Domingo, 7 de agosto de 2016 | Hoy
EDUARDO BERTI
La figura de un padre rodeado de enigmas, secretos, una verdadera máquina de misterios, se constituye en el núcleo de la nueva novela de Eduardo Berti. Y a partir de ahí, una sucesión de referencias y planteos literarios que, como suele suceder en sus libros, se van entrelazando y replicando. Un padre extranjero es, además, la primera vez que Berti incursiona en el cruce entre ficción y autobiografía, algo que, como confiesa en esta entrevista, no se habría animado a hacer en sus primeros trabajos.
Por Fernando Krapp
El blogspot que Eduardo Berti lleva adelante desde hace tiempo tiene un nombre simpático. Bertigo, se llama. Un juego de palabras bastante simple que esconde varias analogías. Podríamos definirlo como el mareo que produce un anacrónico blog perdido en la vorágine del diseño en la internet profunda o bien la búsqueda de Berti si le agregamos el verbo “go” en inglés hacia el final. O quizás haya algo hitchcockiano, también, por qué no, en referencia al film del gran Alfred con un James Stewart obsesionado por la figura misteriosa de Kim Novak, perdida en nubes onírico-coloridas, suspense psi y caídas varias. Y es que, sin recurrir al policial persecutorio, la búsqueda del narrador en Un padre extranjero, última novela de Eduardo Berti, esconde un juego similar de duplicidades, sutiles cambios de roles y desplazamientos geográficos.
El juego es uno de los núcleos centrales no solo en el libro sino en la búsqueda literaria del propio Berti. Hace unos años, y para su sorpresa, recibió una invitación para formar parte del grupo OuLiPo, aquel centro de experimentación lúdico-literaria francés, diseñado y fundado por Raymond Queneau, que agrupó durante varios años a renombrados escritores como Italo Calvino y George Perec. “Los del OuLiPo me invitaron a formar parte del grupo hace casi dos años, para mi gran asombro y alegría” dice Berti. “Yo nunca hubiese tenido el coraje de postularme y, por otra parte, si lo hubiese hecho jamás me habrían aceptado porque existe una regla interna según la cual toda persona que pide entrar al grupo jamás será cooptada. Siempre me sentí profundamente interesado por el juego literario. Creo que hay toda una tradición literaria en lengua española, Macedonio Fernández, Gómez de la Serna, Borges, Max Aub, Cortázar, Arreola, Wilcock, por citar algunos nombres, que siempre le prestó atención a lo lúdico, que es uno de los elementos centrales de Oulipo, pero no el único.”
El juego es lo que acerca también al narrador de Un padre extranjero con su objeto de narración; el misterio que esconde su padre exiliado de Rumania, cuya lengua materna permanece escondida en su fuero interno, y que, como un rompecabezas cuyas piezas encajan aunque la imagen que resulta sea pulida como un espejo, nuclea a un conjunto de historias, en apariencia disímiles, que bajo el conjuro del estilo de Berti van encontrando un sistema para su sentido. Berti señala que mientras escribía la novela pensó en ese gran lugar común que es la expresión «lengua materna». “Medité que cuando tomamos un lugar común y operamos por antítesis solemos tropezar con algo inquietante o extraño: en este caso, la idea de «lengua paterna», que es un título que llegué a barajar para la novela. Así como la expresión «lengua materna» parece más bien inclusiva (ese idioma que une a una comunidad), la expresión «lengua paterna» parece remitir más bien a algo exclusivo, a una especie de código secreto. Lo cual no deja de ser llamativo si consideramos que la primera expresión (lengua materna) suele vincularse con la idea de «patria»”.
El juego como lengua secreta y extranjera que acerca a un padre con un hijo es un tema central en varias narraciones del género “novela del padre”. Están los “juegos retóricos” que unen al padre con su narrador en Mi libro enterrado de Mauro Libertella. O las largas conversaciones por teléfono que el narrador Phillip Roth mantiene con su padre sobre béisbol en Patrimonio. A diferencia de estos dos ejemplos, y de varias de sus predecesoras, Berti no utiliza solamente el juego como un modo de comunicación o de acercamiento. Constituye el epicentro de su relato, el núcleo invisible. Ata los nudos narrativos de las diversas historias que constelan a su alrededor y que trazan de pasado a futuro (y del futuro al pasado) una potencial genealogía. “A mí siempre me gustó una idea que solía repetir Italo Calvino: las novelas también riman. A diferencia de la poesía, suelen hacerlo mediante una serie de guiños internos y leit motifs. La noción de leit motif es, acaso, una forma de generar un efecto de unidad. Más si a eso se le añade una especie de núcleo temático que aglutina todo: lo extranjero, la identidad, los límites entre ficción y realidad, el vínculo entre padre e hijo, etc. Por supuesto, yo no tuve todo esto ciento por ciento claro desde un principio. Igual que el narrador de mi novela, fui entendiendo muchas cosas a medida que escribía”.
Si uno se guía por la lectura del libro, y si asemeja al narrador con el autor, comunicarse con Eduardo Berti, desde la Argentina, puede no ser tarea tan fácil. Afianzado en Marsella, Francia, desde hace varios años, tiene una agenda de viajes que lo mantiene bastante ocupado entre Francia, España (por el lanzamiento de Un Padre Extranjero en el sello español Impedimenta donde ha publicado otras novelas) y Alemania. Comunicación que se va estirando en un intercambio de mails y mensajes nublados por la falta de wifi o los viajes interinos. Asegura, no obstante, que no: su vida no siempre es así. No siempre está viajando de un país a otro. Si bien su narrador vaya y venga de una residencia a otra, pruebe suerte en Francia, viaje nuevamente a la Argentina, busque información sobre un reconocido escritor polaco en una granja inglesa, se suba a un barco en el mediterráneo o vea borrosas azafatas en aviones con destino al Este, las situaciones planteadas en las novelas narran los entretelones del ámbito doméstico, la dinámica familiar. La forma que va tomando una familia mientras sus integrantes cumplen con su ciclo vital.
La novela comienza con un funeral. A diferencia de lo que podríamos imaginar en relación al título, se inicia con la muerte de la madre del narrador. Esa muerte revela una nueva faceta en el padre. “La novela empieza con un entierro y termina con otro. Y el primer entierro es el de una madre que hacía un poco de ‘traductora’ o de puente entre el padre y el hijo. Una madre que, más aún, formó un bloque firme de silencio y complicidad con el padre en lo que atañe a los muchos secretos paternos. El narrador se pregunta en un momento de la novela, con todo el derecho del mundo, si la madre estaba al tanto de todos los secretos del padre. Es posible que ella ignorara algunos, pero es obvio que muchos otros los conocía”.
Al morir la madre, lo que se pierde es esa lengua “materna”.
–Muerta la madre, es cierto, hay una lengua que se perdió. Esa idea de lengua perdida o de “lengua fantasma” reaparece más de una vez en la novela. El padre ha dejado de hablar su lengua natal. El hijo, que es el narrador de la novela, no le ha oído pronunciar más de seis o siete palabras sueltas, en total. El resto es una lengua escondida, escamoteada. Hasta que un día, obligado por las circunstancias, el padre tiene que hablar en rumano delante del hijo. Y el hijo no puede dar crédito a lo que oye y a lo que ve. Porque el padre, puesto a hablar ese otro idioma que hasta entonces había callado, se revela como un extraño que hace gestos impensados con los labios, que emite sonidos raros... que, en suma, “dice cosas tan extrañas”.
Un padre extranjero traza puntos de contacto entre biografía y ficción, ¿cómo mantuviste la tensión entre invención y verosímil, y trabajar con materiales autobiográficos?
–Para mí fue muy novedoso poner en el centro de una novela elementos autobiográficos y elementos de mi historia familiar. Cuando empecé a escribir ficción, no me hubiese animado a algo así. Por pudor, sin dudas. Pero también porque en ese entonces estaba muy decidido a trabajar en clave imaginativa. En esta novela, en cambio, me decidí a trabajar con materiales personales, aunque me tomé muchísimas licencias. Hay muchas cosas inventadas en la novela. Desde luego, hay un punto de partida que es real: mi padre era extranjero, era rumano, era una «máquina de secretos» y nunca hablaba en casa su idioma natal, que era como una lengua sumergida, una lengua fantasma. Desde luego, hay muchos elementos reales. Los cuadernos, por ejemplo: es cierto que tras la muerte de mi padre yo me encontré una pila de cuadernos que contenían una novela escrita por él. Ahora bien, si realmente fueron seis, si realmente fueron de marca Rivadavia y si realmente esa novela es la misma que yo inserto dentro mi novela, eso es secundario. Y no tiene mayor importancia. Lo que importa, a mi entender, es el resultado final: es decir, si esos materiales (más o menos reales) funcionan bien dentro del libro. Si hacen que el libro funcione bien. Lo otro es anecdótico. “Me interesa releer Agua, mi primera novela desde esta nueva novela”, dice Berti en otra conversación virtual.
“Cuando escribí aquella primera novela yo estaba convencido de estar haciendo ‘pura ficción’ (cosa que, ya sabemos, no existe porque toda ficción, hasta la más disparatada o fantasiosa, se apoya sobre hechos reales); con el tiempo me di cuenta de que había inventado muchísimo menos de lo que pensaba”.
Uno de los tantos secretos que oculta este padre rumano de nacimiento, exiliado en la Argentina, que supo construir una familia con otro secreto guardado en el cajón como una bomba de tiempo, es, justamente, una novela. Luego de la publicación de Agua, la primera novela de Berti, su padre tuvo la necesidad de poner en palabras su propia experiencia en una novela que llamó El derumbe. Así, sin doble erre. Una idea fitzgeraldiana con una errata incluida y que el narrador de Un Padre Extranjero asocia libremente a un cambio posible de rumbo. Como si en la misma caída que se enuncia desde el título, en la parábola que se dibuja gracias a esa caída, los rumbos de la picada libre fuesen varios.
Los rumbos que va trazando Un Padre Extranjero son, sí, aleatorios. Mientras su padre escribe en secreto en Argentina, el narrador se encuentra probando suerte en París. Luego de su casamiento, Berti decidió instalarse en la ciudad donde su padre había vivido tras su exilio rumano, previo a establecerse definitivamente en Argentina. El narrador se pregunta varias veces si en ese cambio de roles (un hijo que vive en la ciudad de la juventud del padre, un padre que vive en la ciudad donde nació el hijo) no existe una posible analogía de una potencial historia. Y la analogía está en la novela que el narrador (escritor, como Berti) se encuentra escribiendo: la historia de un escritor polaco que, asediado por el dolor de la gota, la falta de reconocimiento literario, el fantasma de un lector obsesionado, y la añoranza de un pasado como marino mercante, pasa sus días en una granja alejado del mar en Inglaterra, mientras escribe una de las obras más importantes de la literatura universal de todos los tiempos.
El narrador elige nombrar en su bosquejo de novela al escritor en cuestión como Jòzef. Nombre que figuraba en su documento de identidad, y que el escritor polaco eligió cambiar por Joseph y acortar su apellido a Conrad. No es la primera vez que Berti elige narrar costados desconocidos o imaginar posibles derivas desde las grietas que encuentra en las vidas o en los relatos de escritores. Como por ejemplo en Nathaniel Hawthorne y La Mujer de Wakefield donde Berti imagina qué hubiera pasado con esa mujer que en lugar de esperar y esperar el regreso tras la fuga de su marido, pasara a la acción. O en el caso de esta hipotética novela sobre Joseph Conrad, cuyo material el narrador de Un padre extranjero va recopilando en sus viajes a la residencia de Pent Farm en Inglaterra. De a poco, es la figura del hijo y sobre todo la mujer de Conrad la que va tomando el eje de la novela del narrador. “Siempre he visto el personaje de Jessie como una mujer en cierto aspecto traductora. Digo esto porque la esposa de Józef encarna una clase de mujer pragmática bastante usual en ciertas parejas donde el hombre, como Józef, es una especie de soñador distraído. En esos casos, la mujer parece funcionar como ancla frente a la realidad, frente al mundo cotidiano.”
Salvo el caso de Victoria o el cuento “Amy Foster”, son pocas las mujeres que constituyan el motor de la trama en las novelas de Conrad.
–Hay un pasaje de mi novela en la que le hago decir a una especie de experto en la obra de Conrad que acaso el elemento clave de toda su obra sea una historia de amor con una joven de origen polaco (una tal Thérèse) a la que conoció en Marsella, lo cual no deja de ser una lectura muy osada. Un ideal femenino que aparece, omnipresente, en toda su obra: en varias mujeres que él bautiza Thérèse, en el reiterado suicidio con que Conrad troncha la vida de varios personajes. Y otra vez parece postular esta idea de lo femenino como gran clave de lectura, incluso en obras como la de Conrad que a primera vista parecen «masculinas», lo cual no deja de ser una simplificación. Mi novela, por otra parte, muestra el lado menos “mítico” de Conrad. Su faceta más prosaica, digamos. La vida doméstica, los problemas de salud, los momentos en que la escritura “no fluye”. Lo interesante del caso es que para Jessie, su esposa, esto es Józef. Y todo lo demás es algo extranjero: un misterio bastante arduo de descifrar. Como también le ocurría a la esposa del padre del narrador en mi novela.
Un padre extranjero se va convirtiendo lentamente en una especie de documental literario de todos esos intentos novelísticos, o como señala la contratapa en un “making of” de varias novelas. “Hay algo de making of, sí. Aunque no me convence del todo la expresión y la acepto un poco por pereza” señala Berti en un tercer intercambio virtual. “Quiero decir: hay capítulos que muestran los fragmentos más o menos definitivos de una novela más o menos avanzada (la novela de ‘Pent Farm’), más allá de que el narrador se debate entre diversos finales y no opta por ninguno. Y entre esos capítulos que narran la vida de Józef, de Jessie, de su hijo Borys y de Meen (el “lector asesino”), hay otros capítulos que cuentan las peripecias y las reflexiones que rodearon a la escritura de ese texto. Claro que a eso hay que añadirle otras cosas más, como varios flashbacks o los textos de la otra novela: de El derumbe, la novela escrita por el padre del narrador”
De a poco, todas esas historias que se abren sobre sí mismas, como capas de narración sobre capas de narración, confluyen en un punto: la lectura cruzada. Es la lectura de los manuscritos, de las novelas perdidas, de los apuntes perdidos, la que va trazando una posible unión. Una estructura cuyo secreto final (ese secreto que, al modo de Henry James, acontece siempre en el trasfondo de las novelas de Berti, tanto en la lengua secreta que comparten las mujeres en El país imaginado como en la búsqueda obsesiva por encontrar a Todos los funes) se va diluyendo lentamente. “Y si ese núcleo resulta algo ‘diluido’, como decís, tal vez sea porque yo no quise ofrecer respuestas definitivas a todos los misterios que plantea el padre extranjero de mi libro. Yo me basé para escribir esta novela en muchos elementos autobiográficos y en muchos elementos de la vida de mi padre. En cosas que conocía, pero más aún en todo lo que ignoraba y sigo ignorando al día de hoy. Digamos que me puse a novelar todo lo ignorado, pero no en busca de una respuesta única, sino en busca de posibles historias. Como si todo lo no dicho por mi padre (por el padre del narrador) fuese una usina de relatos. Y tal vez por eso mismo creo hoy, con la novela ya terminada y publicada, tampoco opté por un final único para la novela de Józef.”
Tus novelas transcurren en Portugal, Inglaterra, China, el resto de Latinoamérica, como si en el centro de un relato ambientado en un lugar alejado de Argentina radicara la argentinidad misma. ¿Te interesa hablar sobre “lo argentino” o la tradición argentina literaria? ¿O pensás que al hablar de lo extranjero estás hablando ineludiblemente de lo argentino?
–Lo argentino no es algo que me obsesiona. En otras palabras, yo no escribo para expresar o mostrar mi argentinidad ni nada por el estilo. Simplemente creo que todas las marcas de lo que soy aparecen, a la postre, en mis libros. Marcas de nacionalidad, de generación, de gustos literarios, de historia de vida. Es imposible que todo eso no aparezca, más allá de que uno decida ponerlo en primer plano o, al contrario, disfrazarlo un poco. Antes de Un padre extranjero publiqué una novela “antípoda”, como he bromeado alguna vez. Una novela que, en teoría, está hecha de todo lo que no soy: narrada por una mujer, ambientada en China a comienzos del siglo XX. Y, sin embargo, es esa novela yo reconozco enormemente mi sensibilidad. Sé que volqué en ella aunque de modo indirecto, sublimado, muchísimas experiencias vitales.
¿Cómo ves la situación política ahora en Francia en relación a lo extranjero?
–La situación no es fácil hoy en Europa con la figura del extranjero. Cuando todo va bien en términos económicos, el extranjero es bienvenido y la sociedad se mira llena de orgullo en el espejo diciéndose que está muy bien abrir las puertas a los refugiados y emigrantes necesitados. Cuando hay crisis económica, la cosa se complica, evidentemente, y el extranjero empieza a ser visto como una amenaza. A eso se le suma hoy el miedo que suscitan ciertos movimientos migratorios que la derecha y la extrema derecha amalgaman en forma algo burda con el terrorismo o el fundamentalismo. No soy un experto en política. Lejos de eso. Pero creo que toda Europa se debe un debate muy profundo acerca de estos temas. Un debate sin demagogia y en el que se pongan sobre la mesa las macanas que hacen e hicieron los países centrales para que más de dos tercios del mundo estén tan desesperados por vivir (o, peor aún, sobrevivir) en los así llamados países del primer mundo.
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