Domingo, 8 de septiembre de 2013 | Hoy
La edición definitiva de Nuestros años sesentas de Oscar Terán devuelve la lucidez de un texto que, sin escapar a la objetividad del ensayo crítico, incluyó con apasionamiento la autobiografía y el balance generacional. La visión de una década pautada por dos golpes militares y la inserción de un grupo intelectual ligado a las revistas, las ideas y los dramas políticos de la Argentina.
Por Juan Andrade
Un texto imprescindible de la historia de las ideas local vuelve a las librerías en su edición definitiva. Nuestros años sesentas (La formación de la nueva izquierda intelectual argentina), de Oscar Terán (1938-2008), publicado originalmente en 1991, traza una cartografía exhaustiva y completa del mapa conceptual de una época, poniendo la lupa sobre ese sujeto social, cultural y político emergente al que alude el subtítulo. El recorrido de esta arqueología del saber abarca distintos campos, que van de la filosofía al periodismo, pasando por la literatura, la plástica y otras disciplinas. Lejos de entenderlos como compartimentos estancos, el autor conecta a unos con otros y logra captar a las ideas en pleno movimiento, interactuando con el contexto, siguiendo una dinámica tan estimulante como vital.
Uno de los rasgos que distinguen al libro es su particular equilibrio entre la rigurosidad del ensayo y su propio componente autobiográfico: el testimonio personal no se diluye, sino que se potencia con la distancia crítica que establecen las ciencias sociales respecto de su objeto de estudio. “¿De quién son ‘nuestros’ estos años sesentas; cuál es el ‘nosotros’ que se dibuja sobre un escenario sin duda también habitado por otros actores que legítimamente se resistirían a reconocerse en la imagen que el espejo de este texto les propone?”, plantea Terán. La pregunta es lo primero que se lee entre las “Advertencias” del prólogo. Pasión y reflexión, entonces, se revelan de movida como indisolubles claves de acceso al material. En ese sentido, resulta coherente la periodización establecida: un comienzo y un final demarcados por sendos golpes de Estado, el de 1955 y el de 1966. Algo que Terán enfatiza, cuando señala que “las condiciones de la producción intelectual destinada a dar cuenta de la realidad nacional fueron altamente sensibles a los acontecimientos políticos”. Una demarcación que, a su vez, coincide con los hitos de su propia trayectoria, como confiesa en una conversación con Silvia Sigal (autora de Intelectuales y poder en la década del sesenta, otro libro fundamental) incluida a modo de apéndice final: por un lado, su “llegada a Buenos Aires en 1956, cuando se superponen el impacto de la vida urbana sobre alguien que viene de provincia, y el descubrimiento del peronismo”; por el otro, “la segunda referencia vivencial es más cercana y tiene que ver con una curva bastante análoga a la de muchos: coincide con el momento en que decido incorporarme, hacia 1966 o 1967, al ‘partido cubano’”.
A partir de la primera persona del plural, siempre compleja y rica en matices, Terán dispone el desarrollo de una acción con sus actores protagónicos y secundarios, que encuentra en la cuestión del peronismo y la Revolución Cubana su telón de fondo: dos grandes factores que aglutinan y, a la vez, provocan cismas. Su reconstrucción del itinerario de ese núcleo de intelectuales a los que denomina “contestatarios”, “críticos” o “denuncialistas”, subraya entonces en el segundo capítulo, “Peronismo y modernización”, la franja abierta por la revista Contorno, ese emblemático proyecto editorial en el que confluyeron varios de los nombres que irían cobrando protagonismo al calor de los debates que por entonces agitaban y dividían las aguas: los hermanos Ismael y David Viñas, Oscar Masotta, León Rozitchner, Juan José Sebreli y otros.
Precisamente, son las revistas (Contorno, pero también Centro, Pasado y Presente, Sur, Primera Plana, etcétera) las fuentes que nutren su análisis de ese apasionado y apasionante proceso de renovación de las ideas. Un caso paradigmático: la forma en la que se abrían paso el existencialismo y la teoría del “compromiso” de Sartre, un “intelectual faro” de la época según Terán, mientras en el ámbito académico se privilegiaban, dentro de la misma corriente filosófica, las vertientes encabezadas por Jaspers o Heidegger. El ida y vuelta que se establece entre las publicaciones, las discusiones que levantan la temperatura de sus páginas, le permiten a Terán dar cuenta de los síntomas que evidencian la profundidad de los cambios producidos. Uno de ellos: el paralelo ascenso del periodismo modernizador de Primera Plana y del Instituto Di Tella como polo artístico, frente a la pérdida de hegemonía cultural de Sur.
En su operación de rescate del “clima de ideas”, del “aire de los tiempos” a los que se refiere en distintos tramos del capítulo dedicado al “Antiliberalismo”, se sumerge en la lectura de los artículos que aparecen en publicaciones como Sur, Pasado y Presente, Fichas o Criterio. Pero también incluye a obras de teatro como Esperando a Godot de Beckett, Los pequeños burgueses, de Gorki, y el “realismo reflexivo” de Roberto Cossa o Ricardo Halac; el cine de Ingmar Bergman y de Leopoldo Torre Nilsson; la literatura de Sartre, Cortázar, Arlt y hasta Manuel Gálvez. “En 1961, desde el fondo de su venero católico tradicionalista –escribe Terán–, el viejo Manuel Gálvez revelaba asimismo en ‘La gran familia de los Laris’ su radical escepticismo acerca de la posibilidad de que el patriciado de este país pudiera superar los tiempos horribles de irrefrenable decadencia que le ha tocado vivir.”
La centralidad de la obra de una figura como Sartre –que hacia el final del texto aparece opacada por las teorías de Gramsci, Lévi-Strauss, Lacan–, no le impide a Terán marcar ciertas contradicciones en su prédica a favor de la libertad. “En un relato de la visita de Sartre a Cuba publicado entre nosotros en 1960 –recuerda–, el filósofo francés introdujo la siguiente aseveración: ‘Tengo a bien aclarar que creo que los que están en contra de la Revolución no tienen derecho a hablar, lo que quiero saber es si los que están a favor pueden hablar, porque es allí donde comienza la libertad de prensa’.” Palabras que son interpretadas como indicio del “maniqueísmo”, la “polarización” y las “trincheras” que comienzan a asomar detrás de las “intervenciones teóricas”.
La mirada lúcida y autocrítica de Nuestros años sesentas tal vez sea uno de sus principales legados a la hora de repensar un tiempo rico en simbolismos y mitologías. Terán reconstruye los mecanismos que hicieron posible que una vanguardia intelectual que partió desde los márgenes lograra impactar, finalmente, en el centro del saber institucionalizado y de la vida política local. Y hay algo más que el libro sugiere, al concluir su repaso histórico con la interrupción del orden institucional encabezada por Onganía: muchas de esas ideas de avanzada terminaron sembrando el campo sobre el que germinaría la lucha armada en la década siguiente. Terán lo explicita en la conversación con Sigal: “Yo diría que buena parte de lo que escribí estuvo animado por la pregunta sobre si los discursos conducían inexorablemente a la serie de catástrofes posteriores. Esta es, tal vez, la hipótesis fuerte de mi trabajo. Si ella se desmiente, el trabajo podría desmoronarse. He tratado de argumentar largamente que, si bien ese escenario estaba instalado, los acontecimientos que se suceden a partir de 1966 son los que vienen a realizar un conjunto de profecías que los intelectuales habían enunciado, pero solamente enunciado, en los años anteriores”.
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