Libros, derechos y tecnología®
Los e-books son la oportunidad de quitar a los lectores de libros impresos algunas de las libertades residuales que tienen. La libertad, por ejemplo, de prestarle un libro a un amigo, o de tomarlo prestado de una biblioteca pública, o de vender una copia a una librería de viejo, o de comprar una copia anónimamente. Y puede que hasta el derecho a leerlo dos veces.
POR RICHARD STALLMAN
Debería empezar explicando por qué me negué a autorizar la transmisión en directo de esta conferencia vía Internet: los canales habituales para transmitir imagen y sonido en vivo por Internet requieren que el usuario descargue cierto software para recibir la transmisión. Ese software no es libre. Está disponible a precio cero, pero sólo como un archivo “ejecutable”, que es un misterioso montón de números que no se puede estudiar, no se puede cambiar, y ciertamente se puede publicar una propia versión modificada. Y éstas son libertades esenciales en la definición de “software libre”. Para ser un honesto y coherente defensor del software libre, difícilmente podría dar discursos y ejercer presión sobre la gente para que use software no libre. Estaría socavando mi propia causa. Y si yo no demuestro que me tomo en serio mis principios, no puedo esperar que nadie más los tome en serio.
TLöN, UQBAR, ORBIS TERTIUS
Esta intervención, sin embargo, no es acerca del software libre. Después de trabajar en el movimiento de software libre durante muchos años, y después de que la gente hubiera comenzado a usar algunas partes del sistema operativo GNU, empecé a ser invitado a conferencias. La gente me preguntaba: “Bueno, ¿de qué manera las ideas de libertad para los usuarios de software pueden generalizarse a otros ámbitos?”. Y, por supuesto, alguna gente hacía preguntas tontas como “¿Debería ser libre el hardware?”, “¿Este micrófono debería ser libre?”. Bien, ¿qué quiere decir eso? ¿Deberíamos ser libres de copiarlo y modificarlo? Si compro un micrófono, nadie puede impedirme que lo modifique. Y copiarlo... Nadie tiene un copiador de micrófonos. Fuera de Viaje a las estrellas, esas cosas no existen. Puede ser que algún día haya analizadores y ensambladores nanotecnológicos, y entonces esta pregunta sobre si uno es libre o no de hacer copias de objetos realmente adquirirá importancia. Veremos empresas agroindustriales intentando impedir que la gente copie alimentos, y eso se va a convertir en una cuestión política de primer orden. Por el momento, es sólo especulación.
Pero para cualquier otra clase de información se puede plantear la pregunta, porque cualquier clase de información que pueda ser almacenada en una computadora puede ser copiada y modificada. Así que los aspectos éticos del software libre son los mismos que los relativos a otros tipos de información publicada. No estoy hablando de información privada. Estoy hablando de los derechos que deberíamos tener si obtenemos copias de cosas publicadas, a las que no se intenta mantener en secreto.
DE RERUM NATURA
A fin de explicar mis ideas en la materia, quisiera repasar la historia de la distribución de información y la del copyright. En el mundo antiguo, los libros se escribían a mano (con una pluma o cualquier otro instrumento) y cualquiera que supiera cómo leer y escribir podía copiar un libro casi tan eficientemente como los demás. Es cierto que alguien, un profesional de la copia, podía hacerlo un poco mejor, pero no había una diferencia sustancial. Y como las copias se hacían de a una por vez, no existía una economía a gran escala. Hacer diez copias tomaba diez veces más tiempo que hacer una copia. Tampoco había nada que forzara la centralización: un libro podía copiarse en cualquier lugar.
Debido a ese estadio de la tecnología, que no obligaba a que las copias fueran idénticas, no había en la antigüedad una distinción total entre copiar un libro y escribir un libro. Había prácticas intermedias que también tenían sentido. Los antiguos sabían, digamos, que tal obra había sido escrita por Sófocles, pero entre la escritura del libro y su copiado había otras cosas útiles que se podían hacer. Por ejemplo, copiar una parte de un libro, después escribir algunas palabras nuevas, copiar algo más y escribir algo más, y así. Esto se llamaba “escribir un comentario”. Era algo muy común, y esos comentarios eran apreciados. Se podía también copiar el pasaje de un libro, después escribir algunas palabras, y copiar un pasaje de otro libro y escribir más palabras, y así: esto era “hacer un compendio”. Los compendios también eran muy útiles.
Había trabajos que se perdían, pero algunas de sus partes sobrevivían cuando eran citadas en otros libros que alcanzaban mayor popularidad que el original, quizá porque copiaban las partes más interesantes, y así la gente hacía muchas copias de éstas, pero no se molestaba en copiar el original porque no era lo bastante atractivo. Hasta donde yo sé, no había copyright en el mundo antiguo. Cualquiera que quisiera copiar un libro podía hacerlo.
DE GUTENBERG AL TIO SAM
Más tarde se inventó la imprenta, un dispositivo para la copia de libros. La imprenta no era sólo una mejora cuantitativa (por la facilidad del copiado) sino que afectaba de manera dispar a los distintos tipos de copias, e introducía una economía a gran escala. Era mucho trabajo preparar cada página y, por lo tanto, mucho más económico hacer varias copias idénticas de cada una. Entonces el resultado fue que copiar libros tendió a convertirse en una actividad centralizada y de producción masiva. Las copias de cualquier libro tendieron a hacerse en unos pocos lugares.
La introducción de la imprenta también significó que los lectores ordinarios no pudieran copiar libros eficientemente. Sólo si uno tenía una imprenta podía hacerlo. Así que copiar libros era una actividad industrial.
Durante los primeros años de imprenta, los libros impresos no reemplazaron totalmente a los copiados a mano. Las copias artesanales todavía se hacían. Los ricos las hacían o las encargaban para tener copias especialmente hermosas, que mostraran cuán ricos eran, y los pobres lo hacían porque no tenían suficiente dinero para comprar una copia impresa, pero tenían tiempo para copiar a mano un libro. De modo que el copiado a mano todavía se hacía hasta cierto punto. Creo que fue durante el siglo XIX cuando la impresión se volvió tan barata que aún la gente pobre podía comprar libros impresos.
El copyright apareció con el uso de la imprenta y, dado el carácter de esa tecnología, tenía el efecto de una regulación industrial. No restringía lo que los lectores podían hacer; restringía lo que podían hacer los editores y los autores. En Inglaterra, el copyright fue inicialmente una forma de censura: había que obtener permiso del gobierno para poder publicar un libro. Pero la idea cambió.
En los tiempos de la Constitución de los Estados Unidos, la gente llegó a una idea diferente del propósito del copyright. Se propuso, en principio, que a los autores se les otorgara un copyright monopólico sobre el copiado de sus libros. Esta propuesta fue rechazada. En cambio, se adoptó una propuesta radicalmente distinta: con el fin de promover el progreso, el Congreso podría opcionalmente establecer un sistema de copyright que creara esos monopolios que, de acuerdo con la Constitución de los Estados Unidos, no existen para el bien de sus propietarios sino para promover el progreso de la ciencia. Los monopolios se entregan a los autores para lograr que hagan algo que sirva al público. Entonces el objetivo era que se escribieran y se publicaran más libros que la gente pudiera leer, y se creía que eso contribuiría al incremento de la actividad literaria o al incremento de la producción científica y en otros campos. La sociedad mejoraría a través de eso. La creación de monopolios privados era sólo un medio en procura de un fin, y ese fin era un fin público.
El copyright en la era de la imprenta era bastante indoloro, pues era una regulación industrial. Restringía sólo la actividad de los editores y de los autores. Bueno, en algún sentido estricto, también los pobres quecopiaban libros a mano podrían haber infringido la ley de copyright. Pero nadie nunca trató de forzarlos a respetar el copyright porque se entendía como una regulación industrial.
El copyright en la era de la imprenta también era fácil de hacer cumplir, porque los responsables de su cumplimiento eran los editores, y los editores, por su propia naturaleza, se hacen conocer. Si uno está tratando de vender libros, tiene que decirle a la gente dónde ir a comprarlos. No hay que ir a la casa de cada lector en todo el mundo para hacer respetar el copyright.
Y, finalmente, el copyright puede haber sido un sistema beneficioso en aquel contexto. En los Estados Unidos, los abogados especializados consideran el copyright como un comercio o un trueque entre el público y los autores. El público cede algunos de sus derechos naturales y a cambio se beneficia con la escritura y publicación de mayor cantidad de libros.
EL DERECHO EN CUESTION
¿Es éste un trato ventajoso? Bueno, cuando el público en general no puede hacer copias porque éstas sólo pueden hacerse eficientemente en las imprentas –y la mayoría de la gente no tiene imprentas–, el resultado es que el público en general cede una libertad que no puede ejercer, una libertad abstracta, sin ningún valor práctico. Entonces, si uno tiene algo que es un subproducto de su vida y que es inútil, y tiene la oportunidad de intercambiarlo por algo de algún valor, está ganando. Así es como el copyright pudo haber sido un trato ventajoso para el público en aquella época.
Pero el contexto está cambiando, y eso debe cambiar nuestra evaluación ética del copyright. Los principios básicos de la ética no se modifican por los avances de la tecnología; son demasiado fundamentales para ser afectados por tales contingencias. Pero nuestra decisión sobre cualquier pregunta específica es consecuencia de las alternativas disponibles, y las consecuencias de una determinada opción pueden cambiar según el contexto cambie. Eso es lo que está ocurriendo en el área del copyright, porque la era de la imprenta está llegando a su fin, dando paso gradualmente a la era de las redes de computadoras.
Las redes de computadoras y la tecnología de la información digital nos están llevando de regreso a un mundo más parecido a la antigüedad, donde cualquiera que pueda leer y usar la información puede también copiarla casi tan fácilmente como todos. Así que la centralización y la economía a gran escala introducidas por la imprenta están desapareciendo.
Y este contexto cambiante cambia el modo en que funciona la ley de copyright, que ya no actúa como una regulación industrial sino como una restricción draconiana sobre el público en general. Solía ser una restricción sobre los editores por el bien de los autores. Ahora es una restricción de los derechos del público para provecho de los editores.
El copyright solía ser bastante indoloro e incontrovertido. No restringía al público en general. Ahora eso ya no es verdad. Si uno tiene una computadora, los editores consideran restringir el derecho a usarla como su más alta prioridad (daremos mayores detalles en la próxima entrega).
TODOS SOMOS DELINCUENTES
El copyright era fácil de hacer cumplir porque era una restricción que pesaba sólo sobre los editores, que eran fáciles de encontrar (y lo que publicaban era fácil de ver). Ahora el copyright es una restricción que pesa sobre cada uno de ustedes. Para forzar su cumplimiento requiere vigilancia –e intrusión– y duros castigos, y observamos cómo se están volviendo parte de la legislación de los Estados Unidos y de otros países.
El copyright solía ser, aun con discusiones, un trato ventajoso para el público, porque el público estaba cediendo libertades que no podíaejercer. Bueno, pero ahora sí puede ejercer estas libertades. ¿Qué hacer si uno se ha acostumbrado a ceder un subproducto que no le era útil y, de pronto, descubre un uso para ello? Puede, de hecho, consumirlo, usarlo. ¿Qué hacer en ese caso? Uno no lo negocia; se guarda algo. Y eso es lo que el público querría naturalmente hacer. Eso es lo que el público hace cada vez que se le da la chance de expresar su preferencia. Se guarda algo de su libertad y la ejerce. Napster es un gran ejemplo de eso: el público decidiendo ejercer la libertad de copiar, en vez de cederla.
Entonces, lo que debemos hacer para darle a la ley de copyright el lugar que se merece en las circunstancias actuales es reducir las restricciones que pesan sobre el público e incrementar la libertad que el público retiene. Pero esto no es lo que los editores quieren hacer sino exactamente lo opuesto. Ellos quisieran incrementar los poderes de copyright a punto tal que les permita controlar todo el uso de la información. Esto condujo a leyes que otorgan un incremento sin precedentes de los poderes de copyright. Las libertades que el público solía tener en la era de la imprenta les están siendo quitadas.
BOICOT AL LIBRO ELECTRONICo
Por ejemplo, echemos un vistazo a los e-books. Hay una tremenda cantidad de publicidad sobre los e-books; difícilmente se la puede evitar. Tomé un vuelo en Brasil y en la “revista de a bordo” había un artículo diciendo que quizás iba a llevar diez o veinte años hasta que todos nosotros nos pasáramos a e-books. Claramente, este tipo de campaña viene de alguien que está pagando por ella. Ahora bien, ¿por qué lo están haciendo? Creo que lo sé. La razón es que los e-books son la oportunidad de quitar a los lectores de libros impresos algunas de las libertades residuales que tienen y que siempre tuvieron. La libertad, por ejemplo, de prestarle un libro a un amigo, o de tomarlo prestado de una biblioteca pública, o de vender una copia a una librería de viejo, o de comprar una copia anónimamente, sin dejar registrado en una base de datos quién compró ese libro en particular. Y puede que hasta el derecho a leerlo dos veces.
Éstas son libertades que los editores quisieran quitar a los lectores, pero no pueden, en el caso de los libros impresos, porque sería una operación muy obvia y generaría una protesta. Entonces encontraron una estrategia indirecta: primero, obtener legislación para cancelar esas libertades en el caso de los e-books, cuando todavía no hay e-books. Así no hay controversia porque no hay usuarios preexistentes de e-books acostumbrados a sus libertades y dispuestos a defenderlas.
Los editores ya obtuvieron eso con la Digital Millenium Copyright Act en 1998. Entonces se introducen los e-books y gradualmente se pretende que todo el mundo se pase de los libros impresos a los e-books. Eventualmente el resultado es que los lectores perdieron sus libertades sin que jamás haya habido un momento en que les fueran “arrebatadas” y en el que pudieran haber luchado para retenerlas.
Al mismo tiempo vemos esfuerzos similares para quitarle a la gente libertades para usar otro tipo de publicaciones. Por ejemplo, las películas que están en DVD se publican en un formato encriptado que, se suponía, iba a ser secreto, y la única manera en que las compañías filmográficas iban a revelar el formato a los fabricantes de reproductores de DVD era a través de la firma de un contrato que incluyera ciertas restricciones en el reproductor, con el resultado, una vez más, de que se iba a impedir que el público ejerciera plenamente sus derechos legales.
Entonces unos astutos programadores europeos encontraron la forma de desencriptar los DVD y escribieron un paquete de software libre que podía leer un DVD. Esto hizo posible usar software libre (compatible con el sistema operativo GNU/Linux) para ver la película en DVD que uno había comprado, lo que es algo perfectamente legítimo. Pero las compañías filmográficas objetaron el “descubrimiento” y fueron a la corte. Es que las compañías filmográficas solían hacer un montón de películas en las que había un científico loco y alguien decía: “Pero, Doctor, hay ciertas cosas que se supone que el hombre no debe conocer”. Seguramente los ejecutivos han visto demasiadas de sus propias películas porque llegaron a creer que el formato de los DVD es algo que el hombre no debía conocer, y obtuvieron un fallo para censurar totalmente el software libre capaz de reproducir DVD. Hasta se prohibió hacer un vínculo a un sitio fuera de los Estados Unidos donde esa información estuviera legalmente disponible. Ese fallo ha sido apelado. Yo firmé un breve alegato en esa apelación (me enorgullece decirlo, aunque juego un rol bastante marginal en esta batalla en particular).
El gobierno de los Estados Unidos intervino directamente en favor de los intereses de las corporaciones. Esto no es sorprendente cuando se considera por qué la Digital Millennium Copyright Act fue aprobada en primerísimo término. La razón es el sistema de financiamiento de campañas políticas que tenemos en Estados Unidos, que es esencialmente soborno legalizado (los candidatos son comprados por las compañías aun antes de ser electos). Y, por supuesto, los funcionarios saben quién es su amo -para quién trabajan– y aprueban las leyes que les dan más poder a las corporaciones.
No sabemos qué ocurrirá con esta batalla en particular. Pero, mientras tanto, Australia ha aprobado una ley similar y Europa termina de adoptar una. El plan es no dejar lugar en la Tierra donde la información esté disponible libremente para el público. Los Estados Unidos siguen siendo líderes mundiales en el intento de impedir que el público acceda y distribuya información publicada.
En la próxima entrega: ¿Quiénes son los piratas?
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trad. Christian Rovner