Domingo, 26 de julio de 2015 | Hoy
SIEGFRIED LENZ
Perteneciente a la generación de posguerra junto con Günter Grass y Heinrich Böll, Siegfried Lenz fue un prolífico autor cuyas novelas, cuentos, dramaturgia y una ingente producción de periodismo cultural abordaron centralmente la temática ineludible del procesamiento moral de la guerra. El barco faro reúne piezas narrativas donde personajes de carne y hueso buscan hacer pie en ese mundo de fantasmas.
Por Fernando Krapp
Hacia el final de una de las novelas capitales del siglo XX, el joven Hans Castorp volvía de su viaje místico y humanista para curar su alma de una enfermedad desconocida, y en unas pocas páginas terminaba enrolado en el ejército esperando un destino fatídico. La montaña mágica, así como gran parte de la estética decadentista de Thomas Mann, reflejaba de algún modo el callejón sin salida, no sólo económico y social, sino más bien espiritual, al que había llegado, la sociedad alemana, pero también la humanidad toda.
Pasada no una sino dos guerras, Alemania tuvo que enfrentarse a la reconstrucción de su propia imagen política y moral, pero también espiritual. Por aquellos tiempos, los escritores agrupados en la que se conoció como Grupo 47, se enfrentaron con la tarea capital de entender, por un lado las motivaciones culturales que llevaron a una sociedad a un fenómeno como el nazismo, y por el otro a trazar un mapa para analizar las (sangrientas) esquirlas que la guerra había dejado. Organizados informalmente dos veces al año desde 1947 hasta 1977 por Alfred Andersch y Hans Werner Richter, el Grupo 47 otorgaba premios, se leían manuscritos en voz alta (muchos de ellos demolidos por críticos también presentes) y trasnochaban en acaloradas discusiones estéticas sobre el futuro literario alemán. De aquellos escritores los más famosos o reconocidos, después de que le academia sueca le diera un amistoso Nobel a Hermann Hesse como una pequeña ayudita cultural para la reconstrucción de un país necesario dentro de la incipiente Comunidad Europea, son el “arrepentido” Günter Grass, Heinrich Böll y el recientemente fallecido (octubre del año 2014), Siegfried Lenz.
Nacido en el año 1926 en un pequeño pueblo al norte de Alemania, en lo que antes era la antigua Prusia, hoy perteneciente a Polonia, Lenz ingresó como marinero en milicia alemana en 1943 y desertó pocos años después; es también uno de los tantos los arrepentidos alemanes convertidos al socialdemocratismo que apelaron al calor social de la época para explicar una joven afiliación al partido nacional socialista. Después de desertar, erró un tiempo por Dinamarca –donde vivió de la bondad de los campesinos daneses– y luego de ser apresado por los ingleses, y pasar un tiempo en un campo de refugiados políticos, se estableció en Hamburgo donde se dedicó al contrabando y al estudio de la Literatura y la Filosofía en la universidad. Lenz escribió una vasta obra que involucra cuentos, novelas, teatro, guiones de cine y mucho periodismo cultural como editor en jefe del suplemento literario de Die Welt.
Tanto la nouvelle que le presta el título de El barco faro como los otros cuentos que completan el volumen, ponen en manifiesto esta preocupación que, aún hoy, es un tema de agenda política en la sociedad alemana. Siete años después de la caída de Alemania, antes de la última noche de guardia, el capitán de un barco faro que señaliza a las costas del Báltico plagadas de minas abandonadas por la última guerra ayuda a un grupo de hombres cuyo barco ha quedado varado. Freytag, capitán del faro, comienza una lucha moral interna entre llevar a cabo su deber o ayudar a los náufragos que lentamente se revelan como contrabandistas de armas. Narrado de un modo claro, en un estilo directo sin desdeñar frases muy de dramaturgo que apelan a cierto simbolismo (“Un barco debe navegar entre los puertos, debe ir y volver, tener algo que contar”), Siegfried Lenz pone sobre la superficie lo que desgarra internamente a sus personajes: el pasado reciente en la segunda guerra y un acto poco heroico que le imposibilita accionar en su vida cotidiana. Y tanto en “El plato preferido de las hienas” donde un ex militar recuerda cómo comían en la guerra, como en “El hijo del dictador” y “Un amigo del Gobierno” Lenz vuelve una y otra vez sobre la misma problemática: cómo es la vida cuando se tiene que recuperar la cotidianidad. Un tema que desarrolla también en otros libros publicados al castellano por Tusquets como La Prueba Acústica, fresco íntimosocial que analiza el hipoacústico presente de posguerra de la burguesía alemana, o en la más certera Campo de Maniobras, donde un hombre quiere convertir un viejo campo militar en un vivero.
La voluntad clásica y su convicción en la estructura dramática hacen que Lenz centre el foco en la ambigüedad de sus personajes que se enfrentan, casi por acto de gracia, a la violencia de los acontecimientos. Alejado de cierto realismo mágico que encantó un poco demasiado a Günter Grass o de las parábolas dialectales (por momentos satíricas) de Heinrich Böll, la teatralidad de los gestos en Lenz viran su preocupación hacia un tema primordial: darle carnadura a un contexto plagado de fantasmas. Lanzar a personajes necesariamente “verosímiles” para ver cómo su pasado los moviliza, o no.
Quizá ninguno de los escritores del Grupo 47 haya llegado a la gloria modernista de un Hermann Broch pero no se puede negar que las apariciones de El tambor de hojalata (1959) de Grass, Opiniones de un payaso (1963) de Böll y estos cuentos morales de Lenz traducidos por primera vez al castellano (o bien su conocida novela La lección de alemán de 1968), movilizaron el presente político alemán de posguerra y funcionaron como un anclaje para las generaciones futuras que, como Sebald o Thomas Bernhard, retomaron estas inquietudes para transformarlas en inquietudes formales y literarias: la pregunta de por qué un montón de jóvenes comunes y corrientes, bien educados, nacidos en la cuna del conocimiento y de la aventura filosófica, después de bajar de su montaña mágica y espiritual, terminaron convertidos en monstruos.
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