Dom 10.03.2013
libros

Entretelones de la escena

› Por Sebastián Basualdo

En la literatura no se entra, se irrumpe, dijo Blaisten, y eso es exactamente lo que hace Luz Marus en La amante de Stalin, ficcionalizar, por medio de una interesante trama narrativa que se entreteje con toda la fuerza del relato autobiográfico, la irrupción de una novela en la escena literaria porteña. “En unas horas voy a ver a mi editor, me voy a tomar un cafecito en la mesita con dos sillones que tiene, me voy a reír mucho con él, y le voy a entregar el principio de este manuscrito. La suerte está echada, Stalin. Ya no vas a poder decirme que lo baje como un video en YouTube o un post en Facebook. Esto va a circular por todas las librerías de Buenos Aires. Es ficción, Stalin, es pura ficción. Decile a ‘tu mujer’ que es ficción”, dice la narradora ligeramente sarcástica e incisiva para dar comienzo a una novela que, partiendo de la génesis misma de un texto literario, pone en jaque al imaginario colectivo, problematizando los límites entre lo real y la ficción, lo público frente a lo privado en una sociedad massmediática donde la tecnología regula y modifica las relaciones sociales y todo está permitido en la medida en que pueda ser controlado y no amenace o perjudique la imagen que pretendemos dar de nosotros mismos. Pero por sobre todas las cosas, y esto es uno de los momentos más logrados, La amante de Stalin logra poner de relieve cómo, frente a tanta incredulidad, la palabra escrita sigue ocupando su lugar de veracidad y por lo tanto carga siempre, como toda verdad, con el reflejo de la crueldad y la sospecha. “¿Pero vos querés arruinarle la vida a este pibe?”, pregunta el editor una vez leído el primer capítulo de La amante de Stalin. El mecanismo confabulatorio de verdad y ficción se ha puesto en marcha: las fantasías y los amores imposibles de una escritora encuentran su asidero en lo real y a eso se le llama literatura. Escrita con una prosa ágil y de buen ritmo, Luz Marus recrea con humor e ironía los entretelones de un ambiente literario donde no faltan autores consagrados, aunque sólo el excelentísimo Laiseca parece haber comprendido que importa menos quién es Stalin que el motivo por el cual surgió su amante.

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