Domingo, 26 de julio de 2015 | Hoy
NICOLAS BOURRIAUD
Ensayista, curador estrella del Palais de Tokio en París y actual director de la Escuela Nacional Superior de Bellas Artes de París, Nicolas Bourriaud se ha convertido en los últimos años en una referencia internacional en materia de arte contemporáneo, sobre todo por la polémica suscitada a partir de su libro Estética relacional (2002). Ahora se acaba de publicar en castellano La exforma, donde Bourriaud elabora una teoría del arte en fuga, además de explorar las más diversas formas de lo contemporáneo.
Por Mariano Dorr
El primer capítulo del libro comienza con la narración de un incidente en medio de una asamblea de la Escuela Freudiana de Psicoanálisis convocada por Jacques Lacan para comunicar los motivos por los cuales ha decidido disolver la escuela. Es el 15 de marzo de 1980, en el Hotel PLM Saint-Jacques, en París; cuando Lacan ya había comenzado a dar su discurso, un hombre intenta ingresar a la sala. La chica de la puerta le pregunta si ha sido invitado. El hombre responde que sí, que fue invitado “por el Espíritu Santo, que es el otro nombre de la libido”. Ingresa a la asamblea, toma asiento junto a Jacques-Alain Miller, que lo reconoce: era nada menos que Louis Althusser. Se pone de pie, enciende su pipa, y toma la palabra. ¿Qué es lo que dice Althusser? Que la asamblea no es válida hasta tanto se tome en cuenta la opinión fundamental de los miles y miles de analizados, en cuya representación dice hablar el propio Althusser: “esta muchedumbre mundial de analizados, millones de hombres, mujeres y niños, para que se tomen en serio su existencia, sus problemas y los riesgos en que incurren cuando se comprometen a seguir un análisis”. Lacan responde: “eso mismo, exactamente eso”, dándole la razón, como a los locos. Es casi una performance de Althusser, que parece gritar “¡analizados del mundo, uníos!”. Seis meses más tarde, Althusser estranguló a su mujer hasta matarla. Ya en el neuropsiquiátrico, Althusser escribirá El porvenir es largo, su autobiografía, uno de los textos que atraviesan –junto con Bataille, Walter Benjamin y Aby Warburg– el nuevo libro de Nicolas Bourriaud. El “inconsciente proletario”, cuya fórmula se desprende de la performance de Althusser, sería una exforma: es decir, un signo, un objeto o una imagen tomada en su doble proceso de exclusión e inclusión. La exforma es aquello que, siendo excluido es, sin embargo, colocado en primer plano o en el centro de la atención. En el caso de Marx: el proletariado. En el caso de Freud: el inconsciente. En el caso del arte contemporáneo: los inmigrantes clandestinos y, en fin, todo residuo o elemento residual que el capitalismo engloba como “basura”.
Autor de numerosos textos (Estética relacional, Postproducción y Radicante, entre otros), curador estrella (entre muchas galerías, bienales y museos, se destaca su trabajo en el Palais de Tokio, en París) y actual director de la Escuela Nacional Superior de Bellas Artes de París, Bourriaud se ha convertido en los últimos años en una referencia internacional en materia de arte contemporáneo. Sobre todo por las polémicas suscitadas a partir de su ensayo Estética relacional (2002), donde el ensayista-curador señalaba que, a partir de los años noventa, el arte comienza a trabajar políticamente con la “forma relacional”: obras que tomarían como horizonte teórico la esfera de las interacciones humanas y su contexto social. ¿Un ejemplo privilegiado de arte relacional? La cena organizada por Rirkrit Tiravanija en casa de un coleccionista: el artista prepara una sopa tailandesa. La obra no es más que esto: el encuentro a tomar una sopa. El arte relacional, entonces, consistiría en la creación de un “intersticio social”, es decir, la creación de un espacio para las relaciones humanas en donde se recreen posibilidades de intercambio diferentes a las promovidas por el sistema capitalista. En una galería, en un museo, las nuevas obras dan lugar a una forma que ya no se sitúa exactamente “en” la obra sino “entre” los espectadores, que se relacionan interactuando y conformando, valga la redundancia, esa “forma relacional”. Ahora bien, como señala Hernán López Piñeyro en el reciente El situacionismo y sus derivas actuales (un libro coordinado por Paula Fleisner y Guadalupe Lucero, publicado por Prometeo), la pretendida dimensión política del arte relacional resulta, como mínimo, discutible. No es verosímil que puedan darse relaciones políticamente relevantes –al menos, desde un punto de vista libertario– en el llamado “circuito del arte”.
En La exforma, Nicolas Bourriaud aborda la categoría de “semionauta”. ¿Qué significa? Todos somos de algún modo “semionautas”, o podemos serlo. Louis Althusser, precisamente, fue un genial semionauta cuando escribió El porvenir es largo. Allí narra una serie de eventos y episodios de su propia vida vinculándolos, aun tratándose de cosas completamente distantes entre sí. El objetivo de Althusser, en su autobiografía, no es otro que encontrar algún tipo de explicación para el hecho de haber asesinado a su mujer, según él, sin ser consciente de que la estaba asesinando. Una serie de hechos combinados entre sí llevaron al filósofo a un estado psíquico en el que ya no podía ser responsable de sus actos, según su autoanálisis. Este tipo de interpretación propia de un “semionauta” caracteriza, según Bourriaud, a una de las pasiones contemporáneas de los artistas: la “constelación”. Walter Benjamin y Aby Warburg también se ocuparon de vincular ideas e imágenes, dando lugar a constelaciones o archipiélagos que son, en definitiva, probables organizaciones de lo múltiple. La figura –explica Bourriaud– es un caos que se convierte en cosmos. Y la constelación como tal, dominada siempre por el exceso y la sobreabundancia de signos, es –dice– el motivo central de nuestra época. El semionauta, en este sentido, es el intérprete que se dedica a unir puntos entre sí, creando recorridos, itinerarios, principios de navegación.
Tanto en Estética relacional como en el resto de sus libros, incluyendo a La exforma, se trata siempre de una teoría del arte en pasaje, en tránsito hacia otra cosa, en fuga. ¿Qué exigencias metodológicas plantea esta estética del trayecto?
En primer lugar –dice Bourriaud– el proyecto general consiste en explorar lo que es contemporáneo. ¿Contemporáneo a qué? Al sistema de producción, es decir, al mundo del trabajo en el cual tanto los artistas como la gente que mira, los espectadores, están inmersos. También hay otro postulado que existe en todos mis libros. Este consiste en examinar, antes que formas, formaciones. Un estado dinámico de la forma. Cuando uno examina las cosas en su movimiento se pueden ver cosas que un observador estático no percibiría. La cuestión del trayecto de las arborescencias forma parte de esas constelaciones. Y tiendo a pensar que la crítica de arte es una forma de balística. La balística es la ciencia de las trayectorias. Ahora bien, las trayectorias hay que calcularlas y necesariamente hay una forma de especulación en ello.
La crítica de arte como una forma de balística o cálculo de la trayectoria de un proyectil cultural. La estrategia de Nicolas Bourriaud, en La exforma, consiste en partir de las obras, de los talleres de los artistas, para entender la realidad del mundo que nos rodea. Esta es –según el autor– la posición del curador que escribe. Y esto es, sin dudas, lo más atractivo en la propuesta de Bourriaud, el hecho de ser un ensayista-curador, figura ambigua que combina exhibiciones de obras en los espacios más prestigiosos del mundo al tiempo que marca la agenda del debate contemporáneo en torno a las artes. Al momento de definir aquello que entiende hoy por arte, dice: “En matemáticas, la letra omega representa a todos los números primos, más uno. El arte es exactamente eso. Todo lo que conocemos, más algo más”.
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