Domingo, 6 de diciembre de 2015 | Hoy
GASTóN GARRIGA
En Mataperros, Gastón Garriga sitúa en un pueblo rural una trama de secretos a voces y otros que aún se mantienen bajo la superficie, llevada adelante con una prosa tensa y simple.
Por Andrés Tejada Gómez
Mataperros es una correcta novela de Gastón Garriga que comparte un aire de familia con ciertos narradores locales. Si tenemos en cuenta, claro, como lazo de unión, que el escenario donde se despliegan sus acciones narrativas es el ámbito rural. Advertidos del detalle topográfico, los nombres propios de autores como Selva Almada, Iosi Havilio –en su primera novela–, Hernán Ronsino, Carlos Busqued, y hasta Ricardo Piglia, en Blanco nocturno, surgen como antecedentes que se pueden o se deben mencionar. Unos pasos atrás, inmiscuyéndonos en nuestra tradición literaria, podríamos recordar a Conti, Saer, Wernicke y Briante. Y allá lejos y hace tiempo: Juan Carlos Dávalos, Alfredo Varela, Mateo Booz o Benito Lynch. No advertir que una parcela del canon tiene gusto a yuyo sería tan irrazonable como querer tapar el sol con las manos. Sabemos que los textos que perduran se someten a criterios de valoración e intensos debates para su conservación y transmisión entre períodos que van mutando su marco teórico. Sin embargo, la extensión de la llanura ha generado diversas obras narrativas, de distintas apuestas poéticas y con resultados dispares. Afianzados en nuestra lectura podemos postular que el relato de Garriga se encuadra en una literatura regional, que impone la tarea de ensamblar los desdichados acontecimientos ocurridos en un pueblo, Punta Indio, sin despistarse en el costumbrismo ni sucumbir ante el pozo ciego del color local. Garriga sostiene un justo medio en su representación, eludiendo el fastidio de una mímesis calcada en detalles innecesarios. Su texto despliega un porte sobrio y discreto. Por otra parte, su elección estética por el campo como locación, nos inocula un tímido entusiasmo, ya que se revela como un autor arisco que no se somete al perezoso estereotipo de ficción urbana, ejercitado por díscolos literatos, donde abundan marginales macanudos, freaks bizarros, discotecas estruendosas y botarates que esnifan merca sin descanso; es decir, un soporífero carnaval de sentido común. La módica astucia de Garriga consiste en retornar a una zona relegada –por las ficciones imperantes– pero que aún ostenta tensiones que no se deberían desaprovechar.
En Radiografía de la pampa, Martínez Estrada nos arroja dos ramalazos de urgencia vigente: “...la pampa es una ilusión (...) el alambrado de púa fue la primera lección de derecho”. Las citas anteriores podrían concebirse como síntesis aplicable a la trama elaborada por Garriga. Su novela aborda a través de distintos matices temas de orden político-sociales, del pasado y el presente, tejiendo una telaraña que por previsible no resta mérito. La memoria de los años 70 sigue vigente como una herida que no ha cicatrizado en la conciencia de sus personajes. Por eso un eterno retorno de injusticias, silencios cómplices, humillaciones, abusos de poder y arreglos espurios se arrastran de generación en generación. La cotidianidad del pueblo escupe un círculo vicioso donde la irreparable maldad parece no tener remedio ni posibilidad de cesar. La asfixiante sumisión ante el olvido que otorga beneficios, y el coraje enardecido por revelar la verdad, atraviesa el núcleo de la familia de Beltrán, el guardaparques de Punta Indio. Las contradicciones éticas en las que se ve envuelto Beltrán en su relación laboral con la familia de Juana Perez Pacheco: conservadora y poderosa, será el punto de clivaje para las recriminaciones de su hijo Laureano. Entre ellos se irá provocando una erosión que tendrá comienzo y final en un violento choque, tanto en su sentido literal como metafórico. La aparición del periodista y responsable político del diario, El Pionero, un ex militante de la Juventud Peronista y exiliado, Marconi, será el muro que crecerá entre padre e hijo. A pedido del “Gordo” Nannini, profesor de cívica en la escuela donde Laureano cursa sus estudios; allí Marconi brindará una charla sobre la dictadura y revelará quiénes estuvieron comprometidos en la represión en Punta Indio.
En su escritura, el narrador desempeña un esquema sencillo y sin énfasis. A su vez, la estructura de la novela trastabilla en algunos maniqueísmos binarios que le restan vigor, con un tono didáctico que por momentos nubla el campo de su novela.
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