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Domingo, 13 de julio de 2003

Fronteras de la filosofía

Peter Sloterdijk es uno de los grandes pensadores europeos actuales. En Esferas, que acaba de traducirse al castellano, el controvertido pensador alemán explica las grandes incógnitas del mundo y de la existencia. Desde su casa en Karlsruhe, el autor de Crítica de la razón cínica habla de la filosofía actual, de la posición de Europa frente a la política estadounidense y de la lucha por una moral universal.

Por Ciro Krauthausen, de El País

Conversación con un estudiante alemán de publicidad y mercadotecnia, de 23 años. “Voy a entrevistar a un filósofo.” “¿A cuál?” “A Peter Sloterdijk.” “No a un filósofo, entonces. Sino a El filósofo.” La anécdota, que arranca una sonrisa del pensador, es elocuente: el autor de la Crítica de la razón cínica –que se reedita en España a la vez que se publica el primer tomo de la trilogía Esferas (ambos en Siruela)–, ha alcanzado el estatus de estrella mediática, al menos en Alemania. Tiene su propio programa de televisión (El cuarteto filosófico) y es rector de una universidad especializada en nuevos medios y diseño (la Hochschule für Gestaltung, en Karlsruhe).
Todo ello contrasta con su marginación en el ambiente de la filosofía académica, donde muy pocos lo consideran digno de ser citado. En 1999 sostuvo un agudo enfrentamiento con Jürgen Habermas y muchos otros intelectuales a raíz de un discurso en el que Sloterdijk anunciaba el entierro del humanismo clásico y, al mismo tiempo, renunciaba a las sólidas tradiciones filosóficas alemanas, para analizar desde un lugar desconocido el fenómeno, igualmente inédito, de la manipulación genética del hombre (Normas para el parque humano). Sus detractores lo tachan de poco más que de charlatán. Pero él se defiende en esta entrevista realizada en su casa en Karlsruhe, una ciudad al sudoeste de Alemania, donde nació hace 55 años.
¿Qué es lo que lo separa del mundo
académico?
–Desde el siglo XIX (piénsese en Kierkegaard, Schopenhauer o Nietzsche), el mundo de los filósofos se escinde entre aquellos que, como yo, buscan una alianza con los medios de comunicación de su tiempo (en aquella época, la literatura; hoy, la prensa, la radio y la televisión) y aquellos que no lo hacen y más bien confían en la clásica vinculación entre universidad e imprenta de libros como su único biotipo cognitivo.
¿No será que su método es también
mucho más asociativo?
–No, no es eso. Soy un fenomenólogo y un narrador. Los filósofos académicos a veces me acusan de que mis textos no están argumentados. Pero no es verdad. En mis textos se argumenta, pero de una manera distinta. Por lo demás, los autores académicos deberían alegrarse de que su disciplina se esté revitalizando con una terapia de células literarias frescas. El resentimiento nunca es un buen consejero.
Con frecuencia, usted modifica la aceptación común e incluso académica de los términos y crea palabras nuevas.
–Todo el arte se basa en estos efectos. Uno trabaja con lo que hay –el pintor, con colores y formas; el escritor, con conceptos y palabras– y el trabajo radica en inscribir nuevas distinciones en este material. No utilizo un lenguaje al uso. La mayor parte de la prosa académica se basa en componentes prefabricados, en estanterías discursivas de Ikea que uno mismo ensambla. Yo he hecho el intento de volver a desarrollar una sintaxis más compleja, con un estilo más verbal que aquel nominal que predomina en la ciencia.
“Esferas”, en la que usted indaga sobre los espacios circulares habitados por el ser humano, es una obra muy hermética.
–Soy un inmunólogo teórico. Ésta es la filosofía contemporánea. Estamos pensando en cómo el ser humano diseña la arquitectura de la seguridad de su existencia. ¿Cómo habita? ¿Cómo previene futuras casualidades y catástrofes? ¿Cómo se defiende? ¿Cómo se integra en sus culturas, entendidas como comunidades de lucha? Es un cambio de paradigmas: de la filosofía a una inmunología general.
¿Se considera un polemista?
–No soy un polemista y creo que la mayoría de las polémicas son mediocres. Los alemanes polemizan casi siempre con armas sin filo, con el mazo, y no con el florete. Yo diría que en el campo del debate intelectual no hay malosentendidos, sino sólo estratégicas lecturas erróneas y sistemáticas malas interpretaciones. Muchos no indagan en el significado de los textos sino en su potencial de estudio. Piense en todos aquellosque en los últimos 24 meses han sido acusados de antiamericanismo en Occidente. Es un cliché polémico con el que trabajan una serie de autores en los medios de comunicación. Se dedican a examinar las expresiones de los demás en busca de huellas de antiamericanismo y se preguntan: ¿podemos golpear ya, o todavía no? Esto tiene un formidable efecto homogeneizador.

La decadencia de la democracia
La conversación, entonces, comienza a derivar hacia lo que tiene a Sloterdijk más ocupado en estos momentos: la discusión transatlántica y la guerra en Irak. Y no tiene pelos en la lengua a la hora de hablar de lo que está sucediendo en Estados Unidos.
“Es difícil creer que en un país que se describe a sí mismo como el origen de la democracia se pueda llegar a semejante extremo de uniformización voluntaria de la prensa”, arremete. “El verdadero nombre de este mecanismo es epidemia semántica. Es una forma de guerra biológica contra la propia población. Estas epidemias existen también en otros países: una democracia sana, de hecho, es una sociedad que padece varias epidemias temáticas a la vez, la multimorbilidad. Lo temible y fascistoide es el monotematismo. Desde este punto de vista, hay que vigilar atentamente a Estados Unidos. De los norteamericanos cabe esperar una reincidencia en la democracia, pero en este momento están en una peligrosísima crisis monotemática que apunta hacia la autoabolición de la democracia.”
¿Está diciendo que hay riesgo de fascismo mediático en Estados Unidos?
–No es un riesgo. Ya está ahí. Desde el punto de vista de la teoría mediática, el fascismo es el monotematismo en el poder. Si una opinión pública se estructura de tal forma que la uniformización aumenta demasiado, tenemos un síntoma prefascista. Claro que es necesario matizar que esta unidireccionalidad es un efecto mediático y no presupone una central de mando. No necesariamente tiene que ser un fascismo al estilo del Führer. Es el fascismo de la homogeneización.
¿Pero no cree que incluso en Estados Unidos la uniformidad de la elite política y mediática es mucho menor de lo que parece?
–Sí, pero tampoco los fascismos históricos fueron tan homogéneos. El que dentro de un movimiento autoritario haya diversidad de opiniones y cierta variedad estratégica no quita el carácter autoritario del movimiento.
En Europa la situación es distinta...
–Europa, en este asunto, se ha forjado una sorprendente independencia. En lo que se ha llamado la política interna mundial, la oposición hoy día tiene lugar en el conflicto transatlántico. Tenemos muy poca democracia interna en Estados Unidos, pero tenemos una democracia transatlántica, porque una parte importante de los europeos, incluida la inmensa mayoría de la población española, se ha unido en la coalición del no. No cuentan con el poder, pero, a diferencia de los norteamericanos (muchos de los cuales también pertenecen a esta alianza, pero ya no pueden expresarlo), poseen medios de comunicación para decir lo que piensan. Probablemente éste sea un histórico punto de inflexión. Es posible que esta división entre Estados Unidos y Europa sea el núcleo cristalizador de una Declaración de Independencia Europea y que, a largo plazo, todo será mucho más incómodo para Estados Unidos.
¿Un Estados Unidos hobbesiano frente a una Europa kantiana, por tanto?
–Es posible también utilizar dos metáforas botánicas. El hobbesianismo con frecuencia se relaciona con la idea de poner orden en la jungla, mientras que el modo kantiano de la política podría describirse con la metáfora de un invernadero, en el que ya se ha construido una cubierta de cristal en torno de la naturaleza y se ha determinado un clima común para las comunidades de las plantas: el del espacio normativo, el de los buenos modales. Los norteamericanos incurren con frecuencia en la ilusión de quepueden hacer política por fuera del invernadero y marcharse directamente a la jungla para labrar las materias primas no reguladas de la violencia y del desorden. Claro que yo tiendo a la opinión de que, en última instancia, no existe tal contradicción entre el hobbesianismo y el kantianismo. Es decir: sólo existe un único invernadero común, en el que los unos afirman que hay que comportarse como en la jungla y los demás abogan por el papel de jardinero que está dispuesto a asumir la responsabilidad de todo lo que sucede en el espacio común.

Lo mismo y lo otro
También está el Islam. ¿Qué opina del “choque de civilizaciones” postulado por Samuel Huntington?
–Creo que es una ficción, por la sencilla razón de que las tecnologías básicas en las que se erigen las formas de afrontar la vida son las mismas en ambas culturas. Estoy convencido de que civilización y técnica son términos casi sinónimos. El gran conflicto, más bien, radica en que Occidente no cuenta con ofertas morales y políticas razonables para Oriente Próximo, Africa y gran parte de Asia. La exportación del Estado nación ha resultado una quimera. En muchas culturas no europeas, la gente tiene que buscar nuevas fuentes de sentido y nuevas fuentes de orden social, y la retórica occidental de derechos humanos y Estados nacionales se queda corta a la hora de bregar con sus problemas diarios. Este vacío es una de las razones por las cuales el Islam o las religiones domésticas, como el hinduismo y el animismo, logran una afluencia cada vez mayor. Son energías comunitarias que interpretan mentalmente necesidades vitales inmediatas. La vida siempre se nutre de dos fuentes: de la técnica de la vida y de la inspiración moral. En este último nivel, el Islam es irreemplazable para muchas personas. Se podría sustituir con un cristianismo que esté a la altura de su cometido moral, pero los cristianos son muy cómodos, igual de cómodos que los soldados norteamericanos en la guerra. Los cristianos no quieren ser mártires, así como los norteamericanos no quieren caer en combate. Occidente carece además de un sentido de martirio: el cristianismo moderno es una religión posheroica mientras que el Islam aún es heroico.
¿La cuestión de fondo no es la desigualdad social?
–Sí. Creo que en nuestro planeta las grandes líneas de ruptura son las líneas de las necesidades vitales. Tendríamos que pintar mapas que ilustren el grado de consentimiento alrededor del mundo. Exceptuando su Sur, creo que Occidente es un único invernadero del consentimiento. En él se crían seres humanos posheroicos. Es una forma de vida que se topa con culturas en las que prevalece una vida mucho más dura, culturas de la escasez en las que el ánimo existencial es completamente distinto. Mientras que no se intente al menos un intercambio climático, en las culturas de un clima vital duro se están procreando masivamente mentalidades que disfrutan de los atentados en contra del invernadero de los consentidos. Tenemos dos catástrofes climáticas que planean sobre la Tierra: la de la atmósfera planetaria y la de la atmósfera moral. Si no se encuentra alguna nueva técnica para paliar la desigualdad entre ricos y pobres –una especie de efecto de monzón moral, que se calienta en un extremo, mientras que en el otro se precipita el bienestar–, el siglo XXI con seguridad será peor que el siglo XX.

Manipulación genética y lucha de clases
Sloterdijk ya es imparable en su argumentación. No hay interrupción que valga. “Creo que en el siglo XXI se escenificará algo así como la última lucha de la moral universalista”, sentencia. “La pregunta es si lograremos o no establecer al menos un principio de invernadero mundial del bienestar o por el contrario, nos tendremos que acostumbrar, de una manera másaguda, a que la desigualdad tenga la última palabra y a que los ricos, también gracias a los avances de la medicina y la genética, sean los felices propietarios del potencial antropológico, con el resto de la humanidad excluido. Esta disputa tendrá lugar en el interior de Occidente, porque es el escenario de la ambición universalista. Veremos si la pugna entre Estados Unidos y Europa evoluciona en esta dirección. Es posible que el universalismo regrese a Europa y sea defendido desde aquí, y es también posible que los norteamericanos impulsen ofensivamente una política de la selección y se decanten por una postura antiigualitaria y plutocrática. No tiene importancia si esto se llamará fascismo o no. Todos estos términos históricos terminan perdiendo su significado. Lo que es probable es una plutocracia antiigualitaria de selección en el sentido de que los ricos son los verdaderos seres humanos.”
El pensador se ríe con sarcasmo al evocar una fórmula socialdemócrata: “Bienestar para todos”. Y también se ríe, ya sin ironía, al concluir con lo que podría ser una contribución española a este “formidable reto”.
“Hay una bella expresión de un historiador austríaco, Alexander Randa, que ha hablado de una Commonwealth católica. Será la aportación del hispanismo a una cultura mundial definida de manera europea. Su rasgo característico no sería la plutocracia, sino la idea de que en el gran teatro de Dios todos los papeles tienen que desempeñarse razonablemente y que, si bien hay ricos y pobres, todos están integrados en una gran partitura divina. En esto habría un gran potencial pacificador. Todo lo que contribuye a que el ser humano de alguna manera tolere e interprete positivamente la desigualdad ayuda a la pacificación. Lo provocador e intolerable es todo aquello relacionado con una arrogante noción de selección.”

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