Domingo, 20 de abril de 2014 | Hoy
Rachel Kushner es una de las escritoras que, desde hace unos años, es celebrada como la nueva gran promesa de la literatura norteamericana. Y está cumpliendo con las expectativas. Mientras en España se edita su última novela, la muy celebrada Los lanzallamas (The Flamethrowers, traducida con el mismo título que la de Arlt), donde Kushner visita los sueños de revolución artística y política de los años ’70, se consigue en Argentina Télex desde Cuba (2008), atípico relato de norteamericanos viviendo en la isla antes de la revolución, basada en la historia de su madre, que de niña creció en el mismo pueblo que los hermanos Raúl y Fidel Castro.
Por Martín Pérez
Uno de los mejores libros del año pasado, dentro del mundo literario norteamericano, fue una novela llamada The Flamethrowers. Ubicada en cada lista de los mejores del año posible, y nominada al National Book Award, se podría decir que sólo fue superada por la fenomenal popularidad de El jilguero, tercera novela de Donna Tartt, que acaba de ganar el premio Pulitzer. Pero si la historia de Tartt es la de la concreción del tantas veces anticipado regreso con gloria de aquella joven prodigio que, dos décadas atrás, deslumbró con una primera novela titulada El secreto, los elogios unánimes hacia la segunda novela de Rachel Kushner celebran la continuidad de una carrera atípica y promisoria.
Nacida en Oregon, graduada en Berkeley y con un master de escritura en la Universidad de Columbia, en Nueva York, Kushner se basa en experiencias propias y de su familia para sus novelas, pero siempre escapando de su pequeño mundo privado para mirar hacia el mundo, política e históricamente. Su debut, Télex desde Cuba (2008), también nominada al National Book Award, cuenta la historia del final del régimen de Batista y el comienzo de la revolución narrado desde el punto de vista de una familia norteamericana cuya vida cambia decisivamente con los nuevos tiempos. Y con The Flamethrowers Kushner logró mezclar diversos intereses personales —como motocicletas, arte, revolución y políticas radicales— que no necesariamente podrían caber en una misma bolsa, en una novela ambientada en los ’70, con sus protagonistas viajando desde la agitada escena artística de Manhattan hasta las revueltas callejeras de Roma.
“Lo que me gustaría dejar claro es que yo no he vivido diversas experiencias para poder escribir sobre ellas, sino que he vivido simplemente por vivir”, sintió que tenía que explicar Kushner en un artículo sobre su vida publicado por la revista New York, que repasa su infancia en Eugene, Oregon, donde tuvo como hogar un ómnibus muy parecido al de Ken Kesey, y luego una adolescencia en San Francisco, cerca de la esquina de Haight y Astbury, donde nació el movimiento hippie. Hija de padres científicos, pero políticamente de izquierda (o radicales, como se los llama en Estados Unidos), Kushner supo vivir una infancia y adolescencia muy libre, lejos de la supervisión de los adultos. Con apenas nueve años, cuenta el artículo, ya había trabajado en una librería feminista, repartido periódicos y vendido pan. A los once ya se había tomado su primer ácido. “Lo que me salvó fue que, aun en el momento más álgido de mi delincuencia juvenil, siempre sacaba buenas notas en el colegio”, bromea Kushner, que es fanática de las motos y hasta tuvo un accidente yendo a más de cien kilómetros por hora, tal como le sucede a Reno, la protagonista de su última novela, recién publicada en castellano en España por Galaxia Gutenberg, bajo la traducción rigurosamente literal de Los lanzallamas, como la novela de Roberto Arlt.
Para matizar la espera hasta su llegada a nuestras librerías, aún se pueden conseguir algunos ejemplares de Télex desde Cuba, publicada en castellano tres años atrás por Libros del Asteroide, pero recién distribuida silenciosamente por acá desde el año pasado, junto con el resto del fondo editorial. “La chispa original que me dio la idea de escribir el libro fue porque mi madre vivió en Cuba cuando era chica, y yo viajé con ella y dos de sus hermanas a visitar lo que quedaba de la extraña ex colonia norteamericana en lo que entonces se llamaba provincia de Oriente, donde pasó parte de su niñez”, contó Kushner, cuyo abuelo trabajó en una azucarera norteamericana afincada ahí, la misma provincia de donde son oriundos Fidel y Raúl Castro. A diferencia de muchos de sus compatriotas que vivieron allí, tanto su abuelo como su madre pasaron el resto de su vida obsesionados con la figura de Castro y respetando los logros de la revolución. “Mi madre fue la única de sus amigas en volver a Cuba”, precisó Kushner, que en las entrevistas publicadas por la prensa norteamericana para la salida de su libro, se las ingenió para contar que su madre le había dicho que parte de su respeto por la revolución de los hermanos Castro era porque había visto de primera mano las mejoras en la vida de los cubanos con los que creció.
Para construir su novela, Kushner tuvo como invaluables aliados varias cajas de recuerdos familiares, conteniendo toda clase de documentos y testimonios de aquella época. Pero en algún momento se dio cuenta de que debía detenerse: “Aprendí una lección en carne propia: que el hecho de que algo fuese verdad no significaba que tenía que estar en la novela”. Lejos de ser sólo la historia de su familia, Télex desde Cuba intenta narrar la historia del final de un mundo y el comienzo de otro. Para ello, Kushner construye varios personajes, entre ellos un aventurero de origen francés llamado La Mazière y una cabaretera sugestivamente bautizada como Rachel K. “Ambos están basados en personajes reales, pero me permitieron contar la historia desde otras perspectivas. Rachel K existió realmente, aunque en una época anterior al que abarca mi novela. Pero no me pude resistir a incluirla, en particular por la resonancia autorreferencial de su nombre.”
Para contar el final de un mundo, primero hay que poder construirlo, y eso es lo que mejor hace Kushner en su novela, a través de los ojos de Everly Lederer y K. C. Stites, dos de los niños criados en el colonial paraíso dulzón de Preston, un pueblo construido a imagen y semejanza de cualquier pueblo norteamericano por la United Fruit en Cuba. Al igual que la presentación de Reno manejando una moto durante el vibrante comienzo de Los lanzallamas, las primeras cincuenta páginas de Télex sobre Cuba, que instalan la historia en el preciso momento en que la cotidianidad de Preston se ve amenazada por la revolución, generan un entusiasmo con el cual el resto del libro debe luchar para estar a la altura, y lo intenta haciendo ocasional uso de detalles sólo conocidos por quienes se hayan criado allí, como que a Raúl Castro en el pueblo le decían sarasa, o sea, maricón. Porque en Preston los norteamericanos se relacionaban con norteamericanas, y los cubanos con cubanas. Pero como mujeres chinas no había, a los chinos de Preston les decían sarasa. Y Raúl Castro, por sus rasgos, en Preston siempre fue El Chino.
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