Domingo, 6 de diciembre de 2015 | Hoy
JAMES DICKEY
Unica novela del poeta James Dickey, La violencia está entre nosotros –Deliverance, como se conoció originalmente a la película de John Boorman de 1972, basada en el libro– es la perturbadora historia de un grupo de varones que durante una excursión de tres días por un río rodeado de un paisaje de destrucción y miseria, se enfrentan a la brutalidad humana cuando lo más probable era que tuvieran que encarar los desafíos de la naturaleza. Y responden en consecuencia.
Por Mariana Enriquez
James Dickey fue, sobre todo, un poeta. Dwight Garner, de The New York Times, escribía que era un maximalista, que sus poemas “espaciosos y locuaces se derramaban de la página como una cascada”. En “The Lifeguard” (“El guardavidas”), uno de los más conocidos y antologados, su protagonista repasa el momento en que no pudo rescatar a un chico y ese recuerdo terrible se convierte en una reflexión sobre la responsabilidad y la culpa en el marco de un paisaje soberbio, un lago a la luz de la luna. “In The Tree House At Night” (“En la casa del árbol, de noche”), otro de sus poemas mejor conocidos, también aparece la culpa pero esta vez en la figura de su hermano, Eugene, que murió joven: “Respiro el liviano cabello de mi hermano vivo/ La colcha a nuestro alrededor se vuelve/ Sólida como la piedra, y se mece/ ...Y mi hermano muerto sonríe/ Y toca la raíz del árbol”. Por supuesto, no fueron sus únicos temas, aunque “el hombre frente a la naturaleza” –no necesariamente enfrentado, también contemplativo– fue de los más importantes. Como poeta, Dickey ganó el National Book Award en 1965 y un año más tarde fue nombrado Poeta Laureado por la Biblioteca del Congreso. Entre 1960 y 1993 publicó casi treinta poemarios; murió en 1997, seis días después de su última clase en la Universidad de Carolina del Sur, donde era poeta residente y profesor.
Nacido en el estado sureño de Georgia, Dickey fue soldado en la Segunda Guerra Mundial y piloto en la Guerra de Corea. En los años 50 se dedicó a la docencia –era licenciado en Lengua y Filosofía– pero más importante fue su paso por agencias de publicidad: el poeta fue uno de los Mad Men de aquella naciente industria. “Sentía que estaba vendiendo mi alma todos los días y que intentaba recuperarla cada noche”, dijo alguna vez. Finalmente, fue despedido por “evadir” sus responsabilidades laborales.
Ese trabajo sirvió, de alguna manera, como disparador de su única novela, la que lo hizo famoso. La violencia está entre nosotros se llama en su versión en castellano pero es mucho más conocida como Deliverance, título original también de la película de John Boorman de 1972, con Jon Voight, Burt Reynolds y el propio Dickey interpretando con convicción a un sheriff, un papel secundario pero inolvidable. La violencia está entre nosotros (1970) es un libro extraño por donde se lo lea y resulta inesperado que sea la única novela de un poeta. Narrado en primera persona por Ed, un diseñador-artista gráfico, cuenta la aventura de cuatro amigos que van a recorrer el ficticio río Cahulawassee en canoa un fin de semana. Los lidera Lewis, un macho alfa con aires místicos. El viaje se hace antes de que toda el área –miserable, desgraciada– se convierta en un lago artificial; se ha decidido hundirla abriendo un dique. Los amigos dejan sus vidas monótonas y entran a este mundo lejano y brutal. Y pronto, el paisaje les dará un cachetazo para demostrarles que son forasteros, o peor, turistas. Ocurre un hecho de violencia repentino y no provocado, de una brutalidad indecible. Quien haya visto la película difícilmente olvidará la escena de la violación a Bobby, uno de los cuatro de la partida, quizá de las más perturbadoras jamás filmadas. Los atacantes no se rinden y los cuatro hombres de la ciudad, golpeados –Lewis ahora gravemente herido– deberán salvarse. Y, en el proceso, sacarse sus remilgos de suburbio y volverse tan brutales como los montañeses. Cuando el libro termina, hay tres muertos y un acuerdo fraternal de tapar lo hecho. Un pacto de sangre entre hombres. El libro es económico y directo al tiempo que complejo de atravesar: Dickey describe con precisión y se toma su tiempo, no evade los dilemas de Ed y recién acelera hacia el final, cuando los acontecimientos obligan a los sobrevivientes a resguardar su historia de violencia y hacerla pasar por un accidente.
La violencia está entre nosotros es una novela llena de signos. Antes de que se desencadenen los ataques, uno de los acampantes, Drew, toca el banjo con un chico albino y posiblemente con problemas mentales, en un duelo musical que parece una obertura country hacia el espanto (la escena de la película de Boorman es, con razón, un mito). Un búho no deja dormir a Ed aferrándose al techo de su carpa, comiendo allí sus presas. Los arcos y flechas, que llevan para cazar, tienen tanta presencia en la narración que parecen preanunciar algo más que la matanza deportiva de un ciervo. Hay víboras en los árboles. Las fábricas avícolas cercanas tiran sus desechos al río, que es un cementerio de gallinas.
Dwight Garner, en su artículo del New York Times, acierta cuando dice que desde los 90 lo “masculino” o se ha retirado a la no-ficción o ha cambiado por completo, con los escritores slackers añorando su infancia, deseando nunca crecer. “Dickey escribió sobre hombres, no sobre muchachos ni (aunque los protagonistas son padres) sobre papás. Los hombres en La violencia está en nosotros se encuentran con monstruos y reconocen su habilidad de convertirse en ‘contramonstruos’.”
No es una novela celebratoria del macho y su potencial brutalidad: a medida que pasan las páginas, estos hombres son cada vez más fríos, cada vez más temibles; incluso Bobby, víctima del ataque sexual, no deja ver ni un trazo de trauma o de fragilidad. En Deliverance, la película, el personaje de Jon Voight tenía muchas más dudas y mucha más culpa –en el final, lo vemos sufriendo una pesadilla– pero en la novela se convierte en un duro que, incluso, se jacta de la experiencia violenta, al menos para sí mismo. “El río, de una manera u otra, circula por debajo de todo lo que hago. Siempre encuentra una manera de servirme.”
Este elogio del macho alfa tiene su contracara esperable: el homoerotismo. En Deliverance es inolvidable el look de Burt Reynolds que, más que un hombre listo para enfrentarse a los rápidos en canoa, parece preparado para una noche de boliche gay, con su chaleco de cuero abierto, su pelo en pecho, sus pantalones ajustados. En la novela, las amistades masculinas también están recargadas de deseo. Así describe Ed a Lewis cuando lo ve bañarse en el río: “Nunca en mi vida vi un cuerpo masculino como ése, ni siquiera en las fotos de los levantadores de pesas que vienen en las revistas. La mayoría de esos tipos suelen ser bajitos y Lewis mediría un metro ochenta y tres. Los músculos lo envolvían suavemente y cuando se movía, las venas formaban un notable relieve”. Bobby, el violado, es excluido cuando vuelven a la “civilización” –y él se deja excluir–. En cambio, Lewis y Ed siguen amigos y más que eso: Dean, el hijo de Ed, “empieza a ser guapo; Lewis es para él un ídolo; y ya practica el deporte del levantamiento de pesas”.
Lo que pasó en el bosque y el río, el descubrimiento de lo que son capaces sus cuerpos y de la infinita capacidad de violencia y engaño, todo yace ahora bajo el agua fría de un lago artificial. Los hombres han vuelto a sus vidas suburbanas, a sus esposas enfermeras, a sus entretenimientos de clase media, a sus agencias de publicidad. Pero están marcados por el deseo y el secreto, por esos tres días. Quizás el título en castellano resulte engañoso en este sentido porque oculta el significado de esos días en lo salvaje: “deliverance” quiere decir “liberación”. E, incluso, “salvación”.
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