RESEñA
Té de chicas
Encuentros con Silvina Ocampo
Noemí Ulla
Leviatán
Buenos Aires, 2003
180 páginas
por Patricio Lennard
“Un verdadero diálogo es como si fuera un monólogo.” Silvina Ocampo, en la fruición de la paradoja, define así la circunstancia en que la comunicación se vuelve plena entre dos personas: cuando la complementariedad hace que el otro anticipe lo que uno está pensando, o diga lo que todavía no ha llegado a ser dicho, como si le sustrajese esas palabras inminentes que están agazapadas en la boca. En esta empatía se sustentan –según la autora de La Furia– las charlas que ella mantuvo con Noemí Ulla en 1982, y que ahora reaparecen en esta segunda edición ampliada de los Encuentros con Silvina Ocampo, reeditados en ocasión de cumplirse el centenario del nacimiento de la menor de las Ocampo.
El texto –una conversación antes que una entrevista– se organiza a partir de tópicos que se entrecruzan permanentemente y que no dejan de establecer contrapuntos entre la vida y la obra de Silvina: la escritura, las lenguas, la traducción, la infancia, Borges, Bioy Casares, el amor y los sueños son las recurrentes ligaduras del entramado que allí se pergeña. Igualmente, y a manera de apéndice, en esta edición se incluyen una serie de artículos y estudios realizados por Ulla, quien además de ser una especialista reconocida de la producción de Ocampo también puede vanagloriarse de haber sido su amiga.
Si algo queda claro de la estampa intimista que se elabora de Silvina Ocampo es cómo -.de manera coherente con su escritura– la infancia constituye un “territorio poético” al cual siempre se retorna. La anécdota de una costurera negra que “cuando uno llegaba al cuarto no se la veía, porque se vestía del color de su piel y podía pasar desapercibida”, o aquella en que narra la muerte de una de sus hermanas -.ocurrida cuando Silvina era muy pequeña–, son tan sólo dos de las escenas en que la niñez emerge como cifra de las correspondencias que se insinúan entre el plano autobiográfico y el estético. Así, la frecuencia con que aparecen niños en las ficciones de Ocampo -.que clarifican, con una extraña perspicacia, las conductas de los personajes adultos–, se duplica en el modo en que ella, insistentemente, acude a sus primeros recuerdos para explicar sus textos y explicarse.
La voluntad de Ulla de ser fiel a las modulaciones del habla de su entrevistada -.esas que reponen la forma en que se siente “despedazada”, según ella misma afirma, entre el inglés, el francés y el castellano– pone de manifiesto cómo el discurso de la traductora de Emily Dickinson prescinde prácticamente de intelectualismos, en función de un tono cálido, confidente y, por momentos, poético.
Si algo llama la atención es que la autora de Encuentros con Silvina Ocampo no haya recurrido, por lo menos de manera explícita, al aparato crítico que ya estaba disponible, en aquel entonces (1982), sobre la obra de quien Borges considerara “la máxima poeta argentina”. Las reflexiones elaboradas por Alejandra Pizarnik, Silvia Molloy, Enrique Pezzoni y Edgardo Cozarinsky -.por mencionar las más sobresalientes– en ningún momento son referidas, aunque más no sea como motor de discusión crítica o como herramientas a partir de las cuales abrir posibilidades de lectura de la poética ocampiana. No obstante, ciertos problemas inherentes a su literatura –como la tensión entre el humor y la crueldad, o entre la poesía y la prosa, e incluso aquel que hace de la ambigüedad el espacio fenomenológico de casi todos sus cuentos– se abordan en el libro de Ulla,con la tónica de quien pretende no tanto “monografiar” el universo de Silvina Ocampo, sino presentarlo en su autenticidad y en su espontánea valía. Como si al lector se lo invitara a tomar el té a la mítica casa de Posadas 1650.