Domingo, 8 de febrero de 2015 | Hoy
En El sueño de ellas, su quinto libro, Lucas Soares arma un prisma poético sobre tres figuras femeninas, fascinado por la forma desmesurada como, según señaló Freud, sueñan las mujeres.
Por Daniel Gigena
El nuevo libro de Lucas Soares (Buenos Aires, 1974) comienza con un sueño aparentemente contado por mail, un mail desglosado en versos, que proviene de un tiempo remoto: los verbos conjugados en segunda persona y la palabra final, “tú”, le suman distancia a una lengua que, desde el principio, pretende deshacer, torcer, el destino de la lectura. En la primera parte (son tres), Noe, el personaje femenino que le da nombre a la sección, fuma y sueña en playas, deambula a la noche bajo las estrellas, “escribe de manera compulsiva/ para que le duela menos la única/ imagen que conserva de su padre...”, protagoniza escenas a la orilla del mar con un compañero: “nos creíamos vitales/a través de los ojos/de una pareja de viejos”. También sin él, que apenas registra lo que ella hace: “Noe sale temerosa/ del hoyo del sueño”. Noe toma incluso prestada la voz cantante del poema –”volví a soñar con ese gordo/ todo tatuado y lleno de pozos en la cara”– para delinear un escenario de violencia latente, pasada o futura, que define por contraste lo que se percibe: “un infierno sonoro de insectos, los ojos”. Ese primer verso del último poema de la sección, pequeño artefacto verbal de doce sílabas (según se arrastre la pronunciación o no), ilustra uno de los procedimientos recurrentes de la escritura de Soares, que permite la convivencia de sentidos ambiguos bajo la apariencia de una clásica definición por vía metafórica (y, como indica el verso, “sonora”, con un sonido grave y bajo).
Las dos secciones restantes de El sueño de ellas también llevan los nombres (más estrictamente, los sobrenombres o nombres apocopados) de las protagonistas, en este caso dos hermanas mellizas, “Pola” y “Li”. Pola, a diferencia de Noe, a quien la lectura moldeaba o soñaba como una isleña temerosa y a la vez valiente, sueña con túneles en peluquerías, rodeada de fotos de infancia, en clases de fotografía dadas por un profesor lindo (“... y yo le pregunté a Li:/ ¿pero estos bombones dónde están? estudiando, me contestó”), inmersa en su mundo privado. Allí también la voz poética de Soares –que a veces parece la de un amante (“eras el padre de mi hija”) y otras la de un observador rapaz, un intruso que da su opinión cuando nadie la pide o espera– actúa como la de un médium: “me toca darle duro al trabajo/ porque mi madre está muy mal/ el campo se pone frío e imposible/ y tu ausencia enrarece/ la forma de las cosas”. Desaparece la voz que describe e insinúa estados por medio de la proximidad y la contemplación, y surgen en ese espacio vacío las voces de las mujeres imaginadas. Como se lee en el poema final: “dejaba atrás un lugar/ apenas entrevisto”. O: “moriría al menos con una/ frase tuya en la cabeza”.
La más breve de las tres partes, “Li”, es también la menos pasiva. En ella, se acumulan escenas del pasado en las casas de sus padres, ya que Li y su hermana parecen hijas de padres que no viven juntos, donde en una casa se hablan varios idiomas durante la sobremesa y en otra se absorbe la lengua de una institución secada, en el campo. En esos lugares transcurre el sueño (además de un drama privado, tanto como el mundo de la hermana melliza de Li), fugaz o sobresaltado, aunque ella quiera “dormir al lado de cosas positivas”. A la manera de pequeñas visiones situadas en la antesala del sueño (pasillos, cementerios, en la cocina cerca de “la respiración eléctrica de la heladera”), los textos finales recuperan tramas encapsuladas en sueños dentro de otros sueños y en las voces prestadas o propias, lesbianas, femeninas, infantiles, masculinas, animales; el enigma de la identidad convertido en una variante mitológica de la interpretación onírica.
Sobre el montaje de su quinto libro, construido como un prisma poético sobre tres figuras femeninas, Soares comenta a Radar Libros: “Se trata de personajes femeninos porque, de alguna manera, la materia prima de esos sueños ajenos fueron mujeres (desde amigas y hermanas hasta mi madre), y también porque hay algo de la desmesura del sueño femenino que –de Freud a Puig– me interesa muchísimo, algo que se puede ver bien en los sueños de Grete Stern, una obra que, diría, fue la principal fuente de inspiración para este libro, dado que Grete interviene los sueños ajenos que interpretaba Gino Germani bajo seudónimo, pero a partir del montaje y collage fotográfico”. Imagen, palabra, lo propio y lo ajeno, recuerdos sin fotos y las distintas respiraciones que la lectura presta a cada una de las voces intentan alcanzar los sentidos de “un sueño/ que no hizo a tiempo/ de convertirse en sueño”.
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