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Domingo, 20 de abril de 2014

EL PRECIO DE LA HISTORIA

A pesar de un porte y un título que espantan, el libro sobre economía de René Passet es un estimulante paseo por el capitalismo y sus estrellas, en un firmamento donde brilla Keynes, los liberales clásicos son respetados y los neoliberales, temidos. Una historia del pensamiento con una fuerte impronta material.

 Por Julián Natanson

El año pasado en Argentina se recibieron tantos economistas como médicos, biólogos, ingenieros, psicólogos, filósofos, historiadores, veterinarios, astrónomos, arquitectos y diseñadores gráficos sumados. Y esto es sólo parte de un fenómeno mayor: a comienzos del tercer milenio, la economía ha desbordado las aulas para ocupar buena parte de los espacios mediáticos, de las conversaciones cotidianas, de las preocupaciones diarias, y lo más curioso de este fenómeno es que nadie parece saber bien qué es realmente la economía y, sobre todo, para qué sirve. ¿Para maximizar la velocidad de multiplicación del capital en la mágica rueda de las finanzas? ¿Para satisfacer las necesidades de la mayor cantidad de personas posible? Y si es así: ¿qué necesidades?

A los 87 años el economista francés René Passet viene a poner las cosas en su lugar, y lo hace con una obra monumental. Las grandes representaciones del mundo y la economía a lo largo de la historia es un libro complejo, difícil de clasificar. Puede leerse como una historia del pensamiento, pero no como una historia cualquiera. A pesar de su aspecto poco atractivo, el libro está lejos de ser un manual, una aburrida recopilación de ideas, y esto es mérito de un autor que sabe cómo transmitir conceptos complejos de manera simple, y que no esquiva la arbitrariedad. Passet toma lo que quiere de quien quiere para mostrarnos cómo se construye desde adentro un pensamiento original y arriesgado que trae una racha de aire fresco al viciado aire del debate económico local.

Si bien las páginas dedicadas a explicar directamente la tesis del autor son pocas –apenas una introducción de siete páginas y una conclusión de cinco–, Passet nos habla a través de los recortes que hace, de los personajes que elige y de las citas que toma (una inagotable cantera de novedades). “Es un lamentable economista aquel que sólo es economista”, leemos en boca del economista inglés John Stuart Mill. Trescientas páginas más adelante, Keynes: “El experto en economía debe tener una rara combinación de dones, (...) Debe ser matemático, historiador, estadista y hasta cierto punto filósofo. Debe comprender los símbolos y hablar con palabras. Debe observar lo particular en términos generales y alcanzar lo abstracto y lo concreto en el mismo impulso específico del pensamiento. Debe estudiar el presente a la luz del pasado y con vistas al futuro”.

La coincidencia no es casual: en estas palabras se encuentra el motor de toda la obra. Es que, como un pintor impresionista, Passet trabaja por acumulación; aunque en un comienzo el lector puede encontrarse con la sensación de estar caminando a buena velocidad por un museo intentando mirar un cuadro a cada paso, a medida que avanza en la lectura esta sensación desaparece. Al atravesar la Historia Antigua, la Edad Media (gran rescate del pensamiento árabe), la Revolución Industrial, y alcanzar los comienzos del siglo XX, el autor se siente cada vez más cómodo dentro de su libro. Cuando el autor adquiere mayor libertad para decir lo que piensa el libro gana en intensidad.

Passet dice: “El psicoanálisis se sumerge en las profundidades del ser. Y lo que allí descubre contribuirá –mucho más que las negaciones de los conductistas– a expulsar definitivamente a la mente humana de su trono de racionalidad”. Dice: “Así como Einstein incorporó el tiempo y el espacio en un concepto único de espaciotiempo, Keynes integra la moneda, portadora de tiempo, al espacio de la economía real”. Dice, citando a Keynes: “Los teóricos de la escuela clásica se asemejan a los geómetras euclidianos que, al verse en un mundo no euclidiano y al constatar que en realidad las líneas rectas que parecen paralelas se cortan con frecuencia, reprochan a las líneas su falta de rectitud, sin ver ninguna otra solución a estas desafortunadas intersecciones”. Pero, atención: si bien Keynes es aquí la estrella de la fiesta, la batalla que emprende Passet no es contra el liberalismo clásico, sino contra el reduccionismo neoliberal. Hay que distinguir entre neoliberales como Milton Friedman y otros como Von Hayek.

Cuando llega la posguerra, los prósperos años cincuenta y sesenta, aquellos años felices de consumos durables, la producción mundial cubre las necesidades de la mayor parte de la población (Passet es plenamente consciente de que en estas latitudes muchos podrían afirmar lo contrario). El avance del pensamiento económico pierde el fin primario que lo había impulsado. Mientras tanto, cuando se encienden las treinta toneladas que pesaba la primera computadora electrónica del mundo, las luces de Filadelfia titilan. Ese pequeño apagón anunciaba algo más grande: la era de lo inmaterial estaba por llegar. ¿Comenzaría un estadio superior, en donde el pensamiento económico se focalizaría en temas como la distribución de la riqueza? Bien sabemos que no. Como intuían cientos de páginas antes Edward Bernays, el olvidado sobrino de Freud, las necesidades (salvo algunas pocas), son relativas, es decir, infinitas, “se trata de transformar a los individuos en compradores que no necesitan lo que desean y no desean lo que necesitan”. La expansión a la velocidad de la luz de las finanzas y de la informática convirtieron a la mayor parte del capital que circula en el planeta en algo intangible, en un fantasma que elige cuándo aparecer y, sobre todo, cuándo desaparecer.

Las grandes representaciones del mundo y la economía a lo largo de la historia. René Passet Capital Intelectual 1026 páginas

El libro termina con una breve exposición de los avances más recientes del pensamiento económico: institucionalismo, evolucionismo, bioeconomía, entre otros. Aunque aparecen algunas ideas interesantes –sobre todo por ser poco conocidas en el campo local–, enseguida nos asalta esa sensación que habíamos olvidado: caminamos por un museo intentando ver un cuadro a cada paso. Y entonces nos damos cuenta de que las nuevas corrientes económicas aún no son más que un conjunto de ideas vagas y dispersas, lejos de conformar una alternativa que pueda hacerle frente al predominio neoliberal. Pero no hay que perder las esperanzas, como nos dice finalmente Passet: “Cada período tuvo acontecimientos decisivos, obras, personajes que el paso del tiempo ubicó en su justa significación. Así ocurrirá con el nuestro. Por lo tanto, hay que elegir, es decir, implicarse, saber que la pasión llegará a mezclarse con el discurso de la razón. Pero, ¿qué sería de una obra sin pasión?”

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