Domingo, 23 de junio de 2013 | Hoy
En los cuentos de Germán Maggiori, la profusión de drogas y alcohol permite atravesar el límite de la marginalidad, en busca de un centro épico mínimo pero consistente.
Por Sebastián Basualdo
“No conozco a nadie que se haya curado en una granja. En esos lugares, la vida se pasa entre drogones pesados y tan limados que lo hacen sentir a uno como el Quaker de bueno. Todo parece ir en cámara lenta; no hay nada que hacer aparte de acariciar conejos y curtir las falopas caras y muy cortadas que mueven los punteros de la granja, unos mal paridos que lucran con la abstinencia de los demás”, piensa Maxi, mientras se dispone a jugar una partida de pool con su amigo Camaleón, y donde importa menos lo simbólico del juego como el modo feroz con que la realidad comienza a inclinarse hacia la desesperación y el miedo, un pedido de ayuda que surge de pronto con la misma naturalidad que el azar impone su orden secreto, aparentemente inexorable. “Me chupa todo un huevo. Hace días que vengo de gira, arrancado hasta las pelotas, y no puedo parar. Mirá, mirá, loco, si hasta me estoy haciendo ganchos. ¡Ganchos!, yo, que odiaba las agujas... Pero me gana la cabeza, Max, me gana la cabeza pensar en todo lo hijo de puta que soy, y no me quiero acordar... Estoy cagado de miedo”, confiesa Camaleón en el cuento “De Revolutionibus Orbium-Coelestieum”, y de esta manera surge a modo de impronta gran parte de la temática que atravesará de lado a lado los cuentos que componen Poesía estupefaciente, del escritor Germán Maggiori, un libro donde las drogas, el rock, el sexo y el alcohol funcionan como una grieta en el silencio para abordar la única épica que parece ser posible en una época como la nuestra: la introspectiva, narrada por todo tipo de antihéroes. Sólo que Germán Maggiori lo logra de una manera tan bestial como poética, apuntando al centro mismo de la incógnita existencial; sus personajes son de barrio y tan reales como las consecuencias mismas que dejaron los años noventa, los excesos no son otra cosa que los síntomas provocados por una violencia estructural y constante que demuele a los menos fuertes.
La originalidad de Poesía estupefaciente, más allá de una prosa contundente y de buen ritmo, estriba en que no aborda la marginalidad sino sus límites, los excesos no son otra cosa que un modo de nombrar el fracaso en un mundo absurdo que pareciera no dejar otro camino que la evasión delirante y autodestructiva. Leídos en su totalidad, los nueve cuentos logran un equilibrio perfecto entre el sarcasmo y la ironía; el humor negro, cuando aparece, surge como a través del gesto mal intencionado del espanto y la locura. Germán Maggiori ha escrito un libro realmente intenso y entrañable que ha merecido el segundo premio del Fondo Nacional de las Artes.
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