Estilos lejanos
ANTOLOGÍA DEL CUENTO
CHINO MARAVILLOSO
Rolando Sánchez-Mejías (comp.)
Océano
Barcelona, 2002
240 págs.
POR IGNACIO MILLER
Desde que Marco Polo escribiera su Libro de las maravillas, en el siglo XIII, China ha sido, en el imaginario cultural de Occidente, motivo de fascinación y sinónimo de sabiduría, refinamiento y cultura.
A pesar de la Guerra del Opio, a pesar de Mao Tsé-tung y de la Revolución Cultural, a pesar de los juguetes y de los artículos electrónicos, a pesar de los “tenedores libres” y de los “Todo por dos pesos” que florecían en Buenos Aires hasta hace unos pocos años, China todavía continúa siendo, para nosotros, el lejano y maravilloso Oriente, de modo análogo a como la valoración de Latinoamérica en el Primer Mundo pasaba (y, tal vez, siga pasando) por el tamiz del “realismo mágico”. China es el té, el I Ching, la caligrafía, la Gran Muralla, el jarrón de porcelana, el dragón de jade y el gusano de seda.
La presente antología, realizada por Rolando Sánchez-Mejías, no pretende desmentir esta imagen de China sino ampliarla y explotarla, de acuerdo con la idea, expresada en la contratapa, de que “lo fantástico, en China, es una condición propia de su cultura y no un simple género narrativo”. Esta pretensión justificaría la inclusión de algunos textos que, aunque buenos, no condicen con lo que suele adscribirse al género maravilloso, ni aun simplemente al fantástico, como el de Gao Er Tai, que es una mirada irónica sobre ciertas prácticas del socialismo chino, o uno de los dos que se recogen de Lu Sin (“El diario de un loco”). Del mismo modo, tampoco pueden encuadrarse dentro de la categoría “cuento” los fragmentos pertenecientes al libro de Marco Polo y al tratado de cosmografía y mitología de la China Antigua, conocido con el nombre de Libro de los Montes y los Mares. Por estos motivos, hubiera sido más correcto que esta antología se llamase Antología de la literatura china, a secas.
El estudio preliminar, a cargo del mismo Sánchez-Mejías, traza un recorrido de la recepción de la literatura china en Occidente. Asimismo, intenta un acercamiento a la “peculiar naturaleza” de esta literatura, a partir del examen de la noción de “corazón”, como principio básico del arte literario chino, y del término wen (que, en chino, puede significar tanto “literatura” como “cultura”, “civilización” o “palabra”), sin llegar a ninguna conclusión muy definida.
Además de los textos mencionados, el libro contiene apólogos taoístas y confucianos y cuentos tradicionales, en los que abundan las visiones oníricas, los personajes malvados (brujos, zorros y lobos timadores) y los seres fabulosos: entre ellos, los perros del subsuelo, llamados “lobos de tierra o dilang”, los chu, “hombres que son tigres o tigres que saben metamorfosearse en hombres, que sienten preferencia por la ropa color malva y que carecen de talón” y, desde ya, los infaltables dragones. Tanto por su extensión como por su importancia dentro de la literatura china, se destacan las selecciones de Viaje al Oeste (el fragmento titulado “El rey de los monos”) y de Sueño en el aposento rojo. Otras partes de este último ya habían sido recogidas en la Antología de la literatura fantástica de Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo, junto con las versiones de los relatos “La sentencia” e “Historia de zorros” aquí antologizadas (cuya fuente, por cierto, no se cita). Aunque en otra versión y colocada bajo la autoría de Richard Wilhelm, también allí estaba otro de los textos recopilados en este libro, “La secta del loto blanco”. Mención aparte merece la edición de este volumen. Aunque vistoso y bien encuadernado, la infinidad de erratas es tal que amenaza, en ocasiones, la coherencia textual, y citar una sola equivaldría a desmerecer las demás, amén de otras desprolijidades, entre las cuales no citar el origen de las traducciones (no siempre parejas) no es ciertamente menor.