Domingo, 8 de septiembre de 2013 | Hoy
Dan Fante es el hijo de John Fante, el autor de Pregúntale al polvo, el hombre autodestructivo y talentoso que influenció a toda una generación de escritores de la costa oeste, en especial a Bukowski. Bajo el signo del padre, Dan también se convirtió en escritor y repitió su vida intensa. Acaban de llegar a las librerías dos de sus crudísimas novelas semiautobiográficas protagonizadas por su alter ego Bruno Dante, Chump Change y Mooch, además de Un legado de escritura, alcohol y supervivencia, memorias sobre su vida como hijo, una relación hecha de odio, admiración y culpa, atravesada por la bebida y la literatura.
Por Ariadna Castellarnau
“Mi conducta es a menudo desmedida y autodestructiva. Me comporto así porque cuando estoy sobrio no me tolero.” Dan Fante es hijo del escritor John Fante y autor de unas diez novelas difíciles de digerir. Una página de Fante hijo equivale a un litro de vino de tetrabrik. Dos páginas a dos litros. Una novela entera a una borrachera de esas que se agarran pocas veces en la vida, borracheras insostenibles, diáfanas y terribles que nos acercan a la verdad y a la muerte. “La gente normal no acaba encerrada en contra de su voluntad y sometida a una cura de desintoxicación; una persona normal tampoco se despierta una mañana con un cuchillo clavado en el estómago”, dice en su primera novela titulada Chump Change (libro al que también pertenece la cita que encabeza esta nota). Claro que la gente normal tampoco tiene un padre que se pasea en bata cerca de los acantilados que rodean una estilosa casa de Malibú con un vaso de bourbon en la mano y maldiciendo el día en que dejó de lado su carrera de escritor a cambio del dinero de Hollywood.
Daniel Smart Fante nació el 19 de febrero de 1944 en medio de una hecatombe de pareja. Fante padre y su mujer se llevaban como perro y gato y, por si fuera poco, el pequeño Dante nació rubio, blanco, muy parecido a su madre, que era de origen anglosajón. La bravuconería y la intensidad italianas del padre se habían licuado, edulcorado y reinventado en forma de bebé de anuncio de pañales. Más de lo que John podía soportar. En la memoria de Dan, Fante era un imbécil egoísta cuyas prioridades en la vida fueron el juego, los amigos y el vino. En las memoria de Dan, John Fante es también el mejor escritor de todos los tiempos. Superior a Hemingway y a cualquier otro. Una roca de talento que ni el viento puede erosionar.
Dan Fante asegura que empezó a escribir para no pegarse un tiro en la cabeza. Hay vidas que discurren plácidamente en un solo carril, a lo sumo dos, un breve desvío en el voluntarioso fluir hacia el final. Otras vidas, en cambio, parece que se hubieran quebrado en pedazos en un tiempo remoto y que cada pedazo siguiera su curso autónomo y alocado, obligando al propietario a correr tratando de juntar todos esos fragmentos para lograr una cosa parecida a la normalidad. La vida de Dan Fante es de las segundas. En su currículum se apelotona un largo etcétera de empleos de poca monta junto con intentos de suicidio, matrimonios y rehabilitaciones. La escritura de Dan Fante es visceral, nada bonita y pega fuerte. Es como la voz de Humphrey Bogart interpretando a Philip Marlowe con tres cigarrillos en la boca.
Bruno Dante es el protagonista de cuatro novelas, dos de ellas traducidas al español por Sajalín Editores: Chump Change y Mooch. La primera es una especie de carta al padre, salvaje y descarnada, al estilo Hubert Selby, un texto que carece de miedo narrativo, que grita a los cuatro vientos: “Esto es lo que hay, esto es lo que quiero decir y si no te gusta, suéltame”. En Mooch Bruno Dante cobra más autonomía, ya no está tan sujeto a la memoria del padre, sino que lo vemos tratando de rehabilitarse y pasándola mal en una residencia social. El libro es devastador como el anterior, pero no es más de lo mismo. Dan Fante profundiza en el personaje y en aspectos que contribuyen a construir un universo social. Dan es el Cheever de las empresas de venta directa por sistema piramidal, de los Walmart, de las reuniones de Alcohólicos Anónimos.
Como John Fante, Dan tiene su alter ego, su propio Arturo Bandini, un personaje complicado y abrumado por la náusea existencial. Alguien que se levanta todas las mañanas para ir a dejar el pellejo en un oficio que no lo llena y que luego gasta el dinero rápidamente, alguien demasiado lúcido o engreído como para comerse el cuento de la realización personal y el ascenso social y que por eso mismo se autodestruye hasta extremos inaguantables; hasta el punto de que al lector le dan ganas de cerrar el libro y gritarle: “Bueno, ya, date una ducha y dejate de rezongar”. Y tal vez lo haríamos si no fuera por esos párrafos que Dan Fante suelta de vez en cuando, de una belleza triste que nos sacude. La misma clase de belleza que oscurece la prosa de su padre y que reconoció Charles Bukowski cuando al principio de Love is a Dog from Hell puso esta dedicatoria: “A John Fante, quien me enseñó a hacerlo. Hank”.
“Aquella ciudad cochina y rosada, aquella urbe enorme, sobrealimentada e infecta, se extendía de punta a punta del horizonte hasta perderse de vista, tosiendo, esnifando y sorbiendo de la tierra todo lo que alguna vez había sido natural e incorrupto”, escribe Dan sobre Los Angeles. En todas sus novelas esta ciudad tiene una presencia agobiante. Es la ciudad que respira, se agita y aprieta a sus ciudadanos con sus tentáculos, un ser podrido, el desagüe donde van a parar todos los sueños, la ciudad del hard boiled, de los tipos duros y las mujeres malas. Los Angeles es también la ciudad donde el padre de Dan desperdició su talento. El hijo de inmigrantes que escribía para crearse un espacio y un orgullo a la altura del desprecio que la sociedad sentía por él y terminó envenenándose de la misma porquería que consumían aquellos contra los que luchaba. “Los Angeles, ¡dame un poco de ti! Los Angeles, ven a mí de la misma manera que yo vine a ti, mis pies sobre tus calles, tú, hermosa ciudad a la que tanto amé; tú, flor infeliz en la arena, tú, linda ciudad”, escribe John Fante en Pregúntale al polvo. Las visiones contrapuestas de John y Dan hablan por sí solas de la relación entre estos dos escritores –una relación hecha de odio, admiración y culpa– y de cómo, a veces, la escritura hace el milagro de convertir los conflictos familiares en material básico para el arte.
“Me escribiste una carta muy bonita, limpia, clara, directa al grano. Tal vez seas un escritor, como yo. Piénsalo”, le dice John Fante a su hijo, todavía un niño, desde Roma. Pero Dan tardó en reconocer su propio talento. Durante años vagó a la deriva, hasta que murió el padre y regresó a Los Angeles y decidió permanecer sobrio durante unos días y los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses y luego en años. Convencido de que no hay más historia que la propia, Dan empezó a escribir apoyándose en material autobiográfico en bruto, como el carnicero que arroja una pieza de carne en el mostrador y empieza a cortar. Treinta editoriales estadounidenses rechazaron el original de Chump Change por considerarlo demasiado violento. Y eso que Dan Fante, pese a toda su locuacidad narrativa, la falta de pudor y las ganas de no guardarse nada, en su libro de memorias Fante, un legado de escritura, alcohol y supervivencia, avisa al lector con las siguientes palabras: “mi vida ha sido intensa. En aras de la brevedad, no he incluido todos los matrimonios, novias, detenciones, empleos y palizas; sólo los más interesantes”. A ver quién es el guapo capaz de empezar un libro con estas palabras y sin que sean una fanfarronada.
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