Domingo, 8 de septiembre de 2013 | Hoy
Es su primera novela. O quizás sea la última, según señala en esta entrevista. Vera Fogwill no concibe su relación con el arte como algo estático o una carrera en sí misma, sino como un dinámico paso entre la dramaturgia, el cine y también la escritura. Así y todo, Buenos, Limpios & Lindos es una novela que abre y encuadra una relación de la escritora con la literatura y una herencia ligada al padre, en la que una mujer ya muerta observa el incesante agitarse de unos personajes obsesionados por las distintos formas de sobrevivir.
Por Mercedes Halfon
Vera Fogwill cuenta que cuando era muy chica y no sabía escribir ni leer, empezó a contar historias dibujando. Hacía planos. Una ciudad o una casa vistas desde arriba y la gente como hormigas marchando por el living, en la plaza, dándose una ducha. Como usaba mucho la regla, en su casa empezaron a vislumbrar un futuro en ingeniería o arquitectura, pero a ella, en realidad, lo que le gustaba era lo que venía después, cuando llevaba el dibujo a alguno de sus padres y le relataba lo que pasaba ahí, cuando todos esos personajes terminaban yéndose al bosque en medio de la noche. Cuando por fin aprendió a escribir, esa maquetación desapareció. Fue reemplazada en la adolescencia por ese otro modo de construir relatos que es la actuación. Vera estudió teatro casi desde niña —su madre, Janín Demanet, fue actriz del Di Tella junto a Marilú Marini. Su “padrastro” fue nada menos que Alberto Ure— y muy poco tiempo después decidió empezar a escribir las historias que ella y sus compañeras inventaban con el cuerpo. “A los dieciséis escribí mi primer obra de teatro. En realidad eran varias escenas que había ido haciendo para el taller de Cristina Banegas, pero ella se dio cuenta de que eran una obra. Ya estábamos cansadas de hacer obras en las que una tenía que hacer de madre, otra de hija, otra de abuela. Te estoy hablando de hace más de veinticinco años, era difícil encontrar obras en las que hubiera hermanas que no fuera La casa de Bernarda Alba. Entonces me puse a escribir unas escenas para mi grupo. Y esa obra fue la que inauguró Babilonia.” La pieza, adolescente y dark, se llamó Abre el baúl que yo me encierro.
Por eso no es tan raro que esta actriz, dramaturga, guionista y directora de cine, haya devenido escritora a secas publicando Buenos, Limpios & Lindos, su primera novela, ni que ésta haya sido finalista del premio Herralde 2012. Y no hace falta pensarlo por el lado de haber sido la hija del venerado y maldito Rodolfo Fogwill y todos los influjos que esto pudo tener. Solamente considerando sus primeros hitos, su precoz e imparable pulsión expresiva, el universo que se fue configurando desde niña, es bastante clara la filiación con lo literario primero y cierto interés por la ultratumba, después. También en teatro, escribió Las feroces (1994), con seis mujeres en el fin del mundo y Chica fría (1997), que tenía lugar en el velorio de una estrella de rock.
Cuando se le pregunta por este debut en la novela, ella desmiente: “En realidad mi primera novela la escribí a los dieciocho años. En esa época escribía a mano, en papelitos con letra muy chiquita. Y estaba en Córdoba escribiendo al aire libre, se me voló y cayó al río. Pude rescatar treinta páginas que sequé al sol, pero la novela tendría ochenta. Y bueno, quedó ahí. Como miles de cosas que escribí y quedaron ahí. Siempre estoy escribiendo algo. Mi relación con la escritura es de toda la vida”.
¿Por qué no habías querido publicar antes?
—Hay muchas cosas que fueron muy del momento. Hace poco me contactaron de una editorial para publicar mis textos teatrales. Y dije que no, porque me pareció que estaban caducos. Que en su momento esas obras estaban adelantadas, pero que ahora ya no. No me preguntes por qué, pero lo siento así. En este caso, con esta novela, después de leer mucho, de una biblioteca entera armada y largo tiempo transcurrido, me di cuenta que sí quería mostrarla.
¿Cómo empezó la escritura de esta novela?
—El inicio fue hace siete u ocho años. Empezaron a aparecer los personajes a partir de intereses míos sobre ciertos temas. Y empecé a escribir lo que yo creía que era un guión de cine. Pero me fui dando cuenta de que se iba de tiempo. Y yo no quería hacer una película y estar quince años con esta historia tan densa. Hacer una película no es sólo escribir. Entonces decidí convertirlo en una novela. En ese momento apareció el personaje de la narradora.
¿Qué temas fueron los que te fueron llevando hacia los seis personajes principales?
—El personaje de la chica musulmana, Alma, viene de una investigación que hice hace muchos años sobre monjas de clausura. Algo bastante complicado, porque justamente es difícil hablar con monjas de clausura. Eso me llevó al personaje de Alma que es una chica argentina que decide usar el velo integral. Toda esta idea de las mujeres occidentales de ‘oh, pobres mujeres encarceladas’, es falsa. Cuando hablás con mujeres que tienen el velo integral, no se sienten tapadas, al contrario, se sienten que tienen el poder. No voy a entrar en lo político de los talibán y el encierro. Pero ellas tienen la idea de que el hombre es una cosa pequeña, que no puede ver y hay que ayudarlo a que vea lo importante. Nadia, que es la otra adolescente, con toda su preocupación puesta en operarse la nariz, apareció por oposición. El personaje de Jonathan aparece a partir de un chico que conocí en un curso al que iba en el Tiro Federal. Me empezó a traer revistas, relatos de caza de Abel de Santa Cruz y materiales por el estilo. Fui a ver unas clases de tiro para adolescentes y a reflexionar sobre por qué iban esos chicos ahí. Para el padre de Jonathan, Hugo, hablé con muchos ex combatientes de Malvinas. Luego, no fui a chequear si esto que me dijeron es verdad, no soy una historiadora, me interesan más bien sus discursos, cómo piensan, por qué están haciendo lo que hacen. A mí me parece que esos discursos valen independientemente de su exactitud. Y otros personajes son ficcionales en su totalidad.
Hay libertad dentro de las exigencias del verosímil.
—Puedo darme la libertad porque esta es mi primer novela, pero desde mi fuero interno es la última, porque no es que yo quiero escribir novela. Me interesa poder saltar de forma. Jugar con la forma. Todo lo que leí en mi vida me permitió darme cuenta que puedo tener toda la libertad para escribir como se me cante. Sin puntos, sin comas. O lo que sea. Me fui permitiendo licencias. Para tal personaje pude ser más clásica. Para otro más cliché, o más cursi. De hecho, esto traté de no escribirlo. Trataba de sacármelo de encima. Decía bueno, el año que viene o en otro momento. Trato de esquivarle a las cosas que tengo que escribir. Están ahí, entonces las tengo que sacar, porque me empiezan a perturbar.
Cuando en 2006 Vera estrenó Las mantenidas sin sueños, fue notoria la diferencia de la película respecto de lo que venía siendo el Nuevo Cine Argentino que se imponía como un modo de representación extendido en los realizadores independientes. Frente a ese cine extremadamente sobrio y un poco autista, Vera Fogwill hizo una película disonante, verborrágica y colorinche. Tal vez por ese desajuste con el contexto artístico que viene de arrastre, hoy, cuando se le pregunta por referencias literarias, tiene que pensar mucho. Luego se entusiasma hablando de Amélie Nothomb, de Carson McCullers, de Claude Tardat, o más acá en tiempo y espacio, de la última novela de María Pía López.
Antes de escribir siempre se lee. Teniendo un padre escritor uno se pregunta si habrá bajado una línea en ese sentido, si te habrá dado un marco de lectura.
—Una forma de leer no, porque me leía Aurora de Nietzsche, por ejemplo, me leía libros que eran complicados para mí (se ríe). Pero, sí sucede que cuando vos ves a alguien cómo monta su espacio, su escenario, su ritual, eso te enseña. El ponía la ópera, la máquina de escribir, daba vueltas y decía que estaba escribiendo. Yo le decía, ‘Vos no estás haciendo nada papá’. Abría un libro, lo cerraba, ¡pero no estaba es-cri-bien-do! Pero había una abstracción. Y si yo me quería quedar tenía que hacer algo de eso. Entonces ahí hacia mis dibujos, escribía mis cuentos, lo acompañaba en otra mesa. El estaba haciendo eso cuando yo me iba a dormir y cuando me despertaba a la mañana estaba igual que la noche anterior. Y es como si te hubieran enseñado a disfrutar de un paseo por la montaña caminando a las cinco de la mañana con frío. Me enseñó algo de la relación con el trabajo. Tengo muchas cartas de mi papá incentivándome a la escritura. Leía todo lo que hacía. Tenía que esconder las cosas, mis diarios, para que no los lea. Mi mamá también me enseñó, ella siempre fue una luchadora y gestora de todo lo que fue haciendo. Siempre tratando de repensarse.
¿Hay una relación entre tus primeras obras de teatro, como Las feroces o Chica fría y Buenos, Limpios & Lindos en tanto reflexión sobre el fin, los últimos días, la muerte?
—Chica fría habla de la apología de la muerte. La obra era una especie de denuncia sobre el poco valor que tiene la vida y el valor que sin embargo se adquiere con la muerte y el negocio que puede ser morirse. Y esta cantante (es una ópera rock) lograba todo a partir de morirse. Todo lo que nunca pudo tener viva. Desde que la quieran, hasta vender sus discos, todo. Con cierta ironía que suele estar en mis textos, que siempre, sean duros o no, mantienen el sentido del humor, de poder reírme del absurdo mundo al que pertenezco. La novela, para mí, habla más de la era de la crueldad. Están todos solos, bajo la lupa de la era de la crueldad. Narrar sutilmente esto me llevó toda la novela. No lo puedo sintetizar en pocas palabras. Pero para mí vivimos alejándonos de la humanidad y de lo humano. Las personas son marcas que hay que instalar. El arte en todos sus formatos funciona como un producto mercantilista. ¿Sigo? El resto de la crueldad viene desde que existe el hombre, porque el ser humano contiene el problema del ser. Entonces aparecen los deseos y con ellos el costado más egoísta.
La muerte, el miedo a la muerte o la búsqueda de ella es algo recurrente en esta novela. Pareciera haber hasta un regodeo.
—La muerte es algo que aparece mucho más en la vida y con mucha más angustia y dolor que lo que yo pueda escribir. Parece que mi relación fuera de atracción frente a eso, y es al contrario. La gente que no me conoce podría imaginarme depresiva o oscura. Nada más lejano a mí. Pero sí me interesa expresar algo, bueno, tengo que conectarme con la verdad, me obligo a meterme de verdad. Creo que estamos en un mundo en el que la muerte es un tema tabú. Se niega. Se busca ser joven, eterno. Como si fuéramos algo importante que hay que preservar y no lo somos. Se puede hablar de los zombies o de los vampiros, pero no de la muerte bien hablada. Se consume Chuky, Drácula, pero si es en tono “realista” y hablan de la muerte, es tabú. Y lo más interesante para mí, es que yo narro la vida de los personajes y sus muertes son el desenlace, que si bien comienzo desde ese lugar, estoy invirtiendo la muerte y apostando a sus vidas, que es en lo que más me detengo. Ahora la muerte se representa y además se puede ver todos los días. Y nadie le pregunta a un actor cómo interpreta la muerte. Se supone que el actor es alguien “exitoso”. Yo estoy tranquila porque cuando me muera se van a acabar todos los problemas y es muy liberador. Es insólito que nuestra muerte nos parezca un problema, los problemas se generan en la vida. Los tibetanos les enseñan a los niños a morir. Es parte de la cultura enseñarles que son energía, que reencarnarán, que vienen a resolver algo y a ver los problemas como el karma. Nosotros no sabemos para qué vinimos.
Igual existe una relación fuerte entre la muerte y la creación artística.
—Yo todo lo que hago, lo hago para olvidarme de la muerte. Escribir, actuar, siempre es ponerse en el lugar de otro, escapar de uno, salvarse. Por ende, mi relación con la escritura y la muerte es que estoy creando lo contrario: vidas. Y eso pesa mucho más. Pero nunca me olvido que estamos de paso y que la meta que todos los hombres tenemos es la meta de la vida, nos guste o no, y ante el único lugar que somos todos iguales es la muerte.
Hay algo bastante llamativo que es la aparición de Gustavo Cerati como personaje en la historia.
—Tiene que ver con el estado de la narradora, que está en ese estado de limbo. Ella no sabe si está muerta, y si está muerta por qué sigue pensando. Sigue asociando, sigue viendo. Cerati, me aparecía en la escritura, me aparecía en la mente. Lo iba tratando de dejar pasar. Y después dije, basta, cada vez que me pongo a escribir, me aparece. Trato de ver qué pasa. Y lo que me llamó la atención fue cómo se resignificaban todas las letras a partir de lo que pasó. Y estaba trabajando con la vida de un fan, que es alguien para quien su vida gira alrededor de otra cosa, que quiere tener y no tiene. Lo hice de un modo muy libre. Después me pregunté si no tenía que cambiar el nombre, y cambiar las letras, inventar algunas. Pero no tenía sentido. No estaba respetando algo que había sucedido con eso. Y lo respeté. Lo dejé. Es una historia más y por otra parte todo lo que se dice es de público conocimiento. Es una oda y un homenaje. Mezclás un poco de realidad y un poco de ficción, la novela tiene otra dimensión. Toda la novela tiene ese juego.
Entre Las Mantenidas y Buenos, Limpios & Lindos estuviste un poco retirada. Nació tu hijo, falleció tu papá... ¿Esto influyó?
—La verdad nunca paré de trabajar, hago clínicas y guiones para otros directores. Sucede que soy muy guardada. Me gusta mucho estar presente en todo lo que pueda con mi hijo. Soy de esas que parecen madres amas de casa pero que además trabajan cuando los demás duermen. Cuando terminé Las mantenidas había gente que me decía, ‘aprovechá ahora, es tu cuarto de hora’. Para mí es indignante pensarlo así. En ese momento me propusieron hacer una película enorme en México sobre el narcotráfico de mujeres. En el proceso de ese trabajo, que era muy delicado, me quedé embarazada y decidí no hacerlo. Después me propusieron varias películas para dirigir y dije que no a todo. Porque no es que yo quería dirigir cine. Quise dirigir esa película. Me molesta mucho esta época del enamorado de sí mismo. Estar todo el tiempo conectado con que el mundo sepa dónde estás y qué estás haciendo. Como sacarte una foto cuando estas cogiendo. O mirar tu vida como un espectador. Intento ir por donde quiero ir y es una lucha, es una decisión y es una renuncia. Renunciar al lugar conocido, ese donde te puede ir mejor.
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