulares, con una prosa de gran belleza y una radical falta de sentimentalismo. En una bienvenida traducción directa del japonés, la editorial española Satori rescata su relato más importante, “El tren nocturno de la Vía Láctea”, que supo ser llamado “El Principito de Japón”, junto a “Matasaburo, el genio del viento” y “Gauche, el violoncelista”, clásicos populares en Japón de una vigencia tal que, incluso, tienen versiones animé.
Por Carolina Marcucci
“Si estudias y aprendes a distinguir lo cierto de lo falso, utilizando un buen método, te darás cuenta de que, al final, la fe es lo mismo que la ciencia.” De pronto, al terminar “El tren nocturno de la Vía Láctea”, se experimenta que ese conjunto de estrellas ya no es un objeto a considerar desde un telescopio. Más bien, es el resplandor de un instante que se logra con apenas cerrar los ojos. Y Miyazawa Kenji (1896-1933) es el descubridor de este prodigio. Nacido en Hanakami, hijo de un usurero, Miyazawa vino al mundo el mismo año en que Japón fue castigado por catástrofes climáticas históricas (el terremoto Meiji-Sanriku), y como si la tragedia colectiva no tuviera fin, en esa misma época, una desgracia no menor acechaba la isla: la guerra con Rusia. Afectado en su sensibilidad por la miseria de este contexto, cuando Miyazawa cumplía trece años, precoz, publicó su primer “tanka”. Luego, purgando la vergüenza por ser hijo de un usurero, estudió en la Universidad de Agricultura y Ciencias para dedicarse a ayudar los campesinos a modo de reparación personal.
En pocas oportunidades puede accederse a una traducción directa del japonés. Y ésta es una. La editorial española Satori, dedicada a la difusión de la cultura japonesa, publica ahora, por vez primera, a este autor que es todo un clásico en su país, con traducción y prólogo de Montse Watkins (1955-2000), quien en su momento realizó esta traducción para su propia editorial, Luna Books. A menudo supo compararse “El tren nocturno de la Vía Láctea” con El Principito. El hermano de Miyazawa contó que su hermano escribió bajo la influencia de los sensibleros relatos de Corazón. Lejos de la enseñanza moral de Saint-Exupéry y de D’Amicis, la búsqueda de Miyazawa, alquimizando budismo y cristianismo, propone otra cuestión: una búsqueda en el aprendizaje.
“El tren...” narra la amistad de Giovanni y Campanella. Claro, llaman la atención los nombres italianos, y es aquí donde se encuentra la marca de D’Amicis, ya que los nombres provienen de sus personajes. Pero Miyazawa, a diferencia de D’Amicis, no se queda en el golpe bajo de intención edificante. Giovanni estudia y también trabaja para alimentar a su madre enferma porque el padre los abandonó. El Día de La Fiesta de las Estrellas el lechero no deja la botella diaria en su casa. Giovanni sale a buscarla. En la espera, sentado en La Columna de los Deseos, el cansancio lo vence, se duerme y al despertar se encuentra en la Estación de la Vía Láctea. Antes de llegar a la Estación de los Cisnes, se encuentra con su amigo Campanella. El viaje comienza. En cada estación los pasajeros que suben traen historias mitológicas cifradas. Pero todo viaje tiene su fin. Y entiéndase “fin” en su polisemia. Giovanni le dice a su compañero: “Campanella, nos hemos quedado solos de nuevo. Vamos a ir juntos hasta cualquier parte para siempre, ¿verdad que sí? ¿Sabes? Yo también, como el escorpión, podría dejar que mi cuerpo ardiera cien veces si fuese para la felicidad de todos.” El misterio crece sobre el final. Campanella desaparece y un pasajero sentado a su lado aconseja a Giovanni: “Guarda bien tu boleto. A partir de ahora ya no estás en un tren de sueños. Tienes que andar con paso firme a través del fuego y de las bravías olas del mundo. Pero no pierdas jamás este boleto. ¡Es la única cosa real de este viaje por la Vía Láctea!”. Al retornar al mundo real, Giovanni encuentra a Campanella ahogado en un río. De la experiencia, Giovanni conservará el boleto como testimonio de una revelación. Escena que remite a la parábola de Coleridge rescatada por Borges: “Si un hombre sueña el paraíso, en el paraíso le regalan una flor, y al despertar encuentra la flor en su mano ¿entonces qué?”.
La primera versión de “El tren...” data de 1924, cuando la muerte de su hermana Toshiko deja a Miyazawa devastado. De las múltiples versiones en que se concentró a lo largo de diez años, se conservan apenas cuatro, todas incompletas. El aprendizaje que Miyazawa persigue es, en su carácter fantástico, el de una verdad existencial. Y de esto tratan no sólo “El tren...” sino también los otros dos relatos que lo acompañan en esta edición. En “Matasaburo, el genio del viento”, nuevamente hay dos niños como protagonistas, alumnos de una escuela rural. Al terminar las vacaciones y regresar a la escuela, ambos se encuentran con un nuevo y extraño compañero pelirrojo vestido de occidental, a quien creen espíritu del viento. El tercer cuento, “Gauche, el violoncelista”, es la historia de un músico de pueblo que recibe inesperadamente las visitas de unos animales. Por las noches, los animales se acercan para sanarse con su música. El protagonista no sospecha de las intenciones de estos seres misteriosos hasta que lo prodigioso modifica la vida del músico convirtiéndolo en un gran concertista.
La prosa poética de Miyazawa, impregnada por la belleza de las imágenes, sumada a la reflexión de la búsqueda de un espacio y un tiempo –como si fuera uno y el mismo en distintas dimensiones–, difuminan las fronteras de lo imaginario y lo real. El genio de Miyazawa construye unas historias tan singulares como inolvidables. Acaso sea porque Miyazawa Kenji sostenía que “encontrar el camino hacia el mundo oculto en el resplandor de un instante es el problema esencial de la vida”.
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