Dom 07.02.2016
libros

SARA GALLARDO

AGUAFUERTES GALLARDAS

Rescatada en los últimos años como una escritora contemporánea y experimental, autora de libros tan novedosos como Eisejuaz o La rosa en el viento, faltaba estudiar y resaltar una faceta no menor al perfil de Sara Gallardo. Ahora, con la publicación de Macaneos es posible asomarse a su importante trabajo como periodista. Este volumen reúne sus columnas de la revista Confirmado publicadas entre 1967 y 1972. En ellas no sólo escribe con soltura y elegancia contra la idea de actualidad y vértigo de la información sino que también reforzó, en un juego de espejos, su imagen pública de escritora joven y rupturista.

› Por Mercedes Halfon

En el panorama de las mujeres que lograron hacerse un lugar en la literatura argentina del 50 y el 60, Sara Gallardo es una figura única. La demarcan su ilustre procedencia, su nimbada belleza y elegancia, pero fundamentalmente la originalidad de su escritura. Un camino de temáticas o abordajes atípicos, sumado a un impulso de innovación formal siempre en busca de unos mundos más y más personales. Lo inicia en su primer novela, Enero (1958), un drama rural extrañado, contado desde el punto de vista de la hija de un puestero violada y obligada a casarse con su abusador. Y finaliza con La rosa en el viento (1979), donde despliega una gran cantidad de voces, personajes y registros, ambientada en una Patagonia mítica, a principios del siglo XX. En el medio, sus dos novelas más conocidas: la premiada Los galgos, los galgos (1968) y la rarísima Eisejuaz, donde a su camino de experimentación le suma la invención de un idiolecto, el de un indio mataco en un viaje místico hacia la santidad. Además de novelas Gallardo escribió relatos, compilados en su único libro de cuentos, el precioso El país del humo (1977).

Macaneos, las columnas de Confirmado. Sara Gallardo Ediciones Winograd 317 páginas

Pero escrita al margen de su obra principal, antes, durante y después, está su escritura periodística. Gallardo fue corresponsal, crítica y entrevistadora desde fines de la década del cincuenta, en el marco del boom del “nuevo periodismo” ejercido por plumas como las de Tomás Eloy Martínez o el recientemente redescubierto Enrique Raab. Colaboró en lugares tan disímiles como las modernas revistas femeninas Claudia o Karina, Tarea Universitaria, Primera plana y el diario La Nación. Pero su trabajo de mayor continuidad, donde desplegó una libertad inusual, fueron las columnas para el semanario político Confirmado. Desde 1967 hasta 1972 escribió una página donde se despachaba sobre los temas más diversos de lo contemporáneo y lo extemporáneo. La inesperada variación de tópicos era de una columna a la siguiente, pero también al interior del mismo texto, tal como lo demuestran los simpáticos y caprichosos nombres de sus artículos: “Los árboles de Coronel Díaz y el año 2000”, “Audrey Hepburn, Mahoma y el señor Diligenti” o “Woodstock, el terrorismo y una enciclopedia nada flemática”.

Toda esta dimensión de su obra permanecía inédita en formato libro hasta hoy, que con la edición de Macaneos. Las columnas de Confirmado, se empieza a saldar la deuda. Un libro de hermosa factura y tapas de un rosado intenso, al cuidado de la investigadora del Conicet y del Instituto interdisciplinario de estudios de género Lucía De Leone, quien viene trabajando en la obra de Gallardo desde hace rato. Macaneos le debe su existencia al trabajo de De Leone y también a Paula Pico Estrada –hija de Sara Gallardo y el periodista Luis Pico Estrada– apenas una niña al momento en que su madre escribía estas páginas, una mujer hoy, responsable del libro como editora en el sello Winograd.

A la vez que poner al alcance de los lectores estos materiales, la antología Macaneos cumple la tarea de ensanchar aun más la figura de autor de Sara Gallardo. Ella, la bisnieta de Miguel Cané y tataranieta de Bartolomé Mitre por parte de madre; la nieta del naturalista y político Angel Gallardo e hija del historiador Guillermo Gallardo, que se dedicó a escribir. Con tal procedencia ilustre y terrateniente, sus novelas rurales fueron leídas en su época en una clave autorreferencial que si bien puede tener alguna pertinencia, como dice De Leone en el prólogo, trabaron otros sentidos que hoy podemos encontrar en sus libros. La obra de Gallardo es compleja desde su inicio y conforme pasaron los años se fue diversificando y profundizando más y más. Su matrimonio con el escritor y ensayista Héctor Murena fue una clave del viraje de Gallardo para alejarse del cerrado mundo rural a partir de su novela Eisejuaz. Fue la insistencia de Murena en que ella debía “salirse de los límites de su clase” la que la empujó a los confines de su lenguaje en ese texto que para muchos fue inexplicable. Y también en los que lo seguirían.

Hace unos años comenzó una revalorización de la obra de esta escritora a la luz de nuevas miradas que modificaron el lugar en el que de forma automática se la había puesto. La misma Lucía De Leone junto a Paula Bertúa publicaron el conjunto de ensayos Escrito en el viento, Lecturas sobre Sara Gallardo (2013). Antes de eso Emecé había editado en un solo volumen la Narrativa breve completa (2004) de Gallardo, con un prólogo de Leopoldo Brizuela en el que sopesaba estas versiones de una escritora que sufrió el destino de claroscuros de los raros e inclasificables. Lo siguieron reediciones de su obra literaria por aquí y por allá. La edición de Macaneos hace un aporte fundamental a estas nuevas lecturas, permitiendo pensar y comparar los textos “urgentes” del periodismo con los meditados de su trabajo literario. Porque entre sus rarezas más identitarias estaban, sin duda, sus columnas para Confirmado.

SARA PERIODISTA

En los años sesenta, en el marco de las múltiples transformaciones socioculturales que se sucedieron, fueron notables los cambios dentro del medio periodístico local. Es en este momento que aparece Confirmado: desde mayo de 1965 y hasta 1973, con una importante tirada nacional con picos de hasta 50.000 ejemplares. Fue el nuevo proyecto del periodista y empresario editorial Jacobo Timerman –el creador de Primera Plana– que salió a disputarle lectores entendidos a otros semanarios como Panorama o la misma Primera Plana, con esta nueva y especializada “revista semanal de noticias”. El staff estuvo integrado por distinguidos hacedores. Dirección general de Félix Garzón Maceda y jefatura de redacción de Horacio Verbitsky, Raab, Rodolfo Terragno y Rodolfo Pandolfi, alternadamente. Entre sus colaboradores asiduos figuraron Miguel Briante, Juan Gelman, Felisa Pinto, Carlos Ulanovsky y Marcelo Pichon Rivière.

En este nuevo ámbito periodístico, donde muchas mujeres lograron puestos destacados en redacciones porteñas, el caso de Sara Gallardo fue singular. Sus participaciones en la revista fueron de dos clases. Una era la columna a todo color “La donna è mobile” que escribía pero no firmaba, en la que la temática era eminentemente femenina, ligada a la “mujer moderna” y los deslizamientos siempre espiralados de la moda. La segunda fueron las famosas columnas que se compilan en Macaneos. Coronada con una impactante foto que la revelaba como una muchacha bellísima y elegante, firmada por su propia letra manuscrita, la página que semanalmente entregaba Gallardo fue delineando una imagen de esta escritora que se grabó a fuego en la retina de los lectores. En un continuum abigarrado de letras con temas de economía, deportes, actualidad y política nacional e internacional de impronta masculina, las páginas de Gallardo eran un respiro de extravagancia, liviandad, reflexión y destellos de humor.

Estas columnas fueron también un espacio donde Gallardo se visibilizó para el gran público. Una vitrina donde su refinada belleza e inteligencia captaron lectores, en la peliaguda disputa de narradoras muy visibles de esa época: Silvina Bullrich, Martha Lynch y Beatriz Guido eran bestseller y si Gallardo logró hacerse lugar en esa coyuntura fue también gracias a sus textos en Confirmado. Como afirma De Leone en el prólogo: “Estas columnas son un sitio privilegiado, de gran llegada y audiencia calificada, desde el que acompañar (y también patrocinar) textos literarios. Más allá del éxito que por sí mismas ganan sus novelas, sus intervenciones en Confirmado le representan una gran repercusión entre los lectores, y la convierten en un personaje que el mismo semanario se atribuye y bautiza como ‘el bicho Gallardo’”.

En 1968 aparece con una foto de cuerpo entero en la tapa de la revista. Después de casi un año publicando su columna, deciden ponerla en la tapa para acompañar el lanzamiento de Los galgos, los galgos. En el texto que la presenta, el perfil que de ella hacen oscila y se retroalimenta entre las letras y las páginas periodísticas: “En diez años, la dulce-joven-tímida novelista en primera instancia Sara Gallardo ha devenido un personaje casi popular, una columnista seguida con atención por millares de personas, una sonrisa famosa que para colmo flamea, todas las semanas, en esta misma revista”, escribían.

MI PAIS DEL HUMO

La escritura y temas que despliega Gallardo en estas columnas puede funcionar perfectamente como contracara de su escritura literaria: al lirismo y riesgo formal de sus novelas, las páginas que regala en Confirmado contraponen una faz liviana, risueña y paradojal. Aunque la frivalidad es aparente, una fachada, es parte del personaje que Gallardo construye para poder sostener semanalmente un texto en primera persona donde debía proponer y opinar sobre historias, anécdotas y datos en una revista de actualidad. Su foto y firma la señalan, es ella la que profiere esas “insolencias”, esos –justamente– macaneos.

¿Cómo es esta construcción de personaje que hace Gallardo? En principio se declara como la menos informada de las personas sobre la Tierra. Ese perfil de chica distraída es lo que posibilita el desparpajo como modus operandi de su voz. Se puede hablar de la muerte de Kennedy, de la llegada del hombre a la luna, de la horrible moda de las pelucas, de la píldora anticonceptiva, desde una “ingenuidad” en la que todo está permitido. Esos temas van a vincularse con otros que nada tienen que ver con el presente y que se disparan en direcciones opuestas y lejanas: a la Grecia mítica, o a un relato que le contó un taxista. Esta ignorancia deliberada es militada. “Abandonen la perniciosa costumbre de pedirme que escriba sobre temas actuales. No me interesa la actualidad. Además, creo que no existe. Y si existe, es vulgar”, escribe. Siempre, con una pluma depurada, lujosa, meditada, sin palabras de más.

Claro que las cartas de lectores no se hacen esperar, entonces el tono desfachatado de la autora se ve obligado a contrastarse con cierta mirada más convencional de la época, que la lleva a veces a recalcular, argumentar, reforzar sus ideas o simplemente reírse. Algunas de ellas fueron incorporadas a Macaneos: “Señor director. Su colaboradora Sara Gallardo es inteligente. Es culta. Es, si la fotografía no miente, linda. Pero a veces se le va la mano”, escribía un lector en diciembre de 1967.

El libro ordena las columnas por afinidad. Cada capítulo es un bloque temático: “Yo contemporánea” reúne las columnas sobre los discursos, saberes y ficciones de la época en relación con la vida cotidiana y las identidades de género; “El oficio de una periodista” está integrado por los textos con reflexiones sobre su propia práctica; “Sobre el país del humo” incluye ciertas desacralizaciones de relatos y mitos nacionales; “Show Business” contiene las que se dedican al mundo del espectáculo; y por último “En viaje” donde aparece la vida itinerante, y algunos mutuos aprovechamientos entre periodismo y literatura, como el viaje a Salta que terminó siendo el detonante de la escritura de su novela Eisejuaz.

UNA PLUMA PROPIA

Muchos de los textos de las columnas versan sobre la propia práctica de la escritura, tanto periodística como literaria. Unos entretelones que revelan la escena de la escritura de Gallardo, sus demoras y sus facilidades, por ejemplo a la hora de sacar un texto cada semana, como un conejo de la galera. O zozobras como escritora, en relación a la competencia y el ansia reconocimiento: “Keats muere joven y casi desconocido, en Roma, y dicta una lápida para su tumba: ‘Aquí descansa uno cuyo nombre fue escrito sobre el agua’. Y todo escritor piensa ‘¿seré un Keats? ¿nadie me da bolilla pero yo apreté la tecla de oro?’”. Ese simpático e irónico relato de sí misma es uno de sus modos de motorizar la escritura y salir del atolladero, cuando no aparece un tema para hablar. Se da el lujo de comentar incluso, en una columna posterior a su nota de tapa, las “repercusiones” subjetivas y objetivas, que tuvo esa portada. “La que salió en la tapa –Sara, digamos, esta vez, por azar– va por las calles esperando que alguien la reconozca, y nada, che, nada. Nada. Miradas que resbalan sobre una faz ignota. Hasta que sí, un chofer de taxi se detiene, se asoma, vacila, se atreve a la pregunta: ‘Dispense, señorita, disculpe el atrevimiento: ¿usted no es por casualidad parienta de Bárbara Mujica?’”, bromea. Por eso resulta tan cautivante conocer estos materiales, donde se da el lujo de contar libremente estas cuestiones, que en el rigor y misterio de sus novelas sería imposible que aparezcan.

Además de lo que ella explícitamente cuenta, también se puede vislumbrar en estos textos algunas de las raíces de su universo sensible. Gallardo es una aguda crítica de su tiempo. La rareza de su obra respecto del canon literario de los sesenta y setenta puede pensarse también en la lateralidad de su mirada, el modo en que articula los temas, su particular uso del lenguaje coloquial, los objetos que elije privilegiar. “Cada época tiene sus anteojos de color”, dice: “Gentiles anteojos, tiñen la visión de las gentes con un tono uniforme que las hace sentir, no sin un arrebujamiento confortable, ‘modernos’. El tinte de los anteojos de cada época es, para llamarlo de alguna manera, moda intelectual. O moda anímica. Un color de rescate difícil, además. ¿Quién puede devolvernos el tinte pardusco que velaba apasiblemente la luz del día una vez que se nos han caído las gafas polaroid? Nadie. Por eso resulta casi imposible volver a saborear el tono exacto de los tiempos sumergidos en el ayer: siendo los más inmersos en el color del momento indefectiblemente los mediocres, poco de ellos resta para despertar curiosidades en el futuro. La gente de excepción nada por encima de las tonalidades dictadas por las famosas gafas”.

Hay algo que recuerda la belleza y profunda subjetividad de los textos periodísticos que Clarice Lispector publicaba en Journal do Brasil (compilados en Revelación de un mundo I y II, Adriana Hidalgo). En ambas autoras la escritura periodística habilita un ejercicio más liviano y para muchos que oficia de puerta de entrada a un universo literario enigmático. Si bien con perspectiva podemos percibir en las columnas de Sara Gallardo los indudables signos de aquel tiempo, lo hacemos guiados de su mano que nos lleva por sendas laterales. Así se pensaba Sara Gallardo en el momento que escribió las columnas: como alguien que no usaba las mismas gafas de color que los demás. Y así la percibimos hoy. A través de textos que captan esa mirada a la vez interesada y distante de la época, mirando más allá en el más acá. Este ejercicio sobre el presente es quizás lo más inspirador de sus columnas. Una escritura única, de piezas insólitas escritas cotidianamente, todas las semanas. Como un almuerzo cualquiera para el que se pone la mejor vajilla y unos manteles tan blancos que pueden encandilar.

LAS FOTOS QUE ILUSTRAN ESTA NOTA FUERON TOMADAS EN BUENOS AIRES A FINES DE LOS AÑOS 60 PARA LA REVISTA CONFIRMADO.

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