Dom 10.03.2013
libros

El día después de mañana

› Por Damián Huergo

La ficción especulativa –subgénero o meteorito menor de ese planeta en continuo proceso de exploración que es la ciencia ficción– se caracteriza por anticipar el futuro desde el presente, planteando un cúmulo de premisas que suelen decantar en conclusiones apocalípticas o utópicas. En su primer libro de cuentos, el escritor y crítico Nicolás Mavrakis realiza una operación inversa: escribe el presente desde el futuro. El futuro de No alimenten al troll es un mañana distópico, donde la sofisticación y el confort son parte de la enajenación, el mercado ganó la cruzada religiosa, la biopolítica se digitalizó, las personas se llaman por nicknames, Borges está fosilizado y Houellebecq muerto. Es decir, Mavrakis escribe desde un futuro que es aquí y ahora.

A diferencia del realismo a secas, la ciencia ficción –y sus derivados– permite la circulación de ideas fuertes cual personajes. Al igual que la literatura de Palahniuk, los seis cuentos de No alimenten al troll asumen tal virtud. Como si fuesen siameses aguillotinados por un fin literario, los textos de ficción de Mavrakis remiten a sus ensayos, juntados –en parte– en el ebook #Findelperiodismo y otras autopsias en la morgue digital. Es el caso de “Fireman”, donde en un thriller cyber-policial (el cadáver que mueve en círculo la historia es el S. XX) se despliega la dificultad para comprender los cambios tecnológicos en su totalidad, dejando a las subjetividades modernas en un estado paranoide con leves raptos de lucidez. A la vez, cuentos como “Hay que matar a Tinelli” plantean un corte generacional con el fantasma de la guerrilla de los años setenta y dan cuenta de que la “información” es la pólvora de nuestros días. O en “Kasos” –relato con huellas del yo autobiográfico– donde se actualizan los modos de traición mediante un montaje paralelo, entre la historia de un abuelo en la Segunda Guerra y el trabajo de publicitario de su nieto en el siglo XXI.

La prosa de Mavrakis –teórica y desfachatada– está cargada de signos propios del lenguaje ultracontemporáneo. Suelen aparecer en cursiva, como si fuesen códigos invasores, traficados de otra época. Palabras de un tiempo y espacio del que sólo se vislumbran algunos rasgos, suficientes para intuir las transformaciones que nos esperan y las burlas de los jóvenes del 2076 a esta generación perdida en el paso de un siglo a otro.

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